Milton Acosta Benítez, PhD
Me contaba una
vez un taxista latinoamericano en Miami una parte de la historia de su vida en
los Estados Unidos. Este hombre, con títulos universitarios y todo, me resumió
la historia de su quiebra en estas palabras: “Una vez que ellos [los
vendedores] te han creado la ilusión, tu no ves la letra menuda, no te
interesa, ni haces preguntas; no escuchas a tus amigos ni a tu familia; la
ilusión te deja ciego.” Me contó que tuvo un Mercedes Benz último modelo, casa
en la playa y muchas otras cosas… por un tiempo. Luego se quedó sin nada,
porque los bancos sí que no viven de ilusiones. O mejor dicho, de eso es que
viven, pero no de las propias, sino de las de los ilusos. El Sueño Americano
estará trasnochado, pero sueños no faltarán.
Las ilusiones
humanas, que uno tenga de su propia iniciativa o que otro le haya creado,
constituyen la fuente inagotable de riqueza para los ilusionistas, incluidos
los religiosos. El argumento en ese mercado es muy sencillo: “Dios quiere darte
eso que tú deseas; lo único que tienes que hacer es creer y dar esto y aquello.”
El formato es siempre el mismo. Creada la ilusión que Dios va a darle eso, la
persona no duda, no hace preguntas; lo entrega todo y se entrega toda; se
ofende si alguien la cuestiona; dirá que es envidia, falta de fe o quién sabe
qué; está embriagada en su ilusión. Es decir, lo que le pasó al taxista en un
centro comercial, pasa en sitios de culto, muchos de ellos llamados
“cristianos”, lamentablemente.
A los videntes
les dicen: “¡No tengan más visiones!”,
y a los profetas:
” ¡No nos sigan
profetizando la verdad!
Dígannos cosas agradables,
profeticen ilusiones. ¡Apártense
del camino,
retírense de esta senda,
y dejen de enfrentarnos
con el Santo
de Israel!” (Is 30:10-11)
El caso en Isaías aquí es más grande y
serio que tener un kompressor o jugar con cangrejitos. Se trata de la seguridad
nacional. Israel ha divinizado a Egipto y está dispuesto a pagarle por su
protección.[1] La
ilusión del pueblo de Dios fue creer que su seguridad y su futuro estaban
determinados por la amistad con el gran imperio egipcio, no en su amistad con
Dios.
Si no fuera
porque el texto de Isaías no termina allí, uno diría “apaga y vámonos”, pero la
misericordia de Dios es tan grande que no lo deja así. El texto de Isaías da
por sentado que mucha gente prefiere la ilusión a la palabra de Dios. Pero Dios
no se da por vencido aunque la gente tenga grandes planes en su contra.
Por eso el
Señor los espera, para tenerles piedad;
por eso se levanta para mostrarles
compasión.
Porque el Señor es un Dios de justicia.
¡Dichosos todos los que en
él esperan! (Is 30:18)
Al igual que
Israel en la antigüedad fue “pasillo inevitable” de los imperios,[2]
así somos hoy muchos de los países latinoamericanos para las potencias económicas
mundiales, pasillos. Y también lo es nuestra mente para todas las ilusiones económicas,
sociológicas, políticas y teológicas trasnochadas que nos quieren meter por
ojos, oídos, nariz y boca. Quizá este texto de Isaías pueda ser útil para guiar
la predicación y el ministerio de la iglesia en este tiempo en nuestra tierra. A
todas estas, ¡a quién no le va a gustar un Mercedes C-Class Coupe!©2014Milton Acosta
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