julio 25, 2011

Sacrificio de Niños


Sacrificio de Niños
Pasado y presente



Milton Acosta, PhD

¿Qué razón tendría un padre o una madre de familia para quemar un hijo o una hija como sacrificio a un dios (Dt 12:32)? Una práctica de estas hoy nos parece abominable, inaceptable y hasta increíble. Uno se pregunta cómo podía la gente de la antigüedad ser tan bruta como para hacer semejante cosa. Pero si uno lo piensa, existe la posibilidad de que no fueran más brutos que nosotros.
Lo primero que hay que decir es que en la antigüedad el sacrificio de niños a los dioses sí existía; en todo el territorio cananeo era una práctica relativamente común. Dos razones se han sugerido para el sacrificio de niños: control del crecimiento de la población y como rito religioso en situaciones de emergencia (2R 3:26–27). Existe evidencia de que en la América indígena también se practicaba el sacrificio de niños.[1]
Lo segundo es que Israel estuvo tentado a hacerlo y probablemente lo hizo (2R 23:10)[2], no porque el hecho fuera particularmente bonito, sino porque suponían que recibirían beneficios de Dios.[3] Uno de los casos más conocidos es el de Jefté, quien ofrece su hija como sacrificio si Dios le da la victoria en una batalla; gana la batalla y ofrece a la hija en el fuego. Este sería un caso típico de sincretismo, según el cual se adora a Dios con creencias y prácticas de dioses paganos.[4]
En tercer lugar, nos preguntamos si existe tal cosa hoy y de qué manera. Seguramente no tenemos coincidencias exactas en términos de creencias y ritos, pero hoy también existen formas de entregar los niños y jóvenes a la muerte porque así se obtiene algún beneficio. Junto con el tráfico de niños, muchos niños y jóvenes son entregados hoy a diversas actividades con tal de garantizar por medio de ellos la supervivencia y prosperidad de la familia o grupo al que pertenecen.
Recordemos la obra de Jonathan Swift.[5] La esencia de esta obra es que la injusticia económica y social es una forma de matar gente sistemáticamente, especialmente los niños. Como la gente no lo cree, entonces Swift propone un sistema “muy humano y racional” de engordar niños para la venta en el mercado y el consumo humano.
En América Latina hay madres que entregan a sus hijos a la muerte. El delito y la prostitución, por ejemplo, se convierten para algunos en formas de supervivencia. La mayoría de los delincuentes lo son a sabiendas de sus familias. Muchos de estos jóvenes son sacrificados diariamente en nuestras grandes y no tan grandes ciudades. Pero sería injusto cargar toda la culpa en las madres. ¿No son entregados por la sociedad a la muerte cuando quedan acorralados sin otras opciones de vida?
Resultaría inmoral proponer el engorde de niños para practicar tiro al blanco con balas reales; pero eso es lo que estamos haciendo cuando vemos tantos jóvenes optar por la delincuencia con el estímulo y complacencia de su grupo familiar, sólo para terminar abatidos en las calles de nuestras ciudades. Estas muertes poco o nada le duelen al resto de la sociedad.
Nos creemos muy civilizados y desarrollados, pero desde el punto de vista humano, parece que no hemos avanzado mucho. Hoy no sacrificamos niños a Moloc, porque no creemos en Moloc; pero seguimos sacrificando niños. ¿En quién o en qué creemos los que seguimos indiferentes, viendo como “males ajenos” las muertes de tantos niños y jóvenes diariamente en nuestras ciudades? ¿Podemos todavía llamarnos cristianos? ©2011Milton Acosta


[1] Luis Alberto Reyes y Arturo Andrés Roig, El pensamiento indígena en América (Editorial Biblos, 2008), 206.
[2] Jer 7:31–32; 19:2–6; 32:35. Junto con la prostitución cúltica, fueron dos grandes  y notorios males antes del exilio. Mario Liverani, Israel’s history and the history of Israel (Equinox Pub., 2005), 177, 208.
[3] Los hijos también eran entregados como esclavos para pagar deudas (2R 4:1–7).
[4] Ed Noort, “Child Sacrifice in Ancient Israel: The Status Questionis,” en The strange world of human sacrifice (Peeters Publishers, 2007), 103–125.
[5] Jonathan Swift, Modesta propuesta, trad. Adriana Arrieta (Verdehalago, 2002).