diciembre 12, 2018

Permiso profesor


La hipocresía piadosa y otros asuntos legales 

de la actividad educativa

Milton Acosta, PhD

Recuerdo los tiempos en la universidad pública cuando constantemente venían compañeros a interrumpir las clases para dar un anuncio sobre una marcha de protesta o un “mitin” en el parque central de la universidad. No alcanzaba el profesor a recuperarse de la interrupción cuando ya estaban todos adentro. Los cristianos aprovechábamos este clima para nuestras propias interrupciones con el fin de hablar del evangelio o invitar a alguna reunión.

Este hecho anecdótico me sirve de introducción para hablar de una ocasión cuando Jesús fue interrumpido mientras estaba enseñando. Juan 8:1-11 relata un episodio de interrupción de una clase. Lo llamativo es que Jesús convierte la interrupción en otra clase aparte. Al evangelista como que le pareció que esta otra clase fue mejor ya que ni siquiera nos dice qué estaba enseñando Jesús cuando lo interrumpieron. Esto sí es flexibilidad curricular, adaptación a las circunstancias y capitalización de la oportunidad. Pero el ministerio de educación no gustaba de este profesor.

La clase fue así:

(1) Jesús se sentó y empezó a enseñarles a sus discípulos. No se registra qué dijo ni cuál era el tema. (2) Un grupo compuesto de maestros de la ley y fariseos interrumpen la clase. Son también del mismo oficio, pero Jesús no pertenece a su gremio, el reconocido oficialmente por la sociedad. Jesús opera por fuera de las instituciones establecidas. (3) La razón de la interrupción se describe como una prueba. (4) El tema de la prueba es el cumplimiento de la ley en un caso sensible: una mujer sorprendida cometiendo adulterio. Uno se pregunta dónde está el hombre, porque sola le quedaba muy difícil el adulterio. Si Jesús dice que la mujer debe ser apedreada hasta matarla, qué malo; y si dice que no se debe aplicar la ley, qué malo. Es decir, qué malos estos maestros. Esto es una especie de competencia docente desleal. Los académicos entendemos bien el ejercicio de hacer quedar mal al colega. (5) Jesús inicialmente no responde; toma “la tiza” y se pone a escribir garabatos en “el tablero” que tenía a su alcance, el planeta tierra. Sus alumnos quizá se decepcionan ante el triste espectáculo de su maestro incapaz de responder a una pregunta que no era para nada ajena a su disciplina. (6) Los interruptores no cantan victoria ante el silencio. Insisten en que responda para constancia de que le dieron amplias oportunidades para demostrar cuánto sabía y de todos modos quedó mal. (7) A Jesús no le queda más que responder con esa frase que todos nos sabemos de memoria: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.” (8) Silencio. Desconcierto. Vergüenza. Nadie lanza una sola piedra; uno a uno todos se van. (9) Jesús le dice a la mujer, “vete y no peques más.” Y (10), de un texto apócrifo, Jesús les dijo a sus discípulos, “¿De qué era que estábamos hablando?”

Es difícil tener convicciones y comunicarlas con humildad, especialmente al calor de una confrontación sobre un tema académico, legal y moral. Si la confrontación es intranscendente, una opción es guardar silencio. Jesús tenía que decir algo. La verdad es que esta era una pelea casada entre los maestros oficiales y los de la periferia educativa de la cual Jesús hacía parte. Quieren arrestar a Jesús como sea. Esto no significa que toda educación institucional sea mal, sino solo que esa era la situación de Jesús.

Parece que para Jesús este es un asunto de autoridad moral. Pero nos dejaría en una situación donde nadie podría, a última hora, hacer cumplir la ley, pues nadie está libre de pecado. Sin embargo, el caso aquí parece referirse al pecado del cual acusan a la mujer, lo cual indica que quienes la acusan están abusando de su posición social como hombres, en detrimento de la mujer.

Así las cosas, es posible que estos hombres del pecado que no están libres es el adulterio. Pero uno se pregunta qué razón tendrían para acusar a la mujer si el adulterio lo cometían los hombres con mujeres como esta. El caso es que Jesús los iguala en la responsabilidad, pero al igualarlos levanta a la mujer, es decir, ¡la dignifica socialmente en su pecado! Para que la estrategia funcione, Jesús tiene que pasar por encima de normas y costumbres culturales y religiosas de mucho arraigo, incluyendo la hipocresía piadosa y la injusticia contra la mujer. Jesús no aceptó la práctica según la cual, como es mujer y además ha cometido adulterio, entonces se le aplican las normas que no se le aplican a los hombres, los poderosos, los dignos.

En el tiempo de Jesús no había videos, pero el caso de la mujer sorprendida en adulterio y presentada en público para que fuera condenada, sigue siendo paradigmático del comportamiento de los líderes políticos, legisladores y demás funcionarios de alto rango que en realidad no buscan justicia, sino tapar sus enormes faltas a punta de pequeños chivos expiatorios. Jesús no cayó en la trampa, no se dejó enredar y supo cómo desenmascararlos.

La estrategia de la autoridad moral de los acusadores es lo que Bourdieu llamaría el “papel del espectáculo como realización de lo oficial”. Para lograrlo se necesita una “hipocresía piadosa” donde el grupo de juristas, en este caso los fariseos y los maestros de la ley, hace una “representación teatral” pública para mostrarse a los demás como los cumplidores de la norma, los auténticos defensores del deber-ser, los que encarnan la ética, los que dan la cara (Bourdieu 2014). Así entienden ellos la legitimidad. Por eso a estos juristas del primer siglo les calza el guante del título que les da el mismo Bourdieu a los que ejercen el derecho: “guardianes de la hipocresía colectiva”. ¿Caeremos los seguidores de Cristo en este juego?©Milton Acosta 2018