abril 21, 2020

2 Caridad y ciencia, abnegación y diligencia


Dos lentes, un marco y unas gafas de sol para leer una pandemia

Primer lente: Lectura bíblica de la pandemia

2 Caridad y ciencia, abnegación y diligencia

Milton Acosta, PhD

Dicen que la primera víctima de una guerra es la verdad. El dicho sería bueno si no fuera porque parte de un presupuesto falso, que cuando no estamos en guerra los gobiernos sí dicen la verdad. En la guerra o en una pandemia cuesta más ocultar la verdad y, a fin de cuentas, muchos gobernantes terminan reconociendo, sin decirlo, claro está, que hay que escuchar a los expertos y olvidarse del rating. De todos modos, ese comportamiento tiene una explicación.

La teoría sociolingüística conocida como crítica del discurso afirma que la misión de los gobiernos y sus voceros ante una crisis no es decir la verdad, sino mantener la tranquilidad y la calma. Es decir cuánto más salga el gobierno por radio y televisión, Facebook y Twitter a decir que todo está bajo control y que no tenemos una crisis es porque tenemos una crisis que no está bajo control. Aunque con el tiempo se va sabiendo la verdad, los gobiernos entretanto intentan anestesiar a los pueblos para que no sientan el guarapazo de la verdad. Ante esto, el ciudadano no está desprotegido. Si no es muy malicioso, puede valerse entonces de las teorías lingüísticas del discurso (Fairclough) y de los actos de habla (Austin, Searle) para, además de escuchar lo que dice el funcionario público, preguntarse qué está haciendo este con sus palabras. Es necesario sospechar porque esto estimula a escuchar otras voces, en este caso las de los científicos. Nada más bíblico que sospechar de los discursos de los gobiernos.

En el caso actual de la pandemia provocada por la Covid-19, los expertos dicen que la situación no cambia mientras no haya una vacuna o un tratamiento eficaz; el número verdadero de los contagiados y la proyección tampoco se pueden determinar si no se hace un número de pruebas estadísticamente representativo. Y si no tenemos ni lo uno ni lo otro, seguiremos en cuarentena por edad, por sexo, por número de documento, por número de personas, por zona, por ciudad, por región, por apellido, por peso, por oficio, por estrato, por estatura, o por lo que sea. El que se apriete y se afloje será un baile cuyo compás lo determinará la muerte. Para esto es que nos toca prepararnos; los pronósticos se basan en el tiempo que se demoran los laboratorios en producir una vacuna probada en humanos; los más optimistas dicen que tardará un año y los más pesimistas que cuatro años

¿Puede un gobernante hablar así, como hablan los científicos? Por un lado, hay que entenderlos, sobre todo en momentos difíciles. Pero, por otro lado, también hay gobernantes que se ahorran la escena patriótica del himno nacional y el puño en el corazón, y de entrada dicen las cosas como son. ¿Deberíamos exigirles eso a todos? Ante la cruda realidad y la incertidumbre, ¿preferimos la verdad científica o las buenas intenciones que ignoran la ciencia?

Así, nos viene bien pensar en dos modelos de liderazgo y de mensaje profético en momentos históricos críticos como el actual: acompañar y proyectar. Elías y Eliseo, siendo ellos pobres, se dedicaron a socorrer a los pobres de Israel en medio de la pobreza, la enfermedad, las guerras, el estado de sitio y la muerte que rondaba por todos lados; atendieron generales, viudas, profetas desamparados, ejércitos derrotados, niños muertos (1R 17—2R 8). Así fue la presencia de Dios en el reino de Israel, que Judá consideraba apóstata; un mensaje encarnado, como el de Jesús (Brodie). Y que hablaron cuando hubo que hablar, no hay duda.

Jeremías, entre tantos mensajes que proclamó, les dijo a los habitantes de Judá, acomódense a la vida en Babilonia porque esto va para largo (Jer 29:5-7). Los falsos profetas decían, “enestico salimos de esta, mire y verá”. Así, hoy nos toca escuchar a Jeremías y empezar a pensar cómo reinventar la vida, cómo generar ingresos de otra forma, cómo ser innovadores en hacer el bien. Esto significará hacer trueque, producir verduras, aprender costura, panadería, repostería, dar clases virtuales, en fin, lo que se pueda. Y además, reducir los gastos al mínimo, comer otras cosas, estrenar menos, disfrutar lo natural.

En El amor en los tiempos del cólera hay un párrafo que sintetiza el pedido que muchos les hacen hoy a los gobiernos: diga la verdad para que la gente sepa a qué atenerse, tome las decisiones de orden social con el consejo de expertos en cada cosa y provéale a los profesionales de la salud lo que necesitan para salvar vidas:
El doctor Marco Aurelio Urbino, padre de Juvenal, fue un héroe civil de aquellas jornadas infaustas, y también su víctima más notable. Por determinación oficial concibió y dirigió en persona la estrategia sanitaria, pero de su propia iniciativa acabó por intervenir en todos los asuntos de orden social, hasta el punto de que en los instantes más críticos de la peste no parecía existir ninguna autoridad por encima de la suya. Años después, revisando la crónica de aquellos días, el doctor Juvenal Urbino comprobó que el método de su padre había sido más caritativo que científico, y que de muchos modos era contrario a la razón, así que había favorecido en gran medida la voracidad de la peste. Lo comprobó con la compasión de los hijos a quienes la vida ha ido convirtiendo poco a poco en padres de sus padres, y por primera vez se dolió de no haber estado con el suyo en la soledad de sus errores. Pero no le regateó sus méritos: la diligencia y la abnegación, y sobre todo su valentía personal, le merecieron los muchos honores que le fueron rendidos  cuando la ciudad se  restableció del desastre, y su nombre quedó con justicia entre los de otros tantos próceres de otras guerras menos honorables.

De la condecoración de los ineptos y de cuándo los pueblos conocen las verdades de la historia, hablamos otro día.©2020Milton Acosta

abril 13, 2020

Dios y el gallo


Dos lentes, un marco y unas gafas de sol 

para leer una pandemia

 Milton Acosta, PhD
1 Dios y el gallo

En la novela El amor en los tiempos del cólera, el doctor Juvenal Urbino afirma que “los gallos estaban malditos porque se habían prestado para que a Cristo lo negaran tres veces.” Aunque chistosa, o precisamente por eso, se trata de una afirmación instructiva y pertinente, como muchas otras cosas en esta novela, interlocutora de la que entresacamos cuatro temas que usaremos de marco para los lentes con que leeremos la Covid-19: 1) el agente: quién hizo esto y qué tiene que ver Dios. 2) el liderazgo: cómo interactúan las buenas intenciones, la ciencia y la incertidumbre. 3) las víctimas: por qué la peste se ensaña con ciertas personas de manera desproporcionada. Y 4) el propósito: qué aprenderá la humanidad y cómo cambiará el mundo

Dadas las inocultables deficiencias de este lector, afinaremos la visión con dos lentes que primero usaremos por separado, como si sufriéramos de un mal diferente en cada ojo y mirando primero con un ojo y después con el otro; al final los ensamblaremos en las gafas con las que intentamos entender el mismo fenómeno, porque comprobamos que con los dos lentes se ve mejor. Además, por la intensidad de los hechos a ojos vista, a estos lentes es necesario añadirles unas gafas literarias de sol, para no ser encandilados y perdernos de ver. El primer lente será la Biblia, el libro sagrado que al mismo tiempo es tan humano, forjado en medio de incontables guerras, hambrunas, desplazamientos forzosos, pandemias y desastres naturales. El segundo lente es un libro llamado “El gran ecualizador” (The Great Leveler) de Walter Scheidel, un austríaco, profesor de historia económica y social en la Universidad de Stanford, California. Y las gafas de sol, la novela de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera, que nos ayudará a matizar lo que vemos. Es seguro, como ocurre siempre con la reflexión hecha sobre la marcha, que la fórmula de estos lentes necesitará ajustes periódicos. Está garantizado que oftalmólogos no nos faltarán.

Primer lente: Lectura bíblica de la pandemia

Dios y el gallo

Muchos cristianos se preguntan cómo debemos entender la pandemia de la Covid-19 a partir de la fe. Esta búsqueda de una explicación del mal y el sufrimiento humanos ha ocupado a los creyentes desde tiempos inmemoriales. La razón de esta indagación es natural y normal por la sencilla razón de que, para el creyente, Dios es el elemento articulador de su existencia y que el sufrimiento es inherente a la vida humana. Prohibirle al creyente preguntar es pretender amordazarlo cuando más necesita hablar. Pero la pregunta es precisamente esa, cuándo es el momento para hacer las preguntas y con qué otros recursos cuentan los creyentes para responder a la tragedia y el dolor humanos, propios y ajenos. Una pandemia como la Covid-19 es de tal magnitud que no se puede pretender que todos los creyentes del mundo respondan de la misma manera y mucho menos al mismo tiempo; empezando porque no la experimentamos todos de la misma manera.

La pregunta de muchos es si Dios es el causante de la pandemia y si esto es castigo divino. Otros, un poco más informados, se preguntan si esta pandemia hace parte del cumplimiento de las últimas cosas descritas en la Biblia, el principio de dolores, el escatón. Pero, atribuirle a Dios la pandemia de la Covid-19 de esa manera es como acusar al gallo de ser cómplice de Pedro en la negación de Cristo o como culpar al reloj del campanario por todas las cosas malas que ocurren cuando marca la medianoche o cualquier otra hora. Y si esto es el final, se sabrá al final.

Si bien una de las formas bíblicas, del medio oriente antiguo y propias de la humanidad de responder a la tragedia es el lamento, no es la única, ni tampoco cancela la posibilidad de inquirir. Sin necesidad de afirmar que este sea el caso de la Covid-19, en el libro de Lamentaciones, de manera simultánea se expresa el dolor y se afirma que Dios destruyó Jerusalén por los pecados de sus habitantes.

Sin embargo, según hemos entendido, lo que ha ocurrido con esta pandemia ha sido por agencia humana: un virus de animales pasa a humanos porque los humanos, pudiendo comer otra cosa, fueron a buscar estos animales para comérselos, los metieron en jaulas y los amontonaron de manera insalubre en un mercado atestado de gente; allí adquieren el virus y luego lo diseminan por todo el mundo, en aviones construidos por seres humanos, porque todos dependemos de la mano de obra barata de ese país que vivimos criticando por violar los derechos humanos. Estos animales (los murciélagos y pangolines) quizá están más contagiados porque nosotros mismos hemos destruido su hábitat y ahora viven en lugares más reducidos. En medio de todo esto no faltan quienes creen que el virus ha sido fabricado en un laboratorio científico o en las redes sociales y los medios. Igualmente, como en El amor en los tiempos del cólera, hay quienes todo se lo atribuyen a “la Divina providencia”, hasta la destrucción y traslado de una planta eléctrica que no dejaba dormir a los ricos.


Las preguntas que podrían invitar a una reflexión sobre la agencia divina en relación con la pandemia de la Covid-19, no ahora, sino dentro de algunas décadas, son, entre otras, por qué así y por qué ahora. En este momento sería muy prematuro porque todavía no sabemos dónde vamos a llegar, cuándo vamos a llegar, o si llegaremos a alguna parte. Lo único claro por ahora es que hay mucho sufrimiento y que todavía falta por sufrir. Pero como al mismo tiempo que transcurren las cremaciones despiadadas en lugares recónditos y los entierros solitarios en fosas comunes, se están tomando decisiones que nos afectan a todos, nos toca llorar compasivamente con un ojo y vigilar sagazmente con el otro. Esto inevitablemente nos lleva a pensar en las decisiones que toman nuestros líderes en tiempos de pandemia.©2020Milton Acosta