enero 17, 2020

Será que sí


Es verdad, yo lo vi

Milton Acosta, PhD

El testimonio es uno de los pilares en los que se fundamenta la Biblia para que sus lectores crean. Pero, la historiografía construida desde la Ilustración (s. xviii) en adelante consideró poco confiable el testimonio de testigos oculares, especialmente si lo contado trataba de cuestiones personales y familiares. El asunto, sin embargo, ha tenido un giro en las últimas décadas. Gracias al influjo de las ciencias sociales y de nuevos instrumentos de investigación, una corriente de la historiografía actual le da crédito al testimonio y a las historias particulares. No es que todo testimonio sea verdadero, sino que se valora el testimonio como medio, no solo historiográficamente legítimo, sino indispensable para conocer la historia desde un ángulo más humano y complejo. La premisa es que historia es más que imperios, guerras y poder económico.

El interés principal de la Biblia no es la historia de los grandes imperios y las guerras, sino la relación de un pueblo pequeño (Israel, Judá, los judíos, la iglesia) y ciertos individuos con esas guerras y esos imperios. El triángulo se completa con la participación de Dios. Así se contaba la historia en la antigüedad y ahora lo entendemos. Esto no significa que todo texto bíblico haya que leerlo al pie de la letra; ciertos géneros literarios, como la poesía, la apocalíptica y la ficción, se leen a su modo.
El testimonio, sin embargo, no es siempre honesto. Es curioso ver la certeza con la que damos por cierto cualquier pajarada vista en Internet, desde los filetes de pescados de esponja hasta el arroz sintético. Decimos, “yo lo vi, es verdad”. Pero, ¿qué criterio usamos para afirmar que es verdad lo que vimos en YouTube? Ninguno, aparte de que vimos el video. Así, según veo, el video (testimonio) de Internet se constituye en criterio único y suficiente para esa verdad.

El crédito al testimonio ha evolucionado, pero se mantiene la constante del respeto a la fuente: el ministro (“lo dijeron en el sermón”), el profesor (“fue lo que me enseñaron”), la imprenta (“lo leí en un libro”), la prensa (“salió en el diario”); la radio (“lo escuché en la emisora”), la televisión (“salió en el noticiero”), Internet (“lo vi en yutú”). La cosa se complica porque hoy las tenemos todas. No es teoría de conspiración afirmar que hay poderes terrenales peleando por nuestra alma (léase opinión, voto, plata). Se instalará como verdad el poder con mayor capacidad de difusión y de credibilidad, aquel que para cada uno sea más respetable y de sus afectos.

La situación es así porque: 1) Los seres humanos necesitamos creer y hacer parte de algo grande; no podemos vivir sin certezas y sin afiliaciones. 2) Nuestros datos se venden y se utilizan para manejarnos; alguien paga en Internet y en las redes sociales para que “te guíen”. 3) El exceso de información y el trabajo de discernir nos paralizan; sufrimos de una gran crisis epistemológica. En consecuencia, nos matriculamos en ciertos canales de información y nos ilusionamos con certezas al lado de otros pájaros de igual plumaje; y conocemos todo a vuelo de pájaro. ¿Qué hacemos?

Aunque muchos textos bíblicos se basan en testimonios fácilmente verificables, los escritores advierten a los lectores de no creer todo, por muy palabra de alguien grande o chiquito que sea, tenga o no tenga corbata, canas o trenzas. Los temas pueden ser políticos o económicos, sociales o teológicos, históricos o litúrgicos. Por eso el texto sagrado invita, entre otras cosas, a: no creer todo (Mt 24:26; 1Jn 4:1-4); cuidarse de los engañadores (Jer 23:32; Mr 13:5; 1Ti 4:1-2); evitar las mentiras (Nah 3:1); no alegrarse con mentiras (Os 7:3); vigilar a los profetas falsos (Miq 2:11). Preguntemos siempre qué interés político, económico, social o guerrerista hay detrás de lo que se anuncia como verdad de la historia o de la actualidad. Hagamos la tarea hasta donde nos sea posible. ©2020Milton Acosta