Durante mi gobierno
Milton
Acosta, PhD
Los
mandatarios tienen tres discursos, uno cuando son candidatos, otro cuando están
en el poder y otro cuando son viudos del poder. Existe, además, un discurso del
que no se ocuparán jamás los mandatarios, sino los historiadores independientes,
los profetas y los poetas. Es decir, las voces que los cristianos poco escuchan,
especialmente en época de elecciones.
El candidato
tiene una virtud que solo le dura mientras es candidato, escuchar a la gente.
Recorre todo el territorio nacional para enterarse de las injusticias y las
carencias que sufre el pueblo. Es tan tierno y cariñoso el candidato. Pero no
es porque le importe la gente, sino porque ese es el arsenal retórico perfecto
para su discurso contra el mandatario de turno. Así logra tocar las fibras más
sensibles del pueblo para que vote por él. Esta estrategia, acompañada de otras
argucias y artificios, se ha usado hasta en las monarquías desde tiempos
antiguos, como lo muestra Absalón, un hombre tierno con la gente, y con lindos
cabellos y caballos (2 Samuel 14—15).
Cuando un
mandatario está en el poder, hablará de todo lo bueno que ha hecho. Toda la
producción de flores de exportación para San Valentín y el día del amor y la
amistad no le serán suficientes para echárselas encima. Hablará de la casita
que le construyó a la viejita que conoció en una visita. Cuando este mandatario
se acerca al ocaso de su periodo, las flores las amarrará con una cinta de
sobriedad y hablará, si tiene una pizca de humildad, de lo que faltó por hacer.
Una vez
salido del poder, la memoria del exmandatario se vuelve aún más selectiva; recordará
que durante su gobierno solamente ocurrieron cosas buenas. Ante cualquier
crítica o acusación formal, alegará que esta se hace por la ignorancia y lo maldadoso
del crítico o por persecución política del ente acusador. ¿Qué hacemos?
Por obvias
razones, en la Biblia no tenemos historiadores en el sentido moderno ni
posmoderno de la palabra, pero sí existe una capacidad aleccionadora para
justipreciar a los líderes. Miremos un caso.
Antes de ser
rey, Jehú fue general. Llegó al poder por elección divina; fue ungido por
instrucciones del profeta Eliseo, quien a su vez recibió instrucciones de su
padre espiritual Elías, quien a su vez había recibido instrucciones de Dios
para tal efecto. Larga es la cadena de mando espiritual, pero todo esto se
presenta en el texto bíblico como muestra de la legitimidad de Jehú como
gobernante (2R 9—10).
La misión de
Jehú es acabar con el poder que tiene oprimidos a los israelitas en lo social,
económico y religioso. Para Jehú, un hombre pragmático, de nada vale hablar de
paz mientras no se eliminen las fuerzas opresoras, las cuales, a su entender,
se limitaban a los que estaban en el poder; es decir, Acab y Jezabel.
Con
seguridad, Jehú podía llenarse la boca diciendo: “Durante mi gobierno acabé con
Acab y Jezabel; durante mi gobierno se redujeron las muertes de profetas del
Señor; durante mi gobierno se destruyeron los altares idolátricos; durante mi
gobierno…”. Ya conocemos estos discursos. Es muy probable que Jehú tuviera
muchos seguidores en su tiempo, los cuales le habrían aplaudido sus hazañas
militares y la seguridad (¿monárquica?) que les devolvió; los hechos estaban
ahí y no se podía negar.
Sin embargo,
los escritores bíblicos se dieron cuenta de que a este cuento le faltaba un
pedazo, importante por cierto. Si un gobernante se ufana de las cosas buenas
que ocurrieron durante su gobierno, aunque no las haya hecho todas
personalmente y con sus propias manos, también debe hacerse responsable de lo
malo que ocurrió durante su gobierno. No esperamos que el mismo exmandatario lo
haga; ese es un tipo de milagros que no ocurre. Por eso necesitamos oír otras
voces, las de los escritores.
La Biblia nos
presenta dos modelos de evaluación para el caso de Jehú, quizá tres. El primero
es el registro de la historia de Jehú como buen cumplidor de su misión, pero con
su respectiva apreciación crítica. Jehú pasó de ser ungido de Dios a
responsable de masacres. Y no solamente eso; practicó los mismos males que
supuestamente combatía.
El segundo
modelo es del profeta Oseas (cap. 1), quien inicia su profecía hablando
precisamente de Jehú y sus masacres. Es posible que Oseas tenga más información
de la que conocemos por 2 Reyes, porque a favor de Acab y Jezabel no podía
estar.
No esperamos
que esta forma bíblica de justipreciar a los mandatarios sea acogida por
quienes no se identifican con la fe bíblica, pero por los que sí, sí, porque
creemos en un Dios cuyo trono se fundamenta en la justicia y el derecho (Sal 89),
no en nacionalismos, ni en emociones o rabias a las que nos induzcan los
políticos. Lo que ocurre, desafortunadamente y como ocurrió en la Biblia, es
que este mensaje no lo escucha la mayor parte de la generación que lo vive. La
profecía de Oseas ocurre unos sesenta años después de Jehú y la historia de los
reinos de Israel y Judá no se compone sino mucho tiempo después de Oseas. Pero
la valoración que ambos hacen de Jehú solamente fue posible porque hubo algunos
que no le creyeron a Jehú cuando dijo: “Durante mi gobierno…”. Gracias a esos,
quizá pocos, es que hoy podemos leer esto en el texto bíblico y aprender
nosotros la lección, o la generación que sigue, o después…
El tercer
modelo de valoración de los mandatarios es el de los poetas, que en la Biblia
lo tenemos en los Salmos, los cuales hacen parte del culto y de la piedad
personal. ¡Cuánto bien nos haría a los cristianos leer los Salmos en el culto! Esta
es una forma bíblica de hablar de política en comunidad, la oración. No le
hubiera quedado mal a Jehú escuchar el salmo 147. La valoración que hacen de
los gobiernos historiador, profeta y poeta se fundamenta en la palabra del
Señor y se centra en la justicia social a favor de los pobres (Salmos 72 y 82).
Decir otra cosa, sería otro discurso, que no escucharemos durante mi gobierno. ©Milton
Acosta 2018
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