Milton Acosta PhD
Las actitudes de quienes se encontraron con Jesús se pueden resumir en tres grupos: los que creyeron,[1] los que lo rechazaron y los que dijeron “hablamos más tarde” (cp Hechos 16:32–34). Estamos hablando aquí del segundo.
Se puede suponer que las etapas de la relación de este grupo de judíos con Jesús es más o menos así: (1) escuchan los rumores de lo que Jesús dice y hace; (2) van a ver para cerciorarse; (3) le hacen preguntas para entender mejor o para ponerle trampas; (4) entienden, pero como no pueden aceptar lo que oyen, discuten; (5) cuando no les quedan más argumentos recurren al insulto y al abuso; (6) lo amenazan de muerte porque ven a Jesús como una amenaza de proporciones religiosas y políticas peligrosas; (7) se confabulan con el poder de turno para acabarlo.
El mérito de los que insultan a Jesús llega apenas hasta la cuarta etapa. Son personas fieles a unas tradiciones teológicas sólidas y serias,[2] que han considerado las implicaciones de la persona y mensaje de Jesús, y, aunque lo que resulta es un insulto, se trata de conclusiones teológica pensadas. Es decir, este insulto no es malo del todo. No hablan por hablar; no repiten como loros rumores que andan por ahí; no son perezosos mentales.
La recomendación del texto para nosotros es clara: antes de insultar a Jesús, hay que oír y examinar para no hacer el ridículo que hace mucha gente que rechaza con argumentos de academia barata como la del Código Da Vinci, o por lo que dicen los segmentos de farándula en los noticieros amarillistas de televisión. Tampoco es mejor hacerse el “educado” que dice: “ah sí, Jesús me parece muy interesante.” Los que insultan a Jesús en Juan no son turistas de la fe. Son gente que busca a Jesús, lo ha escuchado con atención, y concluyen que lo que dice es ofensivo para ellos. Por eso lo insultan.[3] Así que si estos judíos fueron atrevidos, por lo menos se tomaron el trabajo de escuchar y pensar. Igual o más atrevido es quien insulta a Dios sin pensar y sin piso, que el que lo hace por convicción. En otras palabras, estas personas que insultaron a Jesús en Juan 10–12, aunque se hayan equivocado, son ejemplares.
Si Dios existe, y si Jesucristo es Dios, obviamente no se le debe insultar. La pregunta es cómo llegaron estas personas en Juan al insulto. Mejor dicho, si alguien va a insultar a Jesús y a descalificarlo, que no lo haga desde una ignorancia maquillada con medio semestre de universidad, si no a partir de una reflexión basada en un examen serio y pausado de quién es Jesús y de las implicaciones de su persona y su mensaje. Por ejemplo, una persona que no ha leído ni estudiado la Biblia, no tiene ningún derecho intelectual ni teológico ni razonable para rechazar a Jesús o burlarse de sus seguidores, porque no sabe de qué está hablando; habla por hablar. ¡Y hay que ver cuánta gente lo hace! Es ridículo. ¿Cómo puede uno llegar a conclusiones sobre el calentamiento global sin haber estudiado el tema? Pero todo el mundo se cree experto en calentamiento global así como se cree experto en Dios y en la Biblia.
Al que piensa, le sirve para analizar el razonamiento de las primeras personas que rechazaron a Jesús con argumentos. Al que no piensa, le sirve para preguntarse si al rechazar a Jesús y no seguirlo, sabe lo que está haciendo. Sería el colmo de la desgracia que un individuo se perdiera de conocer a Dios sólo porque le dio pereza investigar y pensar o porque “por ahí dicen.” No se trata de decidir si el iphone es bueno y necesario, se trata de Dios, quien, si es cierto que existe, es la consideración más importante de la vida.
No podemos terminar sin decir algo de la última etapa: los intereses políticos y religiosos que cuidaba la élite: “Si lo dejamos seguir así [dijeron los jefes de los sacerdotes y los fariseos], todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación” (Jn 11:48). Es decir, para ellos no es solamente lo teológico y las tradiciones las que están en juego, sino su propia existencia como nación. Otra vez, y aunque no estemos de acuerdo con sus métodos, estas son razones de peso para ellos. Claro tampoco vamos a decir que hay que matar a aquel con el que no estamos de acuerdo, como hicieron estos líderes religiosos y como hacen muchos trogloditas en el mundo. En eso sí son un mal ejemplo. Pero fíjese que esto ya no obedece a razones teológicas, sino a cuestiones políticas. En conclusión, rechazar a Jesús sin haber reflexionado seriamente y sin saber por qué es también un insulto para Jesús.
©Milton Acosta
[1]Algunos, aún en contra de sus tradiciones y de la presión de grupo, llaman a la sensatez: “Estas palabras no son de un endemoniado. ¿Puede acaso un demonio abrir los ojos a los ciegos?” (10:20–21). Tal vez la misma discusión ayudó algunos entendieran y creyeran. Siendo así, los cristianos no debemos huirle a los críticos; como ha dicho un autor, si hay gente que piensa que la Biblia está equivocada, yo estaría particularmente interesado en saber dónde piensan ellos que está el error. John Goldingay, Israel's Gospel, Old Testament Theology, vol. 1 (Downers Grove, Illinois, Estados Unidos: IVP, 2003), 24.
[2]Pero, según la Biblia, las tradiciones son precisamente el velo que no les deja ver y entender las Escrituras en las cuales supuestamente se basan sus tradiciones (cp 2 Cor 3:12–18). Para un excelente análisis de los problemas intrínsecos en las tradiciones (cristianas en este caso), véase Kevin J. Vanhoozer, The Drama of Doctrine: a canonical-linguistic approach to Christian theology (Louisville: Westminster John Knox Press, 2005), 160–165.
[3]No todo el que insulta es “malo”, pues “al NT han llegado muchos como ladrones y se han quedado para ser peregrinos.” N. T. Wright, The New Testament and the people of God, Christian origins and the question of God v.1 (London: SPCK, 1992), 3–4.
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