mayo 24, 2010

La elección de un rey y la elección de un presidente

Elecciones constitucionales

Milton Acosta, PhD

Desde tiempos muy antiguos las naciones se rigen por algún tipo de constitución. Para el Israel bíblico la Constitución es la Toráh (también llamada Ley o Pentateuco). Una de las estipulaciones importantes allí es la escogencia de un rey.

Aunque el Israel bíblico se constituye como una teocracia, esto no significó que cada decisión se tomaba por revelación. Existía una constitución. El libro que más propiamente podríamos llamar “Constitución política” es el Deuteronomio. Las estipulaciones allí contenidas para escoger rey son pocas, claras y precisas (17:14–20). Una vez escogido se crea una dinastía, pero las normas que rigen ese primer momento pueden servirnos hoy para reflexionar en las elecciones presidenciales en países democráticos.

Lo primero es que el rey sea “uno de tu mismo pueblo”. Esta expresión no apela tanto a la etnia como a la fe y el sometimiento a la constitución. David tuvo en Rut una abuela moabita (Rut 4:22). Siendo una teocracia, la elección del rey venía por oráculo profético, como ocurrió con Saúl y David. Pero la unción por oráculo profético tampoco significaba éxito y permanencia, como bien lo demostró Saúl, quien fue todo un fracaso; ni perfección, como bien lo demostró David. El caso de Salomón es ambiguo. Natán y Betsabé preparan una escena teatral donde le dicen al anciano rey David que nombre a Salomón como su sucesor según un juramento de David del cual no hay registro (2 Reyes 1).

Segundo, el rey no tendrá muchos caballos. Los caballos se adquirían en Egipto. Egipto fue la nación que oprimió a los descendientes de Jacob por 400 años. Allá no debe volver el pueblo a buscar caballos. El caballo es el símbolo del poder militar por excelencia durante gran parte de la historia de la humanidad.

Atando los cabos y los caballos, uno podría concluir que lo más importante de este pueblo no será su ejército. La razón es muy sencilla. Los carros y caballos que Dios derrotó en las aguas del Mar de los Juncos (Mar Rojo) son para Israel símbolo de opresión y esclavitud. La injusticia y las grandes fuerzas armadas van de la mano. Los gobiernos que no se gastan los recursos de la nación en atender a las necesidades de sus ciudadanos, se los gastarán luego en ejércitos y armas para controlar los males sociales producidos por las desatendidas necesidades de los ciudadanos. Un círculo vicioso más perverso que este resulta impensable. Por eso según la Biblia, la solución a los males sociales no son los ejércitos, sino la justicia social (Isaías 32:17). En eso se equivocó Israel y se siguen equivocando muchos hasta la fecha.

Por razones de imagen y de los tratados comerciales internacionales, los reyes de la antigüedad solían tener muchas mujeres, unas locales y otras importadas. Cada mujer extranjera viene con su religión y probablemente querrá hacer misión. Por eso se estipula, en tercer lugar, que el rey no tenga muchas mujeres, para que no se extravíe su corazón. Dos ejemplos de ese extravío son Salomón con sus mujeres (1 Reyes 11:1–4) y Acab con su Jezabel (1 Reyes 16:29–33). El problema no es que sean extranjeras; es cuestión de la fe y de la constitución nacional.

En cuarto lugar, el rey no acumulará muchas riquezas. Los gobernantes tienen dos grandes privilegios que bien administrados los pueden ayudar a ser muy ricos: influencias e información. Hay mucha gente que le puede hacer favores al gobernante porque el gobernante después los puede devolver. El problema es que devuelve favores con los dineros de la nación, con lo que no es suyo sino del pueblo. Para eso están los grandes contratos, sobre todo los de infraestructura, los de grandes negocios y los tratados internacionales. No es que todo eso sea malo ni malo del todo, sino que en todo eso favores van y vienen, y los gobernantes terminan enriquecidos. Lo perverso es que los trámites son legales o con apariencia de tales.

La información privilegiada tiene que ver con dos cosas principalmente: los grandes proyectos de desarrollo de un país y la localización de los recursos naturales. El gobernante que quiere enriquecerse, con información privilegiada, comprará tierras baratas en todos aquellos lugares donde sabe que hay o va a haber algo. Eso también es enriquecimiento ilícito y perverso. Siempre dirán “no sabía”.

Para evitar todos los males anteriormente descritos, en quinto lugar, el rey de Israel tendrá una copia de la Constitución, de la Ley, la cual leerá y en la cual meditará diariamente. Esta constitución es el ecualizador de los ciudadanos; todos están sometidos a ella por igual. Por eso, rey y súbditos deben conocerla.

En el antiguo Israel la monarquía y la profecía nacieron y crecieron juntas. Es decir, Dios estableció la forma del gobierno y los vigilantes del gobierno. La función de vigilancia solamente la pueden ejercer bien quienes no comen de la mesa del rey. Así las cosas, la experiencia de Israel puede ser útil para las naciones democráticas de hoy, especialmente para el cristiano que quiere cumplir la constitución de su país. Así participamos con Dios en quitar y poner gobernantes, pierda o gane nuestro candidato. ©2010 Milton Acosta

mayo 03, 2010

Ayunar o no Ayunar [2]

La fiesta del novio y el show del despeinado

Milton Acosta, PhD

La primera respuesta de Jesús a la pregunta sobre el ayuno tiene dos componentes. Con el primero dice que él es el Mesías; quizá se refiere al ayuno convertido en fiesta (Zac 8:19). Nadie ayuna en un matrimonio y menos con el novio presente. La presencia de Jesús es pues motivo de fiesta. La metáfora no es tan casual: se trata de una figura usada por Jesús para la venida del Reino de Dios. El matrimonio es símbolo de nuevo comienzo, del establecimiento de una relación con el pueblo de Dios.[1] Es decir, Jesús afirma que él es el Mesías, especialmente si uno nota que en el Antiguo Testamento esa misma imagen de novio/esposo se refiere a Dios en relación con su pueblo (Is 61:10; 62:4–5; Os 2:14–20).

Con el segundo componente Jesús afirma que va a morir. No se ayuna entonces por falta de esperanza, sino porque la promesa del Mesías se ha cumplido. Se ayunará, no por lamentación, sino para experimentar en la carne que el ser humano no vive sólo de pan (Dt 8:3; Mt 4:1–4). La respuesta de Jesús no dice que no se debe ayunar, sino que ese no es el momento de hacerlo. De hecho, Jesús supone que habrá otro tiempo cuando se deba ayunar, pero por otras razones.

La expresión “el novio sea quitado” sugiere violencia; como ocurrió con Juan ocurrirá con él.[2] Esto resulta extraño porque en un matrimonio el novio no es quitado y menos por la fuerza. Jesús no dice cuándo será “ese día”. No se refiere literalmente ni exclusivamente al Viernes Santo. Se trata de un tiempo cuando el ayuno puede ser parte auténtica del discipulado. En todo caso es notable el contraste entre fiesta y ayuno.

El ayuno ha sido tema de controversia entre los piadosos. La instrucción de Jesús es en primer lugar para los judíos: no se ayuna por lamentación ni para que termine el exilio, porque el reino de Dios ha llegado. En segundo lugar, a sus seguidores Jesús les dice que el ayuno es privado, que no debe demostrarse ni anunciarse (Mt 6:16–18). Todo depende de quién quiere uno que lo aplauda, Dios o la gente. Por eso, quien participa de reuniones de ayuno y oración corre un peligro especial del que debe cuidarse: la sutil (y a veces no tan sutil) arrogancia espiritual. Dice Luz que en tiempos de Jesús el individuo que practicaba el ayuno extremo “podía adquirir fama de santo.”[3] En tercer lugar, el ayuno para los cristianos, como para Jesús en la tentación, es una experiencia física y espiritual de abstención de algo fundamental para la existencia, por medio de la cual el creyente afirma y siente en su cuerpo que el ser humano vive por la Palabra de Dios, no sólo de la comida. Es decir, el ayuno nos desanimaliza.

Jesús no decreta ayunos,[4] ni competencias de ayunos, ni a batir ningún Record Guiness del ayuno. Es posible que haya habido abusos en la iglesia desde muy temprano. El documento cristiano del siglo segundo conocido como La Didaché contiene instrucciones para el ayuno semanal. Ordena el ayuno por los enemigos (1:7); que no se ayune como los hipócritas (lunes y jueves) sino el miércoles y antes del bautismo (7:5–8:2). En un lenguaje similar a Isaías 1–2, la Epístola de Bernabé (3:1–3) también habla contra la práctica del ayuno probablemente por considerarla judaizante o hipócrita, como en Isaías, cuando no va ligada a la práctica de la justicia social. En síntesis, los cristianos sí ayunaban, pero les preocupaba la teología del ayuno después de Cristo y la falsa piedad; es decir, la fiesta con el novio y el show del despeinado.

Finalmente, Jesús amplía su respuesta con dos mini-parábolas (vestido viejo y vino nuevo) sobre el conflicto entre el judaísmo y él. Lo viejo no puede contener lo nuevo. Esta ampliación de la respuesta ayudará a entender la primera parte. Continuará . . .



[1]R. T. France, The Gospel of Mark: a commentary on the Greek text (Grand Rapids: Eerdmans, 2002), 139.

[2]Ibid., 140.

[3]Ulrich Luz, El Evangelio según San Mateo (1-7), vol. 1 (Salamanca: Sígueme, 1993), 458.

[4]Como hizo el rey de Nínive en Jonás o Acab por instrucciones de Jezabel su mujer (1R 21:1–16).