Ni títere ni traidor
Milton Acosta, PhD
Cuando
Salomón subió al trono, mucha gente pensaba que solo tenía dos opciones, ser un
títere o un traidor. Esto se deduce de la
forma como llegó al trono. Todo fue obra de otros, de una maquinaria
política eficaz. Tan es así que en la recta final de la pugna por el trono,
Salomón no tuvo necesidad de decir una sola palabra (2R 1–2). En conclusión, tenía
que ser títere, pues para nadie es secreto que los favores políticos hay que
pagarlos, a lo bien.
La otra
opción de Salomón era ser traidor; obrar de manera contraria a los deseos de
quienes lo subieron al trono y echárselos de enemigos, como le pasó a Saúl, a
quien al final todos le dieron la espalda. Pero, no toda traición política es
mala, como la de Samuel con Elí, su mentor. La pregunta es si, una vez en el
poder, el gobernante tiene el talante necesario para traicionar a gente tan
poderosa y salir política y físicamente ileso.
La historia
demostró que a última hora Salomón no fue ni el títere ni el traidor que
esperaban sus detractores, fue peor, fue él mismo. Es cierto que primero fue
títere de su padre. Se dedicó a obedecer las órdenes expresas de David, quien a pesar de estar bastante viejo y
escaso de alientos, tuvo fuerzas suficientes para designarlo como su sucesor en
el trono de Israel y para darle órdenes extensas y precisas, ¡que sea un hombre!
y que obedezca a Dios (1R 2:1-4), como le dijo Dios a Josué. Pero David no es
Dios ni Salomón Josué.
Las órdenes específicas con
respecto a los enemigos son: eliminar a Joab (2:5-6), perdonarle
la vida a los hijos de Barzilay (2:7) y ajusticiar
a Semeí (2:8-9). En síntesis, las instrucciones que David le da a Salomón poco
tienen que ver con las que figuran en Deuteronomio para un rey (Dt 17:14-20).
Tampoco figura nada sobre la confianza en Dios, la práctica de la justicia y la
defensa de los pobres, como reza en el Salmo 72, cuyo encabezado lee “de
Salomón” (lišlōmōh, לִשְׁלֹמֹה), como dicen otros “de David” (lǝdāwid,
לְדָוִד), pero que muchas versiones
traducen “para Salomón”, quizá por la falta de justicia social en el reinado de
Salomón.
Superada la
sombra de David, Salomón se convirtió en un rey igual a los demás pueblos, como
lo quiso Israel. Pero Salomón lo hizo tan bien, o sea, tan mal, que dividió a
su pueblo en dos por siempre; y su hijo Roboán le aprendió muy bien (1R 12). Pero
fíjese lo que son las cosas; Salomón fue un hombre agradable; tanto, que tenía
cientos de mujeres que lo seguían a todas partes en sus redes sociales. Hasta Trump
en sus mejores años le hubiera tenido envidia. Pero, a diferencia de Trump, Salomón
fue además poeta y le gustaba mucho el conocimiento; sabía mucho de botánica, coleccionaba
poemas y textos de sabiduría de todas partes, y hasta escribió los suyos. Probablemente
hablaba otros idiomas sin acento hebreo. ¡Un tipazo! Qué le vamos a hacer.
En el tema
religioso, como en el económico, Salomón fue un verdadero liberal. No tenía
problemas en asistir a un culto egipcio por la mañana y al hebreo por la tarde.
Mejor dicho, un hombre de avanzada, adelantado a su tiempo, sin prejuicios ni
arrogancias teológicas. A los profetas no les hizo mucha gracia, pero a él y a
sus mujeres les pareció lo máximo (1R 11).
En cuestiones de política económica y social fue
donde Salomón más sobresalió, por lo malo. En realidad no fue ni títere ni
traidor. Resultó siendo un tigre que además incentivó el comercio internacional
(1R 10). Armó un verdadero reino al mejor estilo de los monarcas, con un ejército
respetable, grandes edificios, lujos por doquier y derroche de conocimiento.
Pero todo esto apenas lo pudo disfrutar una minoría que se alimentaba del
trabajo de la mayoría. Es decir, en Salomón se cumplieron las palabras de
Samuel al pie de la letra (1S 8). Tan pesados fueron los impuestos, que el
pueblo se sublevó y al final el reino se dividió (1R 13). Ese fue el “logro”
más grande y duradero de este rey que llegó al trono a corta edad y sin
experiencia. Pero quienes lo subieron al trono se sintieron victoriosos, ¡creyeron que habían ganado! A fin
de cuentas, Salomón fue el tigre que nadie sabía que era. Se los devoró a todos
vivos. ¡Qué miedo! Pero no es a priori, es ex post facto.©Milton Acosta 2018