Mateo 15:21–28
Milton Acosta PhD
Que la fe de la mujer sea loable, que luche por su hija, y que no se amilane ante la adversidad, nadie lo discute, pero ¿no es demasiado que la dejen sin nombre, que Jesús la ignore y que los discípulos [1] y hasta el mismo Jesús la traten con desprecio? “¡Exijo una explicación!”, dirá el lector indignado. Hagamos el intento de comprender.
1. Hay por lo menos dos posibilidades para explicar el anonimato de un personaje en la literatura: por menosprecio o para no convertirlo en héroe. Según la primera, el anonimato en una historia, en este caso bíblica, es una forma de opresión, reflejo de una cultura jerárquica y machista.[2] Esta alternativa no funciona en nuestro caso por tres razones: (1) los hombres del relato, aparte de Jesús, tampoco tienen nombre; (2) la mujer, aunque sin nombre, es exaltada; y (3) hay historias en el Nuevo Testamento con hombres sin nombre (Lc 7:9; Mt 8:10; 9:18–26; 19:16–30), así como historias de mujeres con nombre (Mt 28:1–10). De modo que la mujer sirofenicia, sin tener nombre ni título de “discípula”, es sin duda más discípula que los discípulos. [3] Poco importa el título si no hay la substancia.
Otra alternativa es que el escritor no quiere hacer del personaje un héroe inalcanzable. Al quedar sin nombre, el lector se puede identificar con el personaje[4] y sentir que él o ella puede ser ese personaje. Si aplicamos esto a los discípulos anónimos, ¿qué diremos si ellos son el mal ejemplo? Pues lo mismo, que el lector también puede identificarse con ellos en su mal proceder. Esto no nos debería costar mayor trabajo.
2. La segunda pregunta que nos provoca este texto es por qué Jesús no sanó la hija de esta mujer sin tanto rodeo. Es probable que quisiera probar la fe de la mujer, como lo hizo en otros casos con los discípulos; pero de todas maneras, por qué así, con un trato displicente y humillante.
3. Lo del trato es más complejo, pero hay alternativas interesantes. Algunos estudiosos de esta historia creen que Jesús necesitó de la insistencia de la mujer para cambiar de opinión con respecto a los gentiles. Es decir, Jesús pensaba como sus discípulos; era un judío etnocéntrico igual que todos.[5] Pero ¿qué sentido tiene eso si para Mateo Jesús es el Hijo de Dios, Dios hecho hombre? Ya ha atravesado la frontera de la divinidad a la humanidad, se junta con prostitutas, publicanos, samaritanos y toda clase de gente. Más aún, ¡los pone de ejemplo!
Es más probable que Jesús haya cruzado la frontera de Galilea[6] para enseñar una lección fundamental a sus discípulos: La misión de la iglesia no respeta etnia ni geografía, así como la justicia, que “no reconoce” ni “teme a ciertos rostros” (Deut 1:17). Jesús saca a sus discípulos de la comodidad y les da un pequeño tour geográfico y teológico:[7] (1) Acaba de discutir el tema de la impureza en el relato anterior y les explica cuán equivocados están al pensar que los ritos judíos son los que purifican a una persona. (2) El evangelio de Mt empieza con una genealogía donde se incluyen por lo menos 3 mujeres que los judíos llamarían “perros”. Y (3) el final de Mateo es la gran comisión a todos los pueblos de la tierra.[8] Con la historia de la mujer sirofenicia, Jesús les ilustra todo eso en vivo.
Algunos autores sugieren que las duras palabras de Jesús van acompañadas de un guiño en su rostro. El guiño no se ve en el relato, pero se puede suponer. Es decir, Jesús le habla a ella como ella esperaría que le hablara un judío. Pero el propósito es, como en las parábolas, “voltear la torta” y darles una vergonzosa estocada teológica a los discípulos, incluyendo los lectores. Pareciera hacerles creer que él piensa como ellos para luego darles la sorpresa. La prioridad de Israel con respecto a los gentiles es histórica, no psicológica ni social. Y lo que reciben los gentiles de la salvación tampoco son migajas. Al trascender cultura y nacionalidad, Jesús invita a sus discípulos a hacer lo mismo.[9]
“Por ser parte de nuestra crianza y ambiente, [la cultura] también es parte de nosotros, y nos resulta muy difícil pararnos fuera de ella para evaluarla cristianamente. Sin embargo, eso es lo que debemos aprender a hacer porque, si Jesucristo ha de ser Señor de todo, nuestra herencia cultural no puede estar excluída de su señorío. Y esto se aplica tanto a las iglesias como a los individuos.”[10] Dios no tiene cultura favorita (Ap 21:26–27), ni siquiera la judía.
En conclusión, si no creemos en un reino de Dios multiétnico y multicultural, entonces tampoco podemos creer en Dios ni en su palabra. Al cruzar fronteras el creyente muestra cuánto conoce a Cristo. Si su posición y cultura son para usted lo más preciado y en su pedestal se sube para menospreciar a otros, Cristo lo invita a que se baje y sea más como él. Salga de su círculo, búsquese una sirofenicia, un “perrito” quizá de otro color y re-conozca el evangelio. Fin
[1]Tal vez los discípulos intentan despachar a la mujer porque pensaron que a Jesús le había molestado. Con esto le devolverían a su maestro la tranquilidad. R. V. G. Tasker, Matthew (Leicester, Reino Unido: InterVarsity, 1961), 150–151.
[2]Véase, p.ej., Janis Jaynes Granowski, “Polemics and Praise: The Deuteronomistic Use of the Female Characters of the Elijah-Elisha Stories” (Ph.D. diss., Baylor University, 1996).
1 comentario:
Gracias por esta interpretacion, puedo discernir que el Señor le respalda :) me gusta la idea de que Jesus sonrio al decirle esas duras palabras a la mujer.. Logro imaginarlo, genial! Bendiciones
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