febrero 21, 2008

Pacto Pacto Pacto

Pacto Pacto Pacto (1)

Cristo Cristo Cristo

©2008Milton Acosta

El pacto es un tema que atraviesa la Biblia de lado a lado, desde la creación en Génesis hasta la nueva creación en Apocalipsis. Es, por lo tanto, un tema importante pero a la vez complejo. Por lo importante lo abordamos, pero por lo complejo lo hacemos con la conciencia de que lo que abarcaremos aquí será mínimo. La necesidad de tratar el tema surgen de una seria preocupación: Desde muchos púlpitos (y ahora también desde butacas en televisión) de América Latina se tergiversa y explota impunemente la teología bíblica del pacto. Duele ver cómo se trata el pacto en términos de compra-venta. Duele porque los pactos bíblicos están mediados por la gracia de Dios, no por dinero. Duele porque se lee el Antiguo Testamento como si Cristo no hubiera venido.

Fórmula para memorizar: Pacto + promesas + dinero = engaño

Algunos negocios son más rentables que el narcotráfico, gracias a la torsión y distorsión de la teología bíblica del pacto y la ‘siembra.’ Una forma eficaz de edificar edificios teológicos y de mejorar la cuenta bancaria de manera rápida es: grandes deseos de tener dinero fácil, habilidad en el uso de una concordancia, mucha imaginación y parla de petardista. Pero estos edificios se caen solitos con el tiempo; están mal hechos; una vez habitados aparecen las grietas y los habitantes tienen que salir corriendo. Cierto es que con una concordancia en las piernas se puede hablar horas y horas y aparentar mucha erudición bíblica girando alrededor de un tema gracias a las referencias al margen del texto. Pero, por útiles que sean las concordancias, tal teología es de poco fiar.

Pacto no es otra cosa que los términos sobre los cuales se establece una relación entre dos o más partes. Cada uno se compromete a algo. Veamos un instructivo episodio del Antiguo Testamento. Jeremías predicó a un pueblo que había quebrantado el pacto con Dios (Jer 7:21–34; 11:1–17; 30:12–15; cp. Deut 28); es decir, había desobedecido. Pero a diferencia de Moisés (Ex 32–33), a Jeremías se le prohíbe que ore (Jer 11:14). La situación había llegado a un punto en el cual no era cuestión de orar, sino de hacer cumplir los términos del pacto. Ante la apostasía prolongada y sostenida de Israel, a Dios le quedan dos alternativas: dar por terminada la relación o renovar el pacto. Dios decide renovarlo; pero con el mismo fundamento: el amor de Dios (Cp. Os 2:23). La renovación también incluye las antiguas promesas dadas a Abraham (Exod 6:7). Ese es el tema de Jeremías 31:31–34, el nuevo pacto. Los vv. 31–34 son el centro de los últimos cinco oráculos de salvación en el llamado “Libro de la Consolación”.(1)

Lo que Jeremías dice es revolucionario, especialmente por la reverencia con la que se ha tenido la ley y a los ministros de ella hasta la fecha, y por el lugar tan importante que adquirió en la época del exilio. Por otra parte, en Deut 31:26 dice que el libro de la ley (Torá, ‘instrucción’) se mantenga al lado del Arca, pero Jeremías 3:16 promete que, en el futuro, después de restaurada la ciudad de Jerusalén, el Arca será obsoleta.(2) Así, la ley no estará en un sitio, sino en el corazón. Estas revolucionarias palabras están en continuidad con la circuncisión del corazón (Deut 30:6–8). Las palabras también se deben leer en el contexto de ministros y líderes corruptos. A finales del siglo séptimo, el rey Josías hizo una gran cantidad de reformas sociales y religiosas, pero si algo demostró su empresa es que los cambios en el culto no son suficientes para cambiar los corazones.(3)

Continuará...

Adivinanza: En la ceca se labran las monedas, y en la cesta las recogen; quien la centena de promesas por plata promete, en lazo de resmas enlaza al incauto

©2008Milton Acosta

(1)G. L. Keown, Jeremiah 26-52, Word Biblical Commentary, vol. 27 (Dallas: Word, 1998), 126.

(2)Ibid., 133. Cp. Gerhard von Rad, The Message of the Prophets, trans. D. M. G. Stalker (New York: Harper & Row, 1967), 236-239.

(3)Cp. B. P. Robinson, "Jeremiah's new covenant: Jer 31, 31-34," Scandinavian Journal of the Old Testament 15, no. 2 (2001): 187.

febrero 11, 2008

Todo por un collar exótico (3)

Debate profético en el noticiero de la noche

©2008Milton Acosta

Eso de mandar a callar a alguien no es la cosa más agradable, pero a veces hay que hacerlo. Después que Hananías le rompió a Jeremías su yugo-collar en público, el profeta de Dios se ausentó por un tiempo. Al volver, Hananías va a escuchar una dura sentencia: hablar en nombre de Dios es asunto serio, sobre todo cuando lo que se dice no viene Dios. La razón: tal mensaje genera en la gente una falsa confianza. Esto último sí que es un problema serio porque tarde o temprano se descubre al engañador; sus víctimas pasan de la falsa confianza a no confiar en nada. Al haber sido asaltados en su buena fe, muchos luego no quieren saber nada de Dios.

Como vemos, a Jeremías no solamente le tocó aguantar las persecuciones por predicar juicio, sino que le tocó predicar a la par de otros profetas que predicaban cosas distintas. Por eso, el desprestigio de los profetas llegó a tal punto que mucha gente los tildaba de locos (Jeremías 29:26; cp. 2 Reyes 9:11). De hecho hubo profetas locos y falsos, ¡y los hay!, pero tal reputación se extendió hasta los auténticos profetas de Dios.

En el reclamo que Jeremías le hace a Hananías se encuentra la esencia del problema, el lugar donde se encuentran las palabras del falso profeta con el pueblo que lo escucha: la esperanza: ‘Tú has hecho confiar a este pueblo en mentiras’ (Jeremías 28:15). Esa es una expresión triste y dolorosa; alguien se aprovecha de la buena fe, de la ingenuidad y de la ignorancia de otros para sacar beneficio propio. Tenemos que decirlo, en las iglesias y en los asuntos religiosos se oculta mucha gente de mala calaña.[1] En el caso de Hananías, le tocó a Dios silenciarlo, quitándole la vida. Pero conste que Jeremías simplemente anunció lo que le sucedería.

Al comienzo del estudio de Jeremías 28 (Collar 1) planteábamos la dificultad de la gente ‘común y corriente’ para distinguir entre un profeta falso y uno verdadero. Dijimos que no era fácil. Añadimos ahora que la responsabilidad no radica únicamente en el predicador, sino en su público. Uno puede acusar a ciertas personas de engañar a otros, pero ¿qué de los que se dejan engañar? Por ejemplo, si el precio de las casas en un sector de una ciudad es de 25 mil dólares, ¿qué debe hacer uno si le ofrecen una en 15? No será tan tonto como para lanzarse inmediatamente a comprarla. Si de lo bueno no dan tanto, ni tan fácil, uno debe investigar por qué el precio es tan bajo. A lo mejor en el asunto hay gato encerrado. Y si no investiga, ¡por lo menos piensa! Pero hay gente que ni piensa; compra la casa y a los ocho días aparecen los verdaderos dueños, que estaban de vacaciones.

Cuando Jeremías predicó, hubo unos ancianos que se dieron a la tarea de comparar su mensaje con los mensajes de otros profetas anteriores (Jeremías 26). Descubrieron que en realidad Jeremías no predicaba nada nuevo, que su mensaje estaba en línea con profetas de autenticidad históricamente demostrada (cp. Daniel 9:2). Esa ‘investigación’ es sana y se debe hacer, independiente de la tarima desde la que habla el predicador.

Estos dos componentes, el de silenciar a los falsos profetas y el de investigar si lo que predica el predicador es verdad, aparecen también en el Nuevo Testamento. Pablo le dice a Tito que ‘tape la boca’ a individuos que a ‘trastornan familias enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no deben’ (Tito 1:10–11). En esto no puede haber ningún ejercicio de violencia, puesto que Pablo mismo dice que el obispo no debe ser iracundo ni dado a los pleitos. Como lo ha dicho John Stott, el mejor ‘antídoto’ contra los falsos maestros es la multiplicación de verdaderos maestros que enseñan la ‘sana doctrina’ con un corazón igualmente sano.[2]

El segundo componente, el de la investigación, aparece en Hechos de los Apóstoles. Los creyentes de Berea, al escuchar a Pablo, hicieron lo mismo que los creyentes que escucharon a Jeremías: averiguar si lo que les decían era cierto (Hechos 17:10–11). Todo lo anterior indica que la responsabilidad es doble: de quien predica el mensaje de Dios y de quien lo escucha. Pero por qué, se pregunta uno, hay tanta gente que se deja engañar con extraordinarias ofertas religiosas. La razón nos la da el mismo Jeremías en el reclamo que le hace a Hananías: ‘has hecho confiar a este pueblo en una mentira’ (Jeremías 28:15). Allí es donde radica la gravedad del asunto. La gente necesitada es vulnerable y está más dispuesta a creer. De esto se aprovechan las personas sin escrúpulos para sacar ganancias deshonestas. Ocurre con la fe como ocurre con los sentimientos. La persona necesitada y desesperada en lo emocional o en la fe es presa fácil de los farsantes.

Lo anterior indica que, aún en la convicción de la verdad, el predicador requerirá de la humildad, pues somos humanos y dados al error, nos confundimos, percibimos mal. Por otro lado, la congregación necesita formación. El creyente debe saber y entender qué es lo que cree. Para ello necesita instrucción de sus líderes. Ante tanta competencia desleal, el desafío del predicador de hoy es ser creativo sin ser falso.

©2008Milton Acosta

[1]Un excelente libro sobre este tema: M. Scott Peck, People of the lie (New York: Simon & Schuster, 1983).

[2]John R. W. Stott, Guard the Truth: The Message of 1 Timothy and Titus (Downers Grove, Illinois, Estados Unidos: InterVarsity Press, 1997), 184.