¿Economía cristiana o economía faraónica?
Milton
Acosta, PhD
Pocas
personas sin estudios profesionales en economía y en teología se atreverían a
hablar de “economía cristiana”. Sin embargo, hay gente astuta que sabe segar copiosas
vendimias políticas en los campos fertilizados históricamente con el inagotable
abono de la ignorancia. Así, el cristiano que no ha leído bien su Biblia ni ha
recibido instrucción en su iglesia sobre la economía del Reino de Dios, tema
del que Jesús también disertó ampliamente, entonces cualquier avispado que aparente
autoridad y bondad al hablar de la materia será su único y suficiente salvador;
y no verá, este cristiano, la necesidad de comprobar si esa teoría económica
que su maestro llama “cristiana” verdaderamente lo es.
El problema
no es que no haya habido teólogos cristianos en América Latina o que estos no se
hayan ocupado de la economía. El problema es que la iglesia cristiana de
América Latina decidió no escuchar a sus propios teólogos y se dedicó a
escuchar a teólogos de otras latitudes, los traducidos, y a sus antenas
repetidoras. Por eso es que muchos cristianos latinoamericanos terminan
discutiendo problemas importados, como por ejemplo, si una mujer puede ser
pastora o no, si alguien es calvinista o arminiano, y en qué grado, en vez de
preocuparse por el modelo económico de quienes nos gobiernan y la evaluación
que de este modelo se puede hacer desde el evangelio. Esto no quiere decir que
lo extranjero sea siempre malo o que en principio nuestra teología sea superior;
la pregunta es si nos dedicamos a reflexionar teológicamente sobre nuestras
realidades más urgentes o si nos dejamos imponer agendas extranjeras.
Tres
nombres nos servirán de muestra para ilustrar que en América Latina teólogos
hemos tenido y de economía nos han hablado:
El teólogo
y misionólogo ecuatoriano René Padilla en su libro Economía humana y
economía del Reino de Dios interpreta una parte de la enseñanza bíblica
sobre modelo económico así: “Toda persona sin excepción
debe tener acceso a los recursos de la creación de Dios, y este es un derecho
humano que no puede ser postergado por el afán de acumulación de bienes
materiales por parte de quienes tienen en su mano el control del poder. ... Toda sociedad precisa medidas de protección de sus
miembros más débiles y mecanismos que les eviten el dolor de convertirse en
víctimas indefensas de los miembros más pudientes. El Estado tiene la
responsabilidad irrevocable de asegurar institucionalmente que sus ciudadanos
más débiles sean protegidos de la explotación de los más fuertes.” (Padilla 2002, 67).
El biblista
mexicano Edesio Sánchez sostiene lo siguiente: “La primera preocupación
misionera de Israel son los que, como Israel mismo, han compartido las mismas
experiencias de esclavitud, marginación, vulnerabilidad y pobreza” (Sánchez 1998, 63).
El teólogo
y pastor pentecostal peruano Darío López, hablando del Evangelio de Lucas, afirma
que “existe el peligro de una reducción de la misión de la iglesia al simple
crecimiento numérico y de un «vaciamiento» de la conciencia social de los
creyentes.” Por eso es necesario conocer y comprender la práctica liberadora de
Jesús como paradigma para la misión, en una realidad social orientada por los
valores de la «cultura del mercado». En ese sentido, esta reflexión parte del
presupuesto de que en el Evangelio de Lucas encuentra campo en común un
conjunto de temas teológicos que articulan una comprensión de la misión en términos
de liberación integral” (López 1998, 220).
En otras
palabras, la fraternidad y la
solidaridad del estado con los ciudadanos víctimas de la exclusión económica y
social apunta a la disminución de la desigualdad económica, lo cual implica
muchísimo más que una medida populista como el aumento extraordinario del
salario mínimo. Lo que los pobres necesitan es ser dueños de su país. Eso sí que
acabaría los odios y los resentimientos producidos por la injusticia social.
Como se ve,
en América Latina se ha hecho reflexión teológica sobre asuntos económicos,
pero lamentablemente es desconocida por el pueblo evangélico. Nuestros teólogos
nos invitan a articular la misión de la iglesia a la luz de la totalidad de la
Sagrada Escritura, en diálogo con las ciencias sociales y en respuesta a las
realidades más acuciantes nuestras. Nos toca entonces a los cristianos decidir
de quién vamos a aprender qué es una economía cristiana, y mantener el diálogo
abierto entre teólogos, economistas y científicos sociales.
Con todo,
todavía se oye a pastores decir que ellos no se meten en temas de política y
economía porque su labor es predicar el evangelio. Pero por muy espiritual que suene,
eso no es posible ni deseable; Primero, no tenemos existencia por fuera de la
economía y la política. Por eso precisamente es que la Biblia habla tanto de
esos temas. Y segundo, si no escuchamos a los teólogos y economistas cristianos
que hablan del tema, escucharemos a otros que, movidos por los clásicos
intereses politiqueros y engañosamente solidarios, impondrán sus dogmas
anticristianos, los llamarán cristianos y, les harán creer a muchos cristianos
que lo son.
A la luz de
lo anterior, hay por lo menos tres cosas que no podemos hacer: 1) No podemos
decir que los cristianos no saben de economía del reino de Dios porque no ha
habido teólogos latinoamericanos que se hayan ocupado del tema. 2) No podemos creer
que los problemas estructurales y sociales históricos de un país se arreglan
con la (mal) llamada “economía cristiana”, la cual consiste en darle
contentillo a la mano de obra barata agregándole limosnas al salario mínimo,
sin darse cuenta de que el pueblo pobre, sin el cual la economía no camina, no necesita
acciones de un gobernante clientelista bonachón cual faraón, sino soluciones
estructurales que distribuyan la tierra y la riqueza de manera más equitativa. 3)
No podemos desaprovechar el momento actual en el que contamos con grandes
números de profesionales y teólogos cristianos con los cuales sería posible
articular teologías robustas, contextuales y asequibles para el pueblo
latinoamericano.©Milton
Acosta 2018