La hipocresía piadosa y otros asuntos legales
de la actividad educativa
Milton
Acosta, PhD
Recuerdo
los tiempos en la universidad pública cuando constantemente venían compañeros a
interrumpir las clases para dar un anuncio sobre una marcha de protesta o un “mitin”
en el parque central de la universidad. No alcanzaba el profesor a recuperarse de
la interrupción cuando ya estaban todos adentro. Los cristianos aprovechábamos este
clima para nuestras propias interrupciones con el fin de hablar del evangelio o
invitar a alguna reunión.
Este hecho
anecdótico me sirve de introducción para hablar de una ocasión cuando Jesús fue
interrumpido mientras estaba enseñando. Juan 8:1-11 relata un episodio de
interrupción de una clase. Lo llamativo es que Jesús convierte la interrupción en
otra clase aparte. Al evangelista como que le pareció que esta otra clase fue
mejor ya que ni siquiera nos dice qué estaba enseñando Jesús cuando lo
interrumpieron. Esto sí es flexibilidad curricular, adaptación a las
circunstancias y capitalización de la oportunidad. Pero el ministerio de
educación no gustaba de este profesor.
La clase fue así:
(1) Jesús
se sentó y empezó a enseñarles a sus discípulos. No se registra qué dijo ni
cuál era el tema. (2) Un grupo compuesto de maestros de la ley y fariseos interrumpen
la clase. Son también del mismo oficio, pero Jesús no pertenece a su gremio, el
reconocido oficialmente por la sociedad. Jesús opera por fuera de las
instituciones establecidas. (3) La razón de la interrupción se describe como
una prueba. (4) El tema de la prueba es el cumplimiento de la ley en un caso
sensible: una mujer sorprendida cometiendo adulterio. Uno se pregunta dónde
está el hombre, porque sola le quedaba muy difícil el adulterio. Si Jesús dice
que la mujer debe ser apedreada hasta matarla, qué malo; y si dice que no se
debe aplicar la ley, qué malo. Es decir, qué malos estos maestros. Esto es una
especie de competencia docente desleal. Los académicos entendemos bien el
ejercicio de hacer quedar mal al colega. (5) Jesús inicialmente no responde; toma
“la tiza” y se pone a escribir garabatos en “el tablero” que tenía a su
alcance, el planeta tierra. Sus alumnos quizá se decepcionan ante el triste
espectáculo de su maestro incapaz de responder a una pregunta que no era para
nada ajena a su disciplina. (6) Los interruptores no cantan victoria ante el
silencio. Insisten en que responda para constancia de que le dieron amplias
oportunidades para demostrar cuánto sabía y de todos modos quedó mal. (7) A
Jesús no le queda más que responder con esa frase que todos nos sabemos de
memoria: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.” (8) Silencio.
Desconcierto. Vergüenza. Nadie lanza una sola piedra; uno a uno todos se van. (9)
Jesús le dice a la mujer, “vete y no peques más.” Y (10), de un texto apócrifo,
Jesús les dijo a sus discípulos, “¿De qué era que estábamos hablando?”
Es difícil
tener convicciones y comunicarlas con humildad, especialmente al calor de una
confrontación sobre un tema académico, legal y moral. Si la confrontación es intranscendente,
una opción es guardar silencio. Jesús tenía que decir algo. La verdad es que
esta era una pelea casada entre los maestros oficiales y los de la periferia educativa
de la cual Jesús hacía parte. Quieren arrestar a Jesús como sea. Esto no
significa que toda educación institucional sea mal, sino solo que esa era la
situación de Jesús.
Parece que
para Jesús este es un asunto de autoridad moral. Pero nos dejaría en una
situación donde nadie podría, a última hora, hacer cumplir la ley, pues nadie
está libre de pecado. Sin embargo, el caso aquí parece referirse al pecado del
cual acusan a la mujer, lo cual indica que quienes la acusan están abusando de
su posición social como hombres, en detrimento de la mujer.
Así las
cosas, es posible que estos hombres del pecado que no están libres es el adulterio. Pero uno
se pregunta qué razón tendrían para acusar a la mujer si el adulterio lo cometían
los hombres con mujeres como esta. El caso es que Jesús los iguala en la
responsabilidad, pero al igualarlos levanta a la mujer, es decir, ¡la dignifica
socialmente en su pecado! Para que la estrategia funcione, Jesús tiene que
pasar por encima de normas y costumbres culturales y religiosas de mucho
arraigo, incluyendo la hipocresía piadosa y la injusticia contra la mujer. Jesús
no aceptó la práctica según la cual, como es mujer y además ha cometido
adulterio, entonces se le aplican las normas que no se le aplican a los hombres,
los poderosos, los dignos.
En el
tiempo de Jesús no había videos, pero el caso de la mujer sorprendida en
adulterio y presentada en público para que fuera condenada, sigue siendo
paradigmático del comportamiento de los líderes políticos, legisladores y demás
funcionarios de alto rango que en realidad no buscan justicia, sino tapar sus
enormes faltas a punta de pequeños chivos expiatorios. Jesús no cayó en la
trampa, no se dejó enredar y supo cómo desenmascararlos.
La estrategia
de la autoridad moral de los acusadores es lo que Bourdieu llamaría el “papel
del espectáculo como realización de lo oficial”. Para lograrlo se necesita una “hipocresía
piadosa” donde el grupo de juristas, en este caso los fariseos y los maestros
de la ley, hace una “representación teatral” pública para mostrarse a los demás
como los cumplidores de la norma, los auténticos defensores del deber-ser, los
que encarnan la ética, los que dan la cara (Bourdieu 2014). Así entienden ellos la
legitimidad. Por eso a estos juristas del primer siglo les calza el guante del
título que les da el mismo Bourdieu a los que ejercen el derecho: “guardianes
de la hipocresía colectiva”. ¿Caeremos los seguidores de Cristo en este juego?©Milton Acosta 2018