Dos lentes, un marco y unas gafas de sol para leer una pandemia
Primer lente: Lectura bíblica de la pandemia
3 Inequidad, desproporción y misterio teológico
Milton Acosta, PhD
Dos de las palabras que más
hemos escuchado en estos días a raíz de la pandemia son, inequidad y
desproporción. Ambos términos se refieren a unas condiciones y cantidades en
relación con otras. Por cuenta de estas aberraciones sociales, ciertos grupos
de personas han sufrido la pandemia de Covid-19 de manera desproporcionada.
Esto es resultado de los modelos y políticas económicas, cuyos efectos la gente
los siente a diario, pero se hacen evidentes en situaciones extremas. Quien menos
tiene menos puede obedecer las órdenes de confinamiento, y le toca escoger
entre morir del virus o morir de hambre. Lo más increíble es que esto ocurre
hasta en algunos de los países llamados ricos, poderosos y desarrollados.
Aunque la Biblia tiene un
claro y reiterativo discurso sobre la justicia social y contra la inequidad, entre muchos
cristianos en América Latina, especialmente evangélicos, existe una aversión al
uso de estos términos. Algunos le atribuyen este rechazo a la influencia,
también desproporcionada, que ha tenido acá el discurso político del ala más
conservadora de los evangelicals en Los Estados Unidos, que históricamente ha confundido
justicia social con el socialismo de los países del hemisferio occidental, con
Castro, con Ortega, con Chávez. Poca referencia se hace a lo que ha significado
la justicia social en los países europeos, en Japón o Nueva Zelanda, donde se
ha buscado exitosamente la justicia social sin tener que padecer bloqueos
económicos o un golpe militar. Aquí hay mucha tela que cortar en todas las
direcciones. El hecho es que la radicalización política tiene complejidades que
no se pueden ignorar. Piense no más en los enamorados que tienen a los padres
en contra.
Volviendo a la inequidad y la
desproporción, la misma situación se da en El
amor en los tiempos del cólera. También ocurre
que el mayor número de víctimas se concentra en ciertos barrios de la ciudad. Por
qué, se pregunta uno, es esto así y siempre ha sido así. No es solamente por la
“indisciplina de esa gente sin educación” o por la necesidad de salir a
buscarse la vida, sino por otra razón de la que poco se habla, “esa gente” no
le cree nada al gobierno; no creen que haya pandemia, ni las formas de contagio, ni nada; para algunos es una trampa, una estrategia para mantenerlos en la pobreza. Esto no es novedad coyuntural; es una incredulidad histórica con cimientos firmes. De modo que pierde su plata el gobierno en campañas
para mejorar una imagen que para la gente no tiene arreglo. Habrá que ver qué porcentaje de la población padece esta incredulidad.