junio 30, 2020

3 Inequidad, desproporción y misterio teológico

Dos lentes, un marco y unas gafas de sol para leer una pandemia

Primer lente: Lectura bíblica de la pandemia

3 Inequidad, desproporción y misterio teológico

Milton Acosta, PhD

Dos de las palabras que más hemos escuchado en estos días a raíz de la pandemia son, inequidad y desproporción. Ambos términos se refieren a unas condiciones y cantidades en relación con otras. Por cuenta de estas aberraciones sociales, ciertos grupos de personas han sufrido la pandemia de Covid-19 de manera desproporcionada. Esto es resultado de los modelos y políticas económicas, cuyos efectos la gente los siente a diario, pero se hacen evidentes en situaciones extremas. Quien menos tiene menos puede obedecer las órdenes de confinamiento, y le toca escoger entre morir del virus o morir de hambre. Lo más increíble es que esto ocurre hasta en algunos de los países llamados ricos, poderosos y desarrollados.

Aunque la Biblia tiene un claro y reiterativo discurso sobre la justicia social y contra la inequidad, entre muchos cristianos en América Latina, especialmente evangélicos, existe una aversión al uso de estos términos. Algunos le atribuyen este rechazo a la influencia, también desproporcionada, que ha tenido acá el discurso político del ala más conservadora de los evangelicals en Los Estados Unidos, que históricamente ha confundido justicia social con el socialismo de los países del hemisferio occidental, con Castro, con Ortega, con Chávez. Poca referencia se hace a lo que ha significado la justicia social en los países europeos, en Japón o Nueva Zelanda, donde se ha buscado exitosamente la justicia social sin tener que padecer bloqueos económicos o un golpe militar. Aquí hay mucha tela que cortar en todas las direcciones. El hecho es que la radicalización política tiene complejidades que no se pueden ignorar. Piense no más en los enamorados que tienen a los padres en contra.

Volviendo a la inequidad y la desproporción, la misma situación se da en El amor en los tiempos del cólera. También ocurre que el mayor número de víctimas se concentra en ciertos barrios de la ciudad. Por qué, se pregunta uno, es esto así y siempre ha sido así. No es solamente por la “indisciplina de esa gente sin educación” o por la necesidad de salir a buscarse la vida, sino por otra razón de la que poco se habla, “esa gente” no le cree nada al gobierno; no creen que haya pandemia, ni las formas de contagio, ni nada; para algunos es una trampa, una estrategia para mantenerlos en la pobreza. Esto no es novedad coyuntural; es una incredulidad histórica con cimientos firmes. De modo que pierde su plata el gobierno en campañas para mejorar una imagen que para la gente no tiene arreglo. Habrá que ver qué porcentaje de la población padece esta incredulidad.

Ante este panorama tan complejo como desolador, notamos que los cristianos evangélicos tenemos una mejor teología de la asistencia social que de la justicia social. Muchos creyentes están dispuestos a ayudar, a distribuir mercados, a salir por las calles, cual mafioso después de haber “coronado”, a repartir billetes de alta denominación (con el respectivo video para las redes), pero no están dispuestos a discutir sobre los modelos económicos que producen, mantienen y exacerban la inequidad económica que crea la mano que recibe el billete, el mercado y la ayuda. Este misterio es más difícil de resolver que el de la Trinidad.©2020Milton Acosta

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante, gracias Milton. ¿Será que la iglesia evangélica falla en reconocer que hay pecados colectivos, sociales y sistémicos por vivir apuntando siempre a la responsabilidad particular de las personas?

Anónimo dijo...

Gregorio Restrepo

Luis Guillermo dijo...

De acuerdo, Milton. En términos médicos, demasiados cristianos prefieren un manejo paliativo en oposición a uno agresivo, en un paciente gravemente enfermo. Mejor que parezca que hacemos algo para mitigar su sufrimiento en su evolución hacia la muerte antes de arriesgarnos a que nos acusen de mala práctica por intentar devolverlo a la vida. Maluco el bejuco!