Milton
Acosta Benítez, PhD
La contundencia retórica del llamado de
Dios a Jeremías se presenta como algo inapelable;
Antes de formarte en el vientre, te
conocía;
antes de salir de la matriz, te había
consagrado;
profeta para las naciones te nombré (Jer
1:5).
Hemos
conservado la sintaxis hebrea en nuestra traducción para hacer posible la
percepción del arte literario. Sin embargo, aunque divina la retórica, poco
cala en los oídos de un hombre que de entrada podríamos describir como inseguro
de sí mismo. Pero antes de juzgarlo, hay que escucharlo. Jeremías esgrime dos
argumentos con los cuales intenta escabullírsele al llamado de Dios; uno es
específicamente válido en su cultura, “soy muy joven”; y el otro en cualquier
parte del mundo, “no sé hablar.” En el mundo bíblico se hablaba por orden de
edad, empezando por los más viejos (Job 32:4-5); como nos decían cuando éramos
niños, “primero los mayores”. Así que Jeremías concluye que no lo dejarían
hablar, y si lograra hacerlo, nadie le prestaría atención porque es joven. Peor
todavía, el asunto es que aunque violara las normas culturales, de nada le
serviría porque no sabe hablar.
Las objeciones
de Jeremías tienen sentido; no parecen totalmente subjetivas. El problema es teológico;
con sus objeciones está afirmando que Dios se ha equivocado de candidato, a lo
cual responderíamos que no puede ser; el equivocado debe ser Jeremías. Aquí
vale la pena recordar que no estamos leyendo un tratado de teología
sistemática, sino una conversación entre dos personas, uno de los cuales es
Dios.
Dejando a un
lado por un momento el tema de quién es el que está equivocado, el texto es de
por sí extraordinario. Un llamado de Dios, que mínimo está en la categoría de
orden incuestionable, se convierte en un diálogo, en una discusión, en un desacuerdo
(Jer 1:6-8). Jeremías le ha dicho a Dios, “No estoy de acuerdo con lo que estás
pensando conmigo; no me parece bien.” Es imposible pensar en un Dios más
tolerante y comprensivo que este. ¿Con qué Dios puede uno darse el lujo de
estar en desacuerdo, decírselo y seguir con vida?
Pero bueno, la
respuesta de Jeremías al llamado divino es como decir, no me regalen libros que
no se leer; no me den bolígrafos que no se escribir; para qué me regalan un
auto si no sé conducir. La reacción de quien escucha esto no se hace esperar,
¡pues hombre, aprenda!
De todas
maneras, no deja de ser llamativo que Dios se fije en un individuo así para
hacerlo predicador. Según el relato, la aceptación cultural, la fluidez verbal
y la autoconfianza no son requisitos para que alguien sea objeto del llamado
divino a predicar. En otras palabras, si preguntáramos, como se pregunta uno
cuando una mujer bonita se fija en un hombre que no lo es tanto (o viceversa),
“¿qué le habrá visto?”, la respuesta es, nada; Dios no le vio nada a Jeremías,
lo vio a él.
Aunque no supiéramos
en qué termina la conversación de Jeremías con Dios, el hecho en sí deja un
mensaje por lo que revela de Dios y de su forma de elegir a un mensajero. Es
posible hablar con Dios de tú a tú. No quiere decir que toda conversación con
Dios sea siempre así; el caso es que ocurre, y su registro en el libro de
Jeremías nos invita a recordar que las Sagradas Escrituras nos revelan a Dios.
El otro asunto es que a la hora de la elección de un candidato para comunicar
el mensaje de Dios, parece importar más el tiempo y la situación que el
individuo y su condición. Jeremías no es el único, ni el primero, ni el último
mensajero de Dios que empieza joven y sin saber hablar. Y como muestra el resto
del libro, el haber empezado no significa que será fácil; el tema sigue en
discusión. ©2014Milton Acosta