diciembre 10, 2019

Astucia política en tiempos recios


Más malo que la maldad

Milton Acosta, PhD

Jeroboán fue un rey malo. Malo como él solo. Más malo que la maldad. No hubo en Israel rey más malo que Jeroboán. Sin embargo, la petición que le hizo a Roboán de bajar los impuestos al pueblo era justa. Así, Jeroboán pasó a la historia como el rey malo, pero políticamente astuto; mientras que Roboán es recordado como el rey políticamente inepto, que no escuchó el clamor del pueblo, que no bajó los impuestos a quien debía habérselos bajado (1R 12:1-20). Creyó que por ser el rey legítimo, descendiente de David, nada menos, podía simplemente ejecutar su plan de gobierno y ya, y al que no le guste, pues de malas. Pues no.

Jeroboán es el vocero del descontento, lo cual en teoría facilita la negociación; en teoría. El reclamo de Jeroboán al joven Roboán estaba basado en hechos reales: una carga tributaria desproporcionada que le rompía el lomo al pueblo trabajador. Esto nadie lo negó, ni hubo acusaciones de ideologías o de influencia extranjera en el reclamo. Hasta el mismo Roboán tuvo la desfachatez de reconocerlo con una arrogancia sin precedentes en rey joven alguno: “Si mi padre les impuso un yugo pesado, ¡yo les aumentaré la carga! Si él los castigaba a ustedes con una vara, ¡yo lo haré con un látigo!” (1R 12:14). Habrase visto tanta insolencia en tan pocas palabras. Cero diplomacia. Se le reconoce, sin embargo, que por lo menos había correspondencia entre lo que dijo y lo que hizo, o quiso hacer, más bien.

Ante la tozudez de Roboán, Jeroboán supo capitalizar políticamente la polarización del momento histórico y fundó el reino de Israel, al norte. El reino antes fundado por David y cimentado por Salomón (a punta de impuestos insufribles) se dividió; todos perdieron. De las doce tribus, solo una se quedó con Roboán, Judá, al sur, por lealtad tribal, o por “la llamada de la tribu”, como diría Vargas Llosa. Se dirá que Israel a la postre fue un reino pagano y que finalmente fue destruido. Cierto. Pero Judá no fue menos pagano y también fue destruido. Se dirá que el Mesías vino de Judá y que tal y cual y Pascual. Cierto. Pero no fue por ser mejor (Ez 23:1-49, Rated R, reader discretion is advised); fue por la gracia de Dios manifestada en las promesas a David, quien tampoco fue una perita en dulce que digamos, y de alguna manera su vida representa al pueblo de Dios en lo bueno y lo malo.

A Roboán le tocó el momento de la historia en que todos salieron a reclamar en masa por el descontento acumulado por décadas. No era su culpa y tampoco estaba preparado para gobernar,  pero tenía que aprender, responder y hacer lo correcto, buscar consejo y actuar. En esas, Roboán se debate entre el consejo del gabinete de los jóvenes que sirve a los intereses de los poderosos y el consejo de los sabios que sirve a la gobernabilidad, la justicia y a los intereses de los trabajadores. El joven rey tenía cuarenta y un años (1R 14:21); no instaló mesa de negociación y se decidió por los primeros, por los jóvenes que aconsejaban apretar más las clavijas. Entonces Jeroboán, como si lo estuviera deseando, como si hubiera visto en esto una respuesta a su oración, dijo, carpe diem! Y supo ilusionar a las mayorías, ponerlas de su parte y llevarlas a levantarse contra el desilusionante rey joven; rey joven con política vieja. De esta manera Roboán perdió hacha, calabaza y miel. Y no es que por esto Jeroboán fuera bueno; también siguió después malos consejos y condujo a Israel a la idolatría (1R 12:25-33). El punto es que Jeroboán tuvo la astucia política que no tuvo el otro, Roboán, que por pretender gobernar a favor una minoría poderosa fortaleció a la oposición, aumentó la polarización y debilitó su poder. Sufrió grave equivocación al pensar que el poder político es cosa que se hereda, se conserva y se impone. El mundo había cambiado, el tiempo de Salomón había pasado y Roboán no se daba por enterado.

La interpretación teológica intrabíblica dirá que todo esto es voluntad de Dios (1R 12:24), pero no por esto deja de ser también obra de los actores humanos, como el mismo texto bíblico lo relata, que una cosa lleva a la otra. ¡Cuánto ayudaría que la Biblia llegara a las esferas del gobierno! Por lo menos se aprendería (1) algunas lecciones que explican cierta impopularidad, (2) a quién debe escuchar el gobernante impopular y (3) a diferenciar impopularidad por descontento legítimo de oposición política oportunista. ¡Venga tu reino, Señor! ©2019Milton Acosta