Las historias de Colombia y la Biblia
Milton
Acosta, PhD
Nunca había
sido tan importante conocer la historia de Colombia como en este momento. Las
discusiones que se dan en este país en torno al acuerdo de paz entre el
gobierno del presidente Santos y las FARC lo evidencian. Cuando los detractores
de este acuerdo hacen su tarea, los defensores sacan a relucir el otro acuerdo
(2002-2006), entre el presidente Uribe y las AUC. Aparte de que tienen en común
la A y la C, fueron acuerdos muy diferentes; por eso el tira y afloje en que no
se puede criticar al último sin criticar al anterior.
El que se
siente aludido al oír de las imperfecciones del acuerdo del gobierno de Uribe
con las AUC saca a relucir un acuerdo anterior, con el M19, gracias al cual
Petro es quien es hoy. Esto se hace para descalificarlo de la contienda
electoral porque gracias al acuerdo no pagó por los delitos cometidos siendo
miembro activo del grupo guerrillero M19, especialmente la toma y destrucción
del Palacio de Justicia en 1985.
La pregunta
que surge es pues, ¿hasta dónde debemos remontarnos en la historia para
determinar qué es impunidad en Colombia? La discusión tendría que pasar por
temas como el latifundismo, sobre cómo se obtuvieron y se repartieron las
tierras desde Simón Bolívar o antes, tierras que originalmente pertenecían a
los indígenas, que fueron masacrados, expropiados violentamente y esclavizados;
la organización de grupos armados, llamados “chulavitas” y “pájaros”, un año
después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948; el
nacimiento de las guerrillas; el tema de la esclavitud de africanos y las
secuelas que vemos de eso hasta el día de hoy. En fin, la impunidad, la
corrupción y la injusticia son marcas esenciales de nuestra historia que
debemos examinar con cabeza fría, sin los apasionamientos propios de las discusiones
políticas y las contiendas electorales.
Las deudas
históricas son muchas y grandes todas. ¿Hasta dónde nos remontamos en la
historia para poder entendernos? El propósito de este ejercicio de muy largo
aliento no es alcanzar la uniformidad ideológica, sino que tengamos una base
histórica mínima común sobre la cual entablar una conversación en la que todos nos
identifiquemos con las mismas vergüenzas que debería producirnos tanta maldad,
para que a partir de allí podamos unirnos en la búsqueda del bien común para
una base más amplia de colombianos. La comodidad en la que vivamos y el lado de
la historia que nos haya tocado probablemente serán los factores que
determinarán qué tanto nos podría interesar este ejercicio.
La
situación actual de Colombia nos permite ver que los colombianos no tenemos una
historia compartida, sino múltiples versiones creadas con fragmentos
seleccionados según la conveniencia política, económica y social, y a las que
se adhieren muchos sin saber quién ni cómo se armó la versión de preferencia. Lo
bueno de esta situación es que nos estamos dando cuenta de la importancia de nuestra
historia. Lo malo es que una historia mínima común demora muchos años en construirse
o nunca se construye; y una vez construida, florecerán las revisiones a partir
de visiones fundamentadas en modelos políticos, económicos y sociales diversos.
Si algo
podemos aprender de la Biblia, sea uno creyente o no, es la capacidad de los
escritores para registrar la historia de sus vergüenzas, incluyendo a los
grandes líderes. El más emblemático de todos es quizás David, a partir de quien
se construye un enorme andamiaje teológico de fe y esperanza de salvación. Pero
no se deja por fuera que fue también asesino, mal padre y corrupto. Igualmente
se preservaron las historias de los profetas y sus mensajes, donde denunciaron
toda suerte de masacres, de injusticias, de corrupción política y religiosa. El
pueblo de Dios, ¡y de este la élite!, guardó todas estas historias por largos
años. Y cuando estaban en la peor crisis de su historia, con todas las
instituciones destruidas y exiliados en Babilonia, decidieron contarlas y decir
juntos, ¡esta es nuestra historia! ¡Qué loco sería el día en que los
colombianos llegáramos allá!