enero 29, 2007

El Campesino y el Académico


Otras sospechas para una hermenéutica cercana al texto bíblico
©2007Milton Acosta

Cuenta el cuento que en una ocasión un niño de la ciudad fue por primera vez al campo. Al ver un gallo cumpliendo con sus deberes conyugales, le gritó emocionado a su mamá: “¡mami mira, una gallina de dos pisos.” Historias como estas se pueden multiplicar ad nauseam, pero un solo ejemplo basta para mostrar lo divertido que resulta cuando se aplican categorías culturales de una realidad conocida (horizonte hermenéutico) a otra desconocida y diferente. Aunque normalmente es la gente de la ciudad la que se burla de los campesinos en la metrópolis, el cuento del gallo muestra que en la dirección contraria también ocurren situaciones graciosas.

Algo parecido a lo del niño y el gallo sucede cuando la gente de la ciudad y “con educación” se mete en el mundo rural y agropecuario de la Biblia. No faltan quienes encuentran hasta armas nucleares, aviones y automóviles que el mundo de la Biblia sencillamente no conoce. Si bien es cierto que muchas realidades humanas descritas en la Biblia son universales y por lo tanto de comprensión inmediata, también es cierto que hay otras realidades que nos son ajenas. Y por no reconocer este hecho, con demasiada frecuencia imponemos categorías de nuestro mundo conocido al mundo bíblico, ignorando las distancias culturales, geográficas, lingüísticas, y cronológicas entre los mundos bíblicos y los nuestros. Este problema va desde los asuntos lingüísticos y literarios hasta los puramente costumbristas.

Dos especialistas en el primer mundo bíblico (de los patriarcas al exilio)[1] y otro experto en el último mundo bíblico (Apocalipsis) coinciden el la siguiente advertencia: tenga cuidado de no imponer al mundo de la Biblia categorías del mundo moderno porque no siempre cuadran y pueden resultar en interpretaciones que nada tienen que ver con la Biblia.

¿Qué tiene que ver pues el campesino con el académico? Si se afirma que el vivir en la ciudad y el ser “modernos” es un impedimento para comprender el mundo de la Biblia, porque éste es rural y agropecuario, entonces también debe ser cierto que quien vive en un mundo rural y más parecido al de la Biblia tiene una ventaja para comprender la Biblia. Si el mundo de la Biblia es preindustrial, entonces muchos de sus relatos, imágenes y metáforas, tienen que ver con la vida de agricultores, pastores de ovejas y artesanos. Es decir el mundo de muchas personas en la Biblia se parece más al mundo de muchos campesinos (dependiendo del país) que al mundo tecnológico actual.[2] Esto quiere decir que un campesino en muchos casos podrá tener una mejor comprensión existencial de relatos relacionados con falta de agua, con plagas, con enfermedades sin cura, con metáforas sobre plantas o animales, con tierras estériles, y con un sinnúmero de cosas más, que alguien de la ciudad y “con educación.” Por ejemplo, de lagares llenos de mosto (Prov. 3:10) entienden los vinicultores; o, quién mejor que un campesino para comprender la parábola de los suelos (del sembrador), la falta de agua en Génesis, las figuras de animales en Cantares.

Al académico bíblico por su parte, se le facilitará la comprensión de asuntos literarios, lingüísticos, históricos y culturales, que conocemos por los libros, la arqueología y las fuentes especializadas. Tareas como la traducción de la Biblia, temas como la poesía hebrea y datos sobre arqueología e historia son todas cuestiones de académicos (y de quienes lean sus libros).

Para cerrar, podemos decir que en la interpretación de la Biblia, tanto se debe escuchar al campesino como al académico porque ambos aportan elementos únicos y fundamentales para la comprensión del texto bíblico en sus dimensiones básicas: lo informativo y lo existencial. La interpretación de la Biblia será pues más rica y provechosa para quien vive en la frontera entre el campo y la biblioteca, y disfruta de las mieles de ambos. Entonces a la hora de interpretar la Biblia, no es más el académico ni menos el campesino.

Pero eso no es todo, habrá que escuchar también la interpretación quienes hoy sufren por el hambre, la guerra y las enfermedades (¿los mismos campesinos?), cosas tan comunes en la Biblia. Sospechosa es pues la interpretación de quienes (campesinos o académicos) metaforizan, espiritualizan y alegorizan todo aquello que les es desconocido y aplican al texto bíblico categorías culturales tipo “gallina de dos pisos.”

[1]Victor H. Matthews, Don C. Benjamin, Social World of Ancient Israel 1250-587 Bce (Peabody, Massach.: Hendrickson, 1993; reprint, 1995). Juan Stam, Apocalipsis, vol. 1 (Buenos Aires: Kairós, 1999).
[2]No nos dejemos confundir con la palabra “ciudad” ni la palabra “rey” en la Biblia. Una ciudad podía tener varios miles, pero muchas “ciudades” bíblicas no llegaban ni a 500 habitantes; algunos reyes tuvieron grandes imperios, pero muchos llamados “reyes” tenían reinos que tampoco pasaban de los 500 súbditos. Estamos aquí ante palabras hebreas cuyo campo semántico no es exactamente equivalente a sus correspondientes traducciones en muchas lenguas modernas, incluyendo el español.
©2007Milton Acosta

enero 22, 2007

Profecía, Teología y Matemáticas


En qué se parecen la lotería, los políticos y algunos predicadores populares
©2007Milton Acosta

Las loterías, los políticos y algunos predicadores populares utilizan dos estrategias consistentemente: le prometen (profetizan) a la gente lo que la gente quiere oír y cuentan testimonios para demostrar que lo que dicen es cierto. Nada hay de malo en hacer promesas de cosas buenas ni tampoco en contar testimonios. Ambas cosas son hasta bíblicas. El problema está cuando al asunto se le mete matemáticas.

La estrategia funciona más o menos así. Los tres grupos mencionados dirán: “compre” (la lotería), “vote” (por el político), “envíe dinero” (al predicador popular); “y como resultado”, ahora sí en coro todos dirán: “saldrá de la pobreza.” Para asegurar que el público hará lo que ellos piden (algunos predicadores lo ordenan ¡bajo amenaza de maldición!) es necesario comprobar la veracidad de sus palabras. La prueba es el viejo, tradicional y universal método del testimonio.

El testimonio es el medio como los pueblos han construido sus historias, sus culturas, sus identidades. En el testimonio en sí no hay ningún problema.[1] La dificultad en nuestro caso es cuando el testimonio usado como prueba de la veracidad de lo que prometido se contrasta con los porcentajes donde “se cumple”. Si miles o millones de personas compran la lotería y sólo unas pocas personas (a veces una sola ¡o ninguna!) se la ganan, diremos que así es porque es un juego de azar. La gente lo sabe y por eso le ponen “fe”, superstición y todo aquello de lo que puedan asirse para que les “caiga” a ellos. El que no se la gana es por “mala suerte”.

Si el político trata de comprobar la eficacia de su gestión presentando sus testimonios, que de hecho son ciertos, pero las estadísticas demuestran que sus promesas beneficiaron a menos del 10 por ciento de la población y dejaron a más del 90 por ciento por fuera, entonces diremos que el político ha manipulado la evidencia a su favor y ha distorsionado la realidad.

Si un predicador trata de comprobar la eficacia de sus promesas y profecías presentando sus testimonios, que de hecho son ciertos, pero las estadísticas demuestran que sus promesas y profecías se cumplen sólo en unas cuantas personas pero en la gran mayoría no, ¿qué diremos? Tenemos que decir varias cosas: 1) ha utilizado la estrategia de la lotería para conseguir (el dinero de sus) adeptos; 2) ha manipulado la evidencia a su favor y ha distorsionado la realidad; y 3) según la Biblia, es un falso profeta y un abusador.

Aunque el predicador popular argumente que a la gente “le faltó fe”, el peso de la prueba, según la Biblia, descansa sobre él, no sobre la gente. Los falsos profetas tienen una indigna, pero larga historia. Jeremías 23 advierte que una forma peligrosa de usar el nombre de Dios en vano es prometer y ofrecer futuros idílicos que Dios no ha prometido. Igualmente Deuteronomio (18:22), libro del cual se nutre Jeremías, dice: “Cuando un profeta hable en el nombre de Yavé y no ocurre lo dicho y no se cumple, ésa es palabra que Yavé no ha hablado. Con soberbia la habló el profeta; no tengas temor de él.”

Así como mucha gente se cansa de comprar la lotería y otros dejan de votar por políticos mentirosos, igualmente a la vuelta de unos años cantidades de asiduos seguidores de predicadores populares se dan cuenta que ni las profecías ni las promesas que han hecho se cumplen en la mayoría de los casos. El resultado es una decepción y abandono total de Dios y de la iglesia. Estas personas quedan literalmente vacunadas contra el evangelio debido a la irresponsabilidad de algunos movidos por el hambre de poder y de reconocimiento. De modo pues que en el actual clima de “mercado libre” hermenéutico y eclesiológico se cumplen las palabras de Goffman: “La actividad de charlatán profesional de una década a veces se convierte en una ocupación legítima y aceptable en la siguiente.”[2]
©2007Milton Acosta

[1]En los estudios bíblicos el testimonio recientemente ha empezado a ocupar un lugar más digno del que ha tenido en los dos últimos siglos. Para el estudio del Nuevo Testamento, véase, por ejemplo, N. T. Wright, The New Testament and the People of God, Christian Origins and the Question of God, vol. 1 (Minneapolis: Fortress Press, 1992). Samuel Byrskog, "Jesus the Only Teacher," Tyndale Bulletin 45, no. 2 (1994). Samuel Byrskog, Story as History-History as Story: The Gospel Tradition in the Context of Ancient Oral History (Boston and Leiden: Brill Academic Publishing, Inc., 2002).
[2]En Colombia le llamaríamos “culebrero” al "charlatán profesional." Véase Erving Goffman, The Presentation of Self in Everyday Life (Garden City, New York: Doubleday/Anchor Books, 1959), 64.