febrero 07, 2019

Entre la espada y la pared


El troleo asirio: La salvación no es gratis

Milton Acosta, PhD
La espada del imperio asirio traía pintada en la punta una carita feliz. No sabemos si el Rabsaces cargaba una libreta de apuntes a la vista de todos, si era canoso o si tenía bigote copioso, pero por los relieves asirios, suponemos que tenía el cabello largo y tal vez barba. Usaba brazaletes en la muñeca y encima de los codos. El vestido era largo hasta los tobillos, calzaba algún tipo de sandalias y al cinto la espada (Is 36-37 y 2R 18).

El imperio asirio se mete con Judá porque allí tiene intereses económicos y geopolíticos que lo fortalecerán, pero como eso no se dice y siempre es mejor parecer que se quieren ahorrar muertos, pone de fachada el interés por el bienestar de los ciudadanos oprimidos y carenciados. En ocasiones el imperio se servirá de algún lacayo mandadero bien dispuesto, ingenuo y atrevido (lo que hoy llamaríamos idiota útil, que cree que el imperio es su amigo), para comunicar el mensaje en el idioma de la gente. 

La oferta de paz es en realidad una amenaza humillante, pero ofrece una vida próspera y feliz para todos, especialmente los militares. A estos últimos les hablan de amnistía total y mejor vida; solo tienen que cambiarse de bando y ya está, cosa que los militares históricamente han hecho (2R 25:1-7). De paso se les hace saber que ningún poder celestial ni terrenal podrá defenderlos. Sabido es que los poderes de Egipto y Mesopotamia peleaban por y en la tierra de Siria-Palestina. 

La oferta de sometimiento al imperio, es decir, la amenaza, se hace en nombre de Dios y en sitio público, de manera que la difusión sea rápida y produzca dos efectos simultáneos, miedo para unos y esperanza para otros. El estanque del acueducto en Jerusalén como tarima para el discurso del Rabsaces equivale al uso de las redes sociales y la televisión hoy. Un toque de trompeta hubiera bastado para tener la atención de toda la ciudad; los chasquis se encargarían del resto del país.

El mismo cuerpo cuya boca emana el discurso de apariencia amable lleva al cinto una espada y tiene detrás un gran ejército. Para completar el cuadro, los palacios asirios estaban llenos de representaciones de guerras para que todos los vasallos en sus visitas oficiales al imperio vieran cómo el ejército asirio hacía trizas a sus enemigos. Producir estos videos tomaba años. El margen de maniobra para todas las partes (Ezequías, el ejército, los teólogos y el pueblo) es bastante limitado. El estado de sitio de la época antigua equivale a los bloqueos económicos actuales que asfixian al país más de lo que ya está por causa de los malos gobiernos y la corrupción.

Ezequías reinó a la sombra del gran imperio asirio; encima era inmaduro. Sin duda, el rey de Judá es para Asiria un reyezuelo y Judá una especie de Judazuela. Para colmo, le tocó oír el discurso de Senaquerib pasado por cinco bocas: de Senaquerib al Rabsaces, de este a Eliaquim, Joa y Sebna, y de estos tres a Ezequías. El título de Rabsaces no corresponde exactamente a duque en la realeza asira, pero sí es un funcionario importante en la jerarquía. Es cierto que Asiria no invadió a Judá después de este discurso, pero de que Judá fue exprimida no hay duda. Hasta el oro que adornaba el altar pagano que Acáz había construido en el templo de Jerusalén (2R 16:1-20) le sirvió a Ezequías para calmar momentáneamente la imparable política expansionista de Asiria. ¡Y todavía la gente cree que los templos paganos no sirven para nada! De todos modos, no fue la primera ni la última vez que Israel y Judá pagaron tributo a algún imperio y que el esplendor del templo fuera desmantelado.

Es muy probable que mucha gente en Judá se hubiera entusiasmado con el discurso del Rabsaces y sus términos. Es que el hambre la estaban pasando ellos, y en esa desesperación, no veían la espada ni el tributo en el discurso, sino la carita feliz, de cuán humana y salvadora era la mano que Asiria les tendía. A juzgar por las profecías de Oseas y Miqueas, seguramente las lealtades con Ezequías no estaban aseguradas. Pero, la ineptitud de los gobernantes de Israel no convierte a Asiria en auténtico salvador.

La situación de Judá es única en muchos sentidos, incluyendo el teológico, pero el modus operandi de los imperios no lo es. Excepciones ha habido, pero el interés de un imperio para intervenir o no intervenir territorios y gobiernos generalmente está determinado por intereses económicos y geopolíticos. Por eso la primera pregunta debe ser ¿qué trae al imperio por aquí que no lo llevó por allá?

Las reacciones ante las amenazas de los asirios fue silencio, rasgadura de vestidos, pérdida de la confianza en Ezequías y su capacidad para defenderlos, y finalmente, indignación porque los asirios habían ofendido al Dios de Israel. Falta ver qué dirá Isaías cuando le consulten qué hacer ante semejante amenaza. ¿Quién quiere ser profeta en un momento así?©Milton Acosta 2019