mayo 31, 2008

Gracia y Gracias (2)


Dios te da lo que yo te dé y Dios me da lo que tú me des
Milton Acosta, Ph.D.

La generosidad no se puede decretar. Así que, Dios ordenó las relaciones agrarias, comerciales y laborales de tal manera que se evitara la explotación, la pobreza y la mendicidad. La tierra produce suficiente para que todos podamos comer y vivir vidas dignas, porque todos somos portadores de la imagen y semejanza de Dios. Los gobernantes son puestos por Dios para distribuir los bienes a todos con justicia y equidad. Y, a los creyentes, la Biblia nos invita a ‘hacer el milagro’ de obedecer la Palabra de Dios.
Los latinoamericanos debemos reflexionar en esto de las buenas obras. Primero, porque en vez de buscar la raíz de los males sociales y de responder a ellos, con mucha facilidad corremos detrás de cada nuevo San Gregorio que aparece, ahora vestido de ‘cristiano’ o ‘evangélico’, y que habla como subastador profesional de bendiciones. Segundo, porque buscamos ‘anotarnos puntos en el cielo’ haciendo buenas obras ‘para que Dios nos tenga en cuenta.’[1] Siendo que en América Latina en muchos sentidos todavía nos queda mucho de la mentalidad medieval, vale la pena recordar esta descripción: “Lo que domina la mentalidad y la sensibilidad del hombre medieval, lo que determina lo esencial de sus actitudes es el sentimiento de inseguridad... Inseguridad fundamental que se centra, en definitiva, en la vida futura, que no se le asegura a nadie, y que las buenas obras y la buena conducta jamás garantizan por completo.”[2] Tercero, porque los seres humanos somos egoístas: “el que desea ver a otro próspero, por esperanza que tiene que de allí le ha de venir algún bien a él, no parece que le tiene al tal buena voluntad, sino antes a sí mismo.”[3]
Volviendo a nuestra pregunta inicial, ¿cómo es entonces que Dios ‘levanta del polvo al pobre y saca del fango al necesitado’ (Salmo 113:7) en la mayoría de los casos?[4] Hay varias formas. Cuando los profetas bíblicos vieron la pobreza no hicieron milagros a cambio de dinero para ‘el ministerio.’ ¡Imposible que les quitaran a los pobres lo poco que tenían! Eso hacían los falsos profetas de ayer y hacen hoy. Los profetas verdaderos se fueron a la raíz del problema: denunciaron la corrupción y se pusieron de parte de las víctimas (Isaías, Amós, p.ej.). No vendieron milagros.
Todos los creyentes en Dios están llamados a las buenas obras. Pero no para la salvación,[5] sino para algo mejor: para que Dios sea glorificado. No se debe pensar en las buenas obras como cuotas que se pagan de una deuda. La única deuda que tenemos es la de amar a los demás y esa debemos mantenerla siempre. No se trata tampoco de ‘yo quiero ser un adorador’, sino de ‘yo quiero que otro sea un adorador.’ Así fue como Noemí pasó de la amargura (Rut 1) a la celebración (Rut 4), por Boaz.
Las buenas obras en la Biblia son parte de lo que podríamos llamar ‘teología bonita.’ Bonita porque trae consigo una alegría multiplicadora. Se alegra quien es objeto de las buenas obras; se regocija el que lo observa; el que recibe glorifica a Dios; Dios también se alegra tanto por el que dio como por el que recibió. Es sin duda una gran bienaventuranza. Tan importante es esto, que el cristiano no solamente debe andar en el Espíritu (Rom 8:4) y en la verdad (2 Juan 4), sino también en buenas obras (Efesios 2:10). ¡Obras que Dios preparó! Por eso se puede ser rico en ellas (1 Tim 6:19). En ellas hay que ser celoso, tanto como en la doctrina (Tito 2:14). Por eso hay que animar a otros a que las hagan (Heb 10:24).
Ya que está tan de moda ‘el poder’, imagínese ese gran poder que usted tiene: ser un instrumento de la gracia de Dios para que otra persona vea a Dios y lo glorifique. Este es tal vez el aspecto más bonito de las buenas obras, el cual aparece con mucha frecuencia en la Biblia: la manifestación de la gracia de Dios por medio de otras personas con un gran y sublime resultado: la gente glorifica a Dios y le da gracias[6] (1 Tim. 2:10; 2 Tim. 2:21; 3:17; Tito 3:1). La perspectiva bíblica no es entonces si yo me salvo haciendo buenas obras, sino que otros se salvan por mis buenas obras. Así que, con sus buenas obras, ¡salve a quien pueda! Fin del egoísmo.

©2008Milton Acosta

[1]Véase John Barton, Ethics and the Old Testament (Harrisburg, Pennsylvania: Trinity Press International, 1998), 93. Cf. Christopher J. H. Wright, Old Testament Ethics for the People of God (Leicester, Inglaterra: Inter-Varsity Press, 2004), 45. Según Wright, a diferencia de sus vecinos, el antiguo Israel rechaza la idea de ganarse el favor de Dios con sacrificios y buenas obras.
[2]Jacques Le Goff, La civilización del occidente medieval, trad. Godofredo González (Barcelona: Paidós, 1999), 287.
[3]Aristóteles, Ética a Nicómaco, V, 9 y IX,5
[4]También hay que preguntarse cómo llegó el pobre al polvo, por qué causas, o mejor dicho, quién lo tiró al suelo, como preguntaría Paulo Freire. No es nuestro tema en este momento, pero son preocupaciones muy bíblicas.
[5]En el siglo 16 (tiempos de la Inquisición Católica Romana) se podía condenar a alguien por negar el valor de las buenas obras para la salvación. Al otro extremo, ha habido protestantes que han considerado dañinas las buenas obras porque ‘perjudican la gracia.’
[6]Sobre el tema, véase el excelente libro (aunque desactualizado ya en algunas cosas), Julio R. Maestre, Las buenas obras: Un imperativo de Jesús (Buenos Aires: Certeza, 1981).

mayo 17, 2008

Gracia y Gracias (1)


Dios te da lo que yo te dé y Dios me da lo que tú me des
©2008Milton Acosta
Mucho se ha discutido en la historia del cristianismo el tema de las buenas obras y su relación con la salvación, qué valor y que lugar tienen éstas en la vida del cristiano, si las buenas obras salvan o no. El tema se plantea a veces en blanco y negro: ‘los católicos creen en la salvación por obras, los protestantes en la salvación por la fe’. Pero, por ser un asunto de la esencia humana, se resiste a tales simplificaciones. Por cierto, aparte de la afiliación eclesiástica, los seres humanos, aunque prediquemos la gracia, tenemos la tendencia a por lo menos tres actitudes: (1) esperar favores de Dios por nuestras buenas obras, (2) molestarnos con Dios cuando no los recibimos y (3) envidiar a los que los reciben ‘por menos méritos’ que nosotros. Así pues, sin negar la importancia de los dogmas, pesa mucho la forma que estos toman en los creyentes que dichos dogmas creen.
La Biblia dice en muchos lugares que Dios socorre al huérfano, vela por las necesidades de la viuda, provee para los pobres y cuida al extranjero (p.ej. Salmos 113, 146). Eso, según la Biblia, lo hace Dios. Pero, ¿se ha preguntado usted cómo es que Dios hace eso? Para esto hay respuestas populares y respuestas bíblicas.
El público latinoamericano de ascendencia cultural animista escucha algunos predicadores que afirman que detrás de cada desgracia, dificultad y carencia hay alguna fuerza, energía o espíritu maligno que sólo él, cual respetable chamán, brujo o psíquico, es capaz de conjurar con su fe, oraciones y poder, a cambio de alguna suma de dinero ‘para la obra de Dios’, generalmente con el sistema prepago. Esa es la versión ‘espiritual’ de la teoría de la conspiración.[1] Pero ya llevamos demasiados siglos escuchando de la misma fe paranoica con distintos ropajes como para seguirles creyendo. Además, no se puede, como dice la Biblia, eludir las responsabilidades sociales con las oraciones. Hay que ser histórica y teológicamente responsables. Sin descartar los milagros, porque no hay duda que Dios es poderoso y actúa en la historia. Si no fuera así, ¿qué Dios sería?
Pero recordemos que no somos Alicia ni vivimos en el País de las Maravillas, como algunos quieren (des)dibujar a los cristianos y al cristianismo. Recordemos también que el relato bíblico (desde Abrahán) abarca por lo menos dos mil años. En esos 20 siglos se dan tres épocas de concentración de milagros: el período del éxodo y entrada a la tierra prometida, el tiempo de los profetas Elías y Eliseo, y la época de Jesús en la tierra. A esto se le añaden naturalmente otros casos particulares. Es decir, durante la mayor parte de los tiempos bíblicos no era como en los días de Moisés y Josué, de Elías y Eliseo o de Jesús y sus discípulos, como se puede constatar en la misma Biblia y luego en la historia del cristianismo. Siendo así las cosas, no se puede predicar, ni creer, ni vivir, ni correr con un evangelio a cien milagros por kilómetro. No se puede pretender que esas tres épocas se junten en el día de hoy, en la vida de cada creyente y en los cuatro puntos cardinales. Vivimos en la tierra, la misma tierra de la Biblia. Reiteramos que nada de esto niega que Dios sea poderoso ni que haga milagros; para nada. Dios es poderoso y hace milagros hasta la fecha. Lo que se cuestiona es la espiritualidad que explota a los incautos y se esconde en la oración para ignorar y evadir los graves problemas sociales de nuestro continente.
¿Qué es lo que dice la Biblia, entonces? En esta tierra, que es el mismo mundo de la Biblia, Dios le dijo a su pueblo que las necesidades de los más pobres se atendían de tres formas: por ley, por generosidad y por actos especiales de Dios. Dos nos tocan a nosotros y una a Dios. Por ejemplo, según Levítico 19, todos somos responsables de todos en todos los niveles de la sociedad, desde la familia hasta las multinacionales. Eso es lo que espera Dios. Continuará...
©2008Milton Acosta


[1]De esta manera se eliminan de un tajo las responsabilidades individuales y colectivas de los males sociales. En contra de estas ideas, Popper dice: se “debe reconocer que la persistencia de las instituciones y colectividades crea un problema que debe solucionarse mediante un análisis de las acciones sociales individuales y sus consecuencias sociales involuntarias (y a veces no deseadas) y también las esperadas.” Karl Popper, "En busca de una teoría racional de la tradición," Estudios Públicos 9 (1983). Véase también James G. Frazer, Magia y religión (Buenos Aires: Leviatán, 1993). Para la versión hermenéutica, véase, Umberto Eco, Los límites de la interpretación, trad. Helena Lozano (Barcelona: Editorial Lumen, 1992), 59–62.

mayo 10, 2008

Ezequiel, un profeta con alto rating


Teología, Música y Farándula
©2008 Milton Acosta
Si un famoso teólogo cristiano graba un CD de música cristiana, ¿piensa que la gente lo compraría? Y si lo compra y lo escucha, ¿dirá ‘qué buena música’? Tal vez su respuesta será ‘eso depende’. Y ¿de qué depende? ‘Pues de tres cosas—dirá usted—: de la calidad de la voz, del contenido de la letra, y de la calidad de la música.’ Tiene toda la razón.

Ahora imagínese el caso contrario. Si un famoso cantante cristiano predica o publica un libro de teología, ¿usted lo escucharía y compraría el libro? Y después de escuchar y leer, ¿dirá ‘qué buena predicación y qué buena teología’? Tal vez la respuesta de mucha gente no será ‘eso depende’, sino que tenderá a estar de acuerdo y aprobar lo que dice el famoso cantante. ¿Por qué no dice ‘eso depende’? Probablemente por la misma razón que se usan los famosos para hacer propagandas de toda clase y porque sus vidas parecen interesarle a todo el mundo.[1] La gente les cree nada más porque son famosos. No hay más criterios. Su credibilidad y su autoridad radican en su fama. Es decir, los cristianos tenemos más criterios para decidir sobre la música, porque sabemos más de ella que de la teología y por la emoción y sentimientos que la música produce. Eso para la iglesia es lamentable.

Hubo un profeta, digamos ‘el teólogo,’ que tuvo una brillante idea y dijo: ‘si música es lo que quieren, música les daré.’ Así, Ezequiel se convirtió en una ‘estrella del pop’ y alcanzó el rating más alto de cualquier profeta bíblico. ¡Cómo lo disfrutó Ezequiel![2] Pero, ante el éxito Dios le dijo: ‘En realidad, tú eres para ellos tan sólo alguien que entona canciones de amor con una voz hermosa, y que toca bien un instrumento; oyen tus palabras, pero no las ponen en práctica’ (Ezequiel 33:32). ¿Y por qué es esto así? Por lo que dice el versículo anterior: ‘Y se te acercan en masa, y se sientan delante de ti y escuchan tus palabras, pero luego no las practican. Me halagan de labios para afuera, pero después sólo buscan las ganancias injustas.’ En otras palabras, ‘señor predicador y señor cantante, no se confunda, no se deje engañar por el rating.’ En el reino de Dios, fama y fans no sirven si no hay obediencia y práctica de la justicia.

Así las cosas, sería trágico que al cantante cristiano se le juzgara sólo por las ventas de CDs, MP3 y por el estadio lleno. Recordemos que el cantante cristiano no sólo canta, predica. Por tanto, debe ser estudioso tanto de su música como de las Escrituras y la teología. En otras palabras, lo más importante para el músico cristiano debe ser el mensaje que conduce a la obediencia. Si lo que busca es otra cosa, entonces que se vaya con su música para otra parte.

Un musicólogo africano dice que “el tema seleccionado para una composición musical cristiana debe ser tratado bíblicamente y en profundidad.” El compositor cristiano debe tener un conocimiento teológico de los asuntos espirituales que trata en sus canciones. Si lo que distingue a la música cristiana de la secular es la letra, entonces así debe ser. Si el compositor desconoce en profundidad la Biblia y la teología, corre dos serios riesgos, o decir herejías o no decir nada.[3] Sobre esto último, vale la pena añadir que lamentablemente existe música cristiana que no sólo es pobre teológicamente, sino pobre también la calidad artística, tanto de la poesía como de la música en sí. En ocasiones preocupan más las “imágenes de éxito, admiración y bienestar económico,”[4] que lo que se dice y cómo se dice.

‘Entonces—dirá usted con tono irónico—¿cuanto más aburrido el predicador, mejor?’ No. Igual tragedia sería que al predicador por el contrario nadie quiera oírlo por lo aburridor, como también es peligroso que sólo lo oigan porque ‘ay, es que habla tan bonito.’ Un músico baladí, coco seco, es tan lamentable como un predicador aburrido. Claro está, ¡el músico vivirá mejor por sus ventas! Pero para el reino de Dios no habrán hecho mucho ninguno de los dos. Aprendamos de Ezequiel.
©2008 Milton Acosta

[1]Jaap van Ginneken, Collective behavior and public opinion: rapid shifts in opinion and communication (Mahwah, New Jersey, EEUUA: Lawrence Erlbaum Associates, 2003), 123, 130, passim.
[2]Leslie C. Allen, Ezekiel 20-48, Word Biblical Commentary (Dallas, Texas, EEUUA: Word Books, 1990).
[3]Femi Adedeji, "Essentials of Christian music in contemporary times: A prognosis," Asia Journal of Theology 20, no. 2 (2006): 234.
[4]Miguel Ángel Mansilla Agüero, "Del valle de lágrimas al Valle de Jauja: las promesas redentoras del Neopentecostalismo en el más acá," Polis 5, no. 14 (2006).