noviembre 30, 2009

¡No Seas tan Bocón!

La alegría de ver a otro caer

Milton Acosta, PhD

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el vocablo “bocón”, en su segunda acepción, como la persona “que habla mucho y echa bravatas.” Es decir, por vía de la figura retórica conocida como metonimia, se toma el efecto por la causa y se traslada la cantidad de palabras al tamaño de la boca. Nada tiene que ver una cosa con la otra, pues cualquier individuo de boca técnicamente pequeña, entenderá que si le dicen “bocón”, no será por su foto de Facebook.

Eso mismo debió de entender Edom cuando el profeta Abdías le dijo: “No seas tan bocón” (v.12c). Pero, las versiones de la Biblia toman la boca grande de la que habla Abdías como “arrogancia”. Es decir, los traductores determinaron que el engrandecimiento de la boca se refería a la arrogancia. O sea que realizaron el trabajo inverso del escritor sagrado y deshicieron así la poesía.

El escritor sagrado expresa lo que vio, pero en este caso no le puso nombre de pecado. Vio gente que por su arrogancia estaban hablando más de la cuenta y les dijo “bocones”. Es decir, al escuchar su cascada de palabras, seguramente percibió la arrogancia, pero se centró en la boca.[1] Y bueno, en últimas la boca del arrogante se mueve bastante, y con frecuencia se acompaña de ciertos ademanes y de cierta forma de caminar. Pero la referencia no es a la velocidad del movimiento de la boca ni al número de palabras por minuto. Sería una metáfora muy complicada si uno quisiera incluir timbre, tono, velocidad, aire, vibración de las cuerdas vocales, desplazamiento de la lengua, fricción y paso de aire entre dientes, paladar y labios. Lo mejor en este caso es sencillamente llamarlo “boca engrandecida”, lo cual traducido a un buen castellano es “bocón”; no hay duda.

Los traductores de la Biblia, entonces, no vieron la boca sino la arrogancia. Pero con la pérdida de la boca hay una pérdida en el impacto visual y retórico del texto sagrado. Es decir, es más ofensivo decirle a alguien bocón que arrogante. Arrogante es palabra de gente inofensiva. Haga la prueba y verá. Pero tenga cuidado, podría ser peligroso; lo podrían dejar a usted sin dientes y sin quién sabe qué más. No hay mucha gente dispuesta a participar en estos experimentos retóricos metonímicos.

Pero bueno, a todas estas, ¿cuál es la ocasión para que a Edom le dijeran bocón? Algo muy sencillo: le causó gracia la desgracia de otro. Como un niño que se ríe cuando su amiguito se cae de la bicicleta, Edom se gozó con la destrucción de Jerusalén.

Nuestros prejuicios contra el Antiguo Testamento nos obligarían a pensar que en Abdías se debe celebrar la desgracia de otro porque en el AT “la gente es muy primitiva”, mientras que en el Nuevo Testamento debería de ocurrir lo opuesto porque “ya la fe de los judíos es más sofisticada”. Pero comparando Abdías con Apocalipsis 18, parece que la cuestión fuera al revés, pues en el primero se prohíbe alegrarse del mal ajeno y en el segundo se recomienda.

¿Cuál es la diferencia entre los edomitas reprendidos por celebrar la caída de Judá y los cristianos incitados a celebrar la caída de Roma? La diferencia es muy sutil; tan sutil que es imperceptible al ojo y al oído humanos. Es la diferencia entre alegrarse por la destrucción de la maldad y simplemente alegrarse por la destrucción de otro. Por eso los cristianos nos alegramos de la caída de los imperios opresores y de quienes encarnan la maldad, y simultáneamente celebramos la conversión de los malos de su maldad.

Es decir, una cosa es alegrarse del mal ajeno y otra cosa alegrarse de la justicia, del triunfo del bien sobre el mal. Esa es la diferencia. Piénselo y verá que no es lo mismo; en el corazón no es lo mismo. La presencia del Espíritu marca la diferencia interior. Por eso los edomitas en Abdías son bocones, pero el apóstol Juan en Apocalipsis no. Así, un seguidor de Jesucristo y otro que no lo es pueden alegrarse del mismo hecho, pero de forma distinta. Nos tocará decidir si conviene hacer la fiesta juntos. A propósito, ¿cómo es su boca?©2009Milton Acosta


[1]Puede ser “cosa del hebreo”, pero note que otros textos sí hablan directamente de la altanería y la arrogancia, cuyo opuesto es la humildad (p.ej. Sof 3:11–12).

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