diciembre 01, 2008

¿Profeta yo?

¿Profeta yo?

La cuchara y el espejo

Milton Acosta, PhD

Toda profesión por digna que sea puede ser desprestigiada.  Del desprestigio se encargan los falsos y los torcidos.  Por ejemplo, así como hay buenos médicos, también hay médicos ineptos, médicos tramposos y falsos médicos.  Y por encima de los médicos están los sistemas nacionales de salud, la economía y los (d)efectos de la globalización en cada país.  Pero bueno, nuestro tema es la profecía.

Resulta teológicamente más productivo hablar de las funciones de los profetas que de los términos hebreos que usa la Biblia para designarlos.[1]  Las etimologías de idiomas antiguos suenan muy impresionantes y autoritativas, pero muchas veces bajo el manto de sapiencia se esconden falacias metodológicas monumentales.  De nada sirve hablar de la etimología de la palabra “político”, por ejemplo, si sabemos que la función verdadera de muchos es apropiarse de los tesoros de la nación.  Por eso algunas profesiones y oficios llegan a perder su significado etimológico y se convierten en sinónimos de otra cosa: tramposo, corrupto, sinvergüenza, pillo, atracador, ladrón, entre otros.  Pero nuestro tema tampoco es ese, sino el profetismo y cómo éste se desprestigia.

Moisés es el primero y más grande de todos los profetas bíblicos (Nm 11:6–8; Dt 34:10; 18:18; Hc 7:37).  Por medio de Moisés Israel recibe de Dios la constitución que ordena la vida y relaciones de Israel.  Esta constitución abarca todo: fe, familia, política, economía y sociedad.  Samuel inaugura otro período profético, el cual crece paralelo a la monarquía.  Samuel le recuerda a Israel que la política puede cambiar, pero lo más importante es mantener el pacto por medio de la obediencia (1S 8 y 12).

Los profetas en la Biblia, como grupo con unas características más o menos comunes, surgen a partir de Samuel.  Su misión principal es anunciar la palabra de Dios en cuatro formas principales: ordenar y corregir (dentro de los parámetros del pacto y la ley), consolar y dar esperanza (dentro y más allá de los parámetros del pacto y la ley).  Los más sobresalientes fueron Elías y Eliseo (más actores que escritores) y después de ellos todos los profetas clásicos o literarios desde Isaías hasta Malaquías (según el orden canónico).  Pero como nunca faltan los aprovechados, en el profetismo tampoco faltaron.

La cuchara, en algunos países dónde se usa, llega a ser sinónimo de alimentación, estómago, economía y ambición.  Así, podemos decir que muchos corazones se corrompen y muchas profesiones se desprestigian por causa de la cuchara.  Pero además de la cuchara existe el espejo y la cámara: cómo nos queremos ver y ¡cómo queremos que nos vean!  El poseer algo sobrenatural es para algunas almas atribuladas una forma de figurar, de ser reconocido, de tener poder.  Por eso la profecía es tan apetecida; pero no según la Biblia, sino muchas veces según el público, la cuchara, el espejo y la cámara.

Cuando el profeta depende de su profecía para la supervivencia de su estómago y/o de su ego, la profecía difícilmente vendrá de Dios, se hace altamente sospechosa.  Así lo registra Jeremías 28 y Zacarías 13.  ¿Se imaginan qué puede profetizar un profeta empleado del gobierno?  ¿Qué puede profetizar alguien que gana comisión por profecía o alguien que, por fin, como profeta puede ser “alguien” en la vida?  Con tanto desempleo y tanto maltrato infantil hay suficientes razones para sospechar.  En el Nuevo Testamento también hubo gente que vio el Espíritu Santo como un buen negocio.  “¿Por cuánto me vendes el Espíritu Santo—dijo Simón el mago a Pedro—para yo también rebuscarme?” (Hc 8:9–25).  Al emprendimiento de Simón súmele un pueblo en vilo y automáticamente obtendrá multitudes, engañadas, pero multitudes.

En la secuencia bíblica del ministerio profético, Juan el Bautista es el último de los profetas (Mt 11:9; Lc 7:26).  Con el Bautista termina el tiempo de la profecía (al estilo del Antiguo Testamento), y comienza el cumplimiento.[2]  Volver a la forma de la profecía del Antiguo Testamento, según Jesús, es realmente volver atrás.  La revelación más completa y perfecta de Dios se da en Jesús: “dichosos los ojos de ustedes que ven y sus oídos porque oyen.  Porque les aseguro que muchos profetas y otros justos anhelaron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron” (Mt 13:16–17). Y si así son las cosas, ¿por qué hay gente que quiere devolverse en el tiempo y en la teología pronunciando oráculos cuál Isaías, Jeremías, Hageo o Malaquías?  Por la mala maña de la mala teología. Continuará . .
©2008Milton Acosta

[1]Para un estudio del uso de las palabras, véase Paul Ricoeur, "Reflexión sobre el lenguaje: hacia una teología de la palabra," in Exégesis y hermenéutica, ed. R. Barthes, P. Ricoeur, and X. Léon-Dufour (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1976).

[2]J. Jeremías lo llama “superprofeta”. Joachim Jeremias, Teología del Nuevo Testamento (Salamanca, España: Ediciones Sígueme, 1974), 63–65.  Debe notarse que en versiones más recientes, Lc 7:8 no dice “no hay mayor profeta que Juan” (RV60), sino “nadie más grande que Juan” (NVI, Biblia de las Américas).  

noviembre 03, 2008

Las 27 Palabras más Importantes de toda la Biblia

Verbo y Sustantivo

Milton Acosta, PhD

Según la Biblia, la prueba más convincente del amor a Dios es el amor al prójimo. Este tema aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La fe cristiana se ve, se debe ver. La canción de Ricardo Arjona, al decir que “Jesús es verbo, no sustantivo”, probablemente tiene una buena intención al apuntar en esa dirección: hay que actuar, no hablar, porque Jesús actuó siempre en favor de otros. Eso está muy bonito y resulta muy atractivo, pero crea una falsa dicotomía con la que el mismo Jesús no estaría de acuerdo pues Jesús habló y fundamentó tanto su discurso como su actuar en las Escrituras. Esto lo veremos en un par de escenas en la vida de Jesús, las cuales corrigen lo que Arjona quiere corregir y corrigen también a Arjona. No es necesario poner a pelear la Biblia consigo misma para señalar la falta.

En una ocasión los saduceos le propusieron a Jesús discutir sobre un tema teo-lógico. Le preguntaron cómo van a hacer en la resurrección aquellos hermanos que fielmente cumplieron con la ley al casarse los siete, uno tras otro, con la misma viuda.[1] ¿De cuál de los siete será la mujer en la resurrección? Una historia inventada, pero muy bien tramada. Jesús les responde tres cosas: (1) que no hay matrimonio en la resurrección; (2) ¿qué sentido tiene decir que Dios es Dios de Abraham, Isaac y Jacob, si estas personas dejaron de existir por completo? Dios es Dios de vivos, no de muertos; y (3) que ignoran dos cosas: las Escrituras y el poder de Dios (Mt 22:23–33).

Acto seguido, al ver los fariseos que Jesús ha callado a los saduceos, deciden seguir la conversación con Jesús, quizá para determinar si al no estar Jesús teológicamente alineado con los saduceos, está alineado con ellos. Entonces le preguntan a Jesús sobre un tema relacionado con jerarquías teológicas y con la piedad expresada en obediencia: ¿cuál es el mandamiento más importante? A los fariseos les preocupan mucho la obediencia a la ley y su identidad grupal y nacional.[2] Su preocupación por la obediencia y las jerarquías de los mandamientos se ve reflejada en muchos de los encontrones que tuvieron con Jesús y sus discípulos: arrancar espigas el sábado—no lavarse las manos antes de comer—sanar un sábado—juntarse con ciertas personas. A los fariseos Jesús les contesta: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu inteligencia. Este es el gran mandamiento y el primero. El segundo es parecido a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos toda la ley depende y los profetas (Mt 22:34–40; cp. Dt 6:5; Lv 19:18).

Tomando las dos historias juntas, podemos decir con Kevin Vanhoozer que “la teología es discurso regulado sobre Dios y acción regulada en nombre de Dios.”[3] El cristianismo es un camino (sustantivo), pero para que lo sea hay que caminar (verbo). Es decir, la fe es siempre pública, siempre visible, pero no sin un contenido. El segundo mandamiento es inseparable del primero (1 Jn 4:20). En cuanto a los demás mandamientos y el resto de la Biblia, es cuestión de prioridad, no de eliminar el resto. Pero sin estas 27 palabras, la Biblia es estéril.[4]

Dice el texto que tanto saduceos como fariseos preguntan para probar a Jesús, para ver qué le responde y determinar si está de acuerdo con ellos o no. Es decir, no preguntan para aprender de él, sino para ver si él está de acuerdo con ellos. Si lo está, entonces Jesús se convierte en uno de ellos; y si no están de acuerdo con lo que Jesús dice, entonces caerá en la trampa y lo desechan porque no piensa como ellos. Es lo que muchos hacemos con Dios, escoger de su palabra lo que nos gusta y nos interesa. Unos escogen el sustantivo, otros prefieren el verbo. Los primeros tienen la verborrea, los segundos hacen cosas sustantivas. La tarea que nos propone el evangelio es como dice, otra vez, Vanhoozer, “no separar lo que Dios ha unido.”[5] A propósito, ¿le han pedido alguna vez “una prueba de amor”?


©2008Milton Acosta

[1]Dt. 25:5–10; Lv 25. Véase Roland de Vaux, Ancient Israel: Its Life and Institutions, trans. John McHugh (Grand Rapids and Livonia, MI: Eerdmans and Dove Booksellers, 1997), 21–22. Cp. David M. Howard, Jr., An Introduction to the Old Testament Historical Books (Chicago: Moody Press, 1993), 132–133.

[2]N. T. Wright, The New Testament and the people of God, Christian origins and the question of God v.1 (London: SPCK, 1992), 189.

[3]Kevin J. Vanhoozer, The Drama of Doctrine: a canonical-linguistic approach to Christian theology (Louisville: Westminster John Knox Press, 2005), 165.

[4]D. A. Carson, "Matthew," en The Expositor's Bible Commentary, ed. Frank E. Gaebelein (Grand Rapids, Michigan, EEUUA: Zondervan, 1984), 465.

[5]Vanhoozer, 154, 205.

octubre 23, 2008

Fariseos ¡Hipócritas!

Fariseos ¡Hipócritas!

No más que tú ni que yo

Milton Acosta, PhD

Los personajes del Nuevo Testamento a quienes más mala prensa se les ha hecho son los fariseos. Tanto es así que para muchas personas fariseo es sinónimo de hipócrita. No se discutirá que sí fueron llamados hipócritas, pero hay que mirar bien la totalidad de la información que tenemos de ellos. Por cierto, la información es fragmentaria y en ocasiones contradictoria. Por su complejidad, no se podrá hacer aquí justicia al tema. Sin embargo, es posible observar que en el Nuevo Testamento y otras fuentes que de ellos hablan, los fariseos no se pueden reducir únicamente a la hipocresía.

Empecemos por el origen de los fariseos.[1] La respuesta corta es que no sabemos con exactitud cuáles son sus orígenes. Aparecen en escena por la época de los Macabeos. Dos opiniones compiten en cuanto al significado de su nombre: “separado” (Scott) o “agudo” (Baumgarten, N. T. Wright). Sabemos de los fariseos por los escritos de Josefo, los Rollos del Mar Muerto (crípticamente), la literatura rabínica y el Nuevo Testamento. Sabemos que algunos escribas son fariseos, pero no todo fariseo es escriba, ni todo escriba fariseo.

Sus dos características principales son: Defienden la pureza que exige el Templo, y la obediencia a la Torá y a la ley oral en todos los aspectos de la vida. Esto se convierte a su vez en una forma de resistencia al gobierno pagano de Roma. Por eso para ellos el guardar el sábado es un símbolo de poder fundamental para la identidad nacional. No constituyeron un poder oficial, pero con cartas de recomendación Saulo, un fariseo, perseguía a los cristianos; lo cual muestra también que algunos recurrían a medios violentos para lograr sus objetivos (Hc 9:1–2); también hay evidencias de su presencia en Masada; otros no recurrieron a la violencia, como Gamaliel (Hc 5:33–42). Es posible imaginarse la situación más o menos así: los pacifistas pensaban “Dios es el Señor de la historia” (Hillel) y los otros le contestaban, “Sí, pero en ocasiones podría requerir de nuestros servicios” (Shammai).

Siendo así las cosas, las diferencias entre fariseos y saduceos va más allá de la fe. Una vez que se cumplieran las aspiraciones de los fariseos al ver a Israel restaurado y reconstituido, los saduceos perderían su posición de privilegio económico y social por su alianza con los romanos. Por eso a los saduceos sólo les interesan las leyes del Pentatéuco.

En los asuntos de fe, los fariseos no son maestros oficiales de la Ley. Sin embargo, tenían mucha influencia sobre las masas. Eran más estrictos que los saduceos, pero menos que los esenios. No sabemos cuántos eran, pero sí eran suficientes en números como para hacerse sentir en todas partes donde hubiera judíos. Su agenda iba más allá de la piedad, por lo menos hasta el 135 d.C. cuando oficialmente se prohíben las ideas revolucionarias y se separa el estudio de la Torá de las cuestiones políticas. Digamos de paso que de ese estudio de la Torá en grupos nació el judaísmo moderno.

Algunos fariseos tuvieron buenas relaciones con Jesús. En una ocasión unos fariseos le dijeron: “Sal de aquí y vete a otro lugar porque Herodes quiere matarte” (Lc 13:31); otros lo invitaban a comer (Lc 7:36–50; 14:1); otros creen en Jesús (Jn 3:1–21; 7:45–53; 9:13–16); algunos hasta protegen a los cristianos (Hc 5:33–39; 23:6–9).

Los fariseos discuten mucho con Jesús. Algunos han sugerido que la razón principal era lo cerca que estaban; era casi como una discusión familiar, no de enemigos. La razón por la cual se les llama “hipócritas” no es porque ellos fueran especialmente más hipócritas que otros. Más bien, los fariseos sufren del mal que sufren todas las personas religiosas y los maestros de cosas religiosas, incluyendo el cristianismo en todas sus expresiones: vivir por debajo del estándar que ellos mismos ponen. Por eso con tono irónico Jesús dice: “hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen” (Mt 23:3). Eso es todo. ¿Es usted religioso o maestro de asuntos de fe? ¡Cuídese! Y cuide a cuantos pueda.
©2008Milton Acosta
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[1] Las fuentes principales para el resumen que aquí presentamos son: Mark Adam Elliott, The Survivors of Israel: A Reconsideration of the Theology of pre-Christian Judaism (Grand Rapids, Mich., Estados Unidos: 2000), Everett Ferguson, Backgrounds of early christianity (Grand Rapids, Michigan, EEUUA: Eerdmans, 1993), J. Julius Scott, Jr., Jewish Backgrounds of the New Testament (Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos: Baker, 1995), N. T. Wright, The New Testament and the people of God, Christian origins and the question of God v.1 (London: SPCK, 1992).

octubre 06, 2008

El ministro irreconocible

El Ministro Irreconocible

Entre el fuero y el desafuero
Milton Acosta PhD

Cuando Ananías ordenó que le cambiaran la sonrisa a Pablo, es decir, que le dieran una bofetada, Pablo se embejucó de tal manera, es decir le molestó tanto, que le dijo a Ananías unas palabras no muy amables: “¡Hipócrita, a usted también lo va a golpear Dios! ¡Ahí está sentado para juzgarme según la ley! ¿Y usted mismo viola la ley al mandar que me golpeen?” (Hc 22:3). Pablo está dispuesto a sufrir por el evangelio (Fil 3:10–11), pero no tolera este tipo de abuso.

La reacción de Pablo se debe a que no reconoció al funcionario. Para su sorpresa, quien lo había mandado a abofetear no era otro que ¡el Sumo Sacerdote! Pero, para colmo de las ironías, el Sumo Sacerdote, se ha salido de la ropa, del fuero de su cargo, y de su nombre: “Ananías” es un nombre hebreo que significa “Yavé muestra su gracia”. Es casi como la Dulcinea del Quijote, que de dulce muy poco tenía, pues dejó a Don Quijote en un estado de agotamiento emocional, desesperanza melancólica y listo para morirse.[1] Pablo no reconoció al Sumo ni como agente de la ley, ni como máxima autoridad religiosa y civil, ni como Ananías. Poco respeto le inspiró quien lo maltrataba.

Al saber que se trataba de SSSS (Su Santidad el Sumo Sacerdote), Pablo pide disculpas citando la Escritura: “Hermanos, no me había dado cuenta de que es el Sumo Sacerdote, porque está escrito: ‘No hables mal del jefe de tu pueblo’.” (Hc 22:5; Ex 22:28). La sensación que le queda al lector es ambigua: por un lado tiene la conducta reprochable del Sumo Sacerdote, que amerita la reacción de Pablo; pero por otro lado tiene la Escritura, según la cual estas personas merecen respeto.

En Oseas encontramos algunas otras denuncias de alto calibre dirigidas a los sacerdotes del antiguo Israel: “pandilla de sacerdotes”, “salteadores”, “ladrones”, “infames”, “adúlteros”, “mentirosos” (Os 6:9–7:4). Cero diplomacia. Todo eso es más y peor que lo que le dijo Pablo a Ananías siglos después. La complicación en Oseas es que hay una mezcla de voces: narrador, Oseas y Dios. ¿Quién dijo qué? y ¿qué importa? Esas son las dos preguntas que nos hacemos. La manera como se presenta el texto en la Biblia, indica que fue Oseas o Dios, pero de todos modos hay un narrador que probablemente recopiló las palabras de Oseas, pues el libro comienza relatando en tercera persona.

Sin disculpar los insultos, en ambos casos el ministro de Dios es irreconocible por sus actos. Es decir, si un ministro religioso, en vez de hablar de Cristo, la gracia de Dios, el arrepentimiento y el perdón, cada vez que predica no habla sino de dinero con el fin de sacarle dinero a la gente, entonces el tal ministro es un ladrón, pandillero, salteador, infame y mentiroso. ¿Por qué? Pues porque eso es lo que hacen los ladrones, pandilleros y atracadores; ni más ni menos. No son insultos fortuitos, son ganados, y bien ganados.

Uno de los blancos de la Ilustración fueron las instituciones religiosas y sus representantes. Meslier denunciaba a principios del s. 18 que “nadie se puede oponer a la monarquía absoluta, las pretensiones eclesiásticas, las creencias populares, ni a lo que el llama ‘la tirannie des grands de la terre’, sin sacrificar su propia paz y comodidad, y sin experimentar intimidación y reprensión masiva.” El citado Meslier, además dice que el trabajo principal de los ministros religiosos es mantener a la gente en el error.[2] La veracidad de todo esto se tendrá que estudiar caso por caso, de una religión a otra y de un ministro a otro. Es decir, no se los puede acusar a todos ni defenderlos a todos. El punto es sencillamente que para todo hijo de la Ilustración, el ministro religioso es de entrada sospechoso.

Lucas y Oseas reconocen parte de lo que dice Meslier, que los sacerdotes y ministros tienen una plataforma natural para el abuso: la credulidad de mucha gente, los problemas de la vida y la aura de infalibilidad y poder de tales cargos. Pablo es también un ministro religioso, pero víctima de otro ministro de un rango superior. Con disculpa y todo, y sin querer queriendo, Lucas al contarnos el episodio, da cuenta de un Sumo Sacerdote irreconocible, que abusó de su fuero religioso y se salió del forro. Oseas igualmente denunció, y sin pedir disculpas, otros abusos de ministros.

Lo mínimo que se puede concluir de todo esto es lo siguiente: (1) si usted es un feligrés, recuerde que es una víctima potencial de los ministros abusadores; (2) si usted es un ministro, recuerde dos cosas: para muchas personas y sin haber hecho nada, usted es sospechoso; y, por ser humano, tener una investidura eclesiástica, sufrir los descalabros de la economía, tener credibilidad delante de los crédulos (que no es lo mismo que creyente), usted es un potencial abusador. ¡Cuídese! ¡Y cuídese mucho! No sea que se vuelva irreconocible; y (3) ¿Será que los ministros necesitan que de vez en cuando alguien los regañe y les jalen las riendas? ¿Se debe esperar un cambio de sonrisa para exponer al ministro desaforado?


©2008Milton Acosta
[1]Donald Capps, "Religion and Humor: Enstranged Bedfellows," Pastoral Psychology 54, no. 5 (2006): 436.
[2]Jonathan I. Israel, Enlightenment contested (Oxford: Oxford University Press, 2006), 41, 102.

septiembre 18, 2008

Un Insulto para Jesús (2) Un buen mal ejemplo

Milton Acosta PhD

Las actitudes de quienes se encontraron con Jesús se pueden resumir en tres grupos: los que creyeron,[1] los que lo rechazaron y los que dijeron “hablamos más tarde” (cp Hechos 16:32–34). Estamos hablando aquí del segundo.

Se puede suponer que las etapas de la relación de este grupo de judíos con Jesús es más o menos así: (1) escuchan los rumores de lo que Jesús dice y hace; (2) van a ver para cerciorarse; (3) le hacen preguntas para entender mejor o para ponerle trampas; (4) entienden, pero como no pueden aceptar lo que oyen, discuten; (5) cuando no les quedan más argumentos recurren al insulto y al abuso; (6) lo amenazan de muerte porque ven a Jesús como una amenaza de proporciones religiosas y políticas peligrosas; (7) se confabulan con el poder de turno para acabarlo.

El mérito de los que insultan a Jesús llega apenas hasta la cuarta etapa. Son personas fieles a unas tradiciones teológicas sólidas y serias,[2] que han considerado las implicaciones de la persona y mensaje de Jesús, y, aunque lo que resulta es un insulto, se trata de conclusiones teológica pensadas. Es decir, este insulto no es malo del todo. No hablan por hablar; no repiten como loros rumores que andan por ahí; no son perezosos mentales.

La recomendación del texto para nosotros es clara: antes de insultar a Jesús, hay que oír y examinar para no hacer el ridículo que hace mucha gente que rechaza con argumentos de academia barata como la del Código Da Vinci, o por lo que dicen los segmentos de farándula en los noticieros amarillistas de televisión. Tampoco es mejor hacerse el “educado” que dice: “ah sí, Jesús me parece muy interesante.” Los que insultan a Jesús en Juan no son turistas de la fe. Son gente que busca a Jesús, lo ha escuchado con atención, y concluyen que lo que dice es ofensivo para ellos. Por eso lo insultan.[3] Así que si estos judíos fueron atrevidos, por lo menos se tomaron el trabajo de escuchar y pensar. Igual o más atrevido es quien insulta a Dios sin pensar y sin piso, que el que lo hace por convicción. En otras palabras, estas personas que insultaron a Jesús en Juan 10–12, aunque se hayan equivocado, son ejemplares.

Si Dios existe, y si Jesucristo es Dios, obviamente no se le debe insultar. La pregunta es cómo llegaron estas personas en Juan al insulto. Mejor dicho, si alguien va a insultar a Jesús y a descalificarlo, que no lo haga desde una ignorancia maquillada con medio semestre de universidad, si no a partir de una reflexión basada en un examen serio y pausado de quién es Jesús y de las implicaciones de su persona y su mensaje. Por ejemplo, una persona que no ha leído ni estudiado la Biblia, no tiene ningún derecho intelectual ni teológico ni razonable para rechazar a Jesús o burlarse de sus seguidores, porque no sabe de qué está hablando; habla por hablar. ¡Y hay que ver cuánta gente lo hace! Es ridículo. ¿Cómo puede uno llegar a conclusiones sobre el calentamiento global sin haber estudiado el tema? Pero todo el mundo se cree experto en calentamiento global así como se cree experto en Dios y en la Biblia.

Al que piensa, le sirve para analizar el razonamiento de las primeras personas que rechazaron a Jesús con argumentos. Al que no piensa, le sirve para preguntarse si al rechazar a Jesús y no seguirlo, sabe lo que está haciendo. Sería el colmo de la desgracia que un individuo se perdiera de conocer a Dios sólo porque le dio pereza investigar y pensar o porque “por ahí dicen.” No se trata de decidir si el iphone es bueno y necesario, se trata de Dios, quien, si es cierto que existe, es la consideración más importante de la vida.

No podemos terminar sin decir algo de la última etapa: los intereses políticos y religiosos que cuidaba la élite: “Si lo dejamos seguir así [dijeron los jefes de los sacerdotes y los fariseos], todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación” (Jn 11:48). Es decir, para ellos no es solamente lo teológico y las tradiciones las que están en juego, sino su propia existencia como nación. Otra vez, y aunque no estemos de acuerdo con sus métodos, estas son razones de peso para ellos. Claro tampoco vamos a decir que hay que matar a aquel con el que no estamos de acuerdo, como hicieron estos líderes religiosos y como hacen muchos trogloditas en el mundo. En eso sí son un mal ejemplo. Pero fíjese que esto ya no obedece a razones teológicas, sino a cuestiones políticas. En conclusión, rechazar a Jesús sin haber reflexionado seriamente y sin saber por qué es también un insulto para Jesús.
©Milton Acosta
[1]Algunos, aún en contra de sus tradiciones y de la presión de grupo, llaman a la sensatez: “Estas palabras no son de un endemoniado. ¿Puede acaso un demonio abrir los ojos a los ciegos?” (10:20–21). Tal vez la misma discusión ayudó algunos entendieran y creyeran. Siendo así, los cristianos no debemos huirle a los críticos; como ha dicho un autor, si hay gente que piensa que la Biblia está equivocada, yo estaría particularmente interesado en saber dónde piensan ellos que está el error. John Goldingay, Israel's Gospel, Old Testament Theology, vol. 1 (Downers Grove, Illinois, Estados Unidos: IVP, 2003), 24.
[2]Pero, según la Biblia, las tradiciones son precisamente el velo que no les deja ver y entender las Escrituras en las cuales supuestamente se basan sus tradiciones (cp 2 Cor 3:12–18). Para un excelente análisis de los problemas intrínsecos en las tradiciones (cristianas en este caso), véase Kevin J. Vanhoozer, The Drama of Doctrine: a canonical-linguistic approach to Christian theology (Louisville: Westminster John Knox Press, 2005), 160–165.
[3]No todo el que insulta es “malo”, pues “al NT han llegado muchos como ladrones y se han quedado para ser peregrinos.” N. T. Wright, The New Testament and the people of God, Christian origins and the question of God v.1 (London: SPCK, 1992), 3–4.

septiembre 12, 2008

Un Insulto para Jesús (1) Un buen mal ejemplo

Milton Acosta PhD

¿Lo han insultado alguna vez? ¿Cuál es el insulto que más recuerda? ¿Qué le dijeron? ¿El insulto apelaba a algo físico o a su carácter? ¿Tenía razón el agresor en algo? ¿Había allí otras personas en el momento? ¿Cómo se sintió usted? ¿Qué hizo? Pues le tengo muy buenas noticias: usted no es el primero, ni el último, ni la persona más importante que han insultado en este mundo.

Tenemos en la Biblia lo que podríamos llamar un “buen insulto”; el problema es que se lo dijeron a Jesús, en su cara y en público. Atrevidos los tipos como el que más, pero así fue. Pues estos tipos hoy nos sirven de ejemplo de algo que no se debe hacer y algo que se debe hacer.

En un largo diálogo entre Jesús y “los judíos”, a Jesús lo tildaron de “samaritano” y de “endemoniado” (Juan 8:48). El insulto es apenas lógico para ellos. ¿Cómo puede alguien en su sano juicio decir que ha visto a Dios, que ha venido de Dios, que Dios lo envió a la tierra, que no tiene pecados, que vive desde antes de Abraham, y ser normal? (Juan 8:31–59). No puede, concluyen ellos, a menos que esté endemoniado.[1] Es curioso que al grupo que discute aquí con Jesús se le identifique como “los judíos que habían creído en él” (8:31). Pero cuando Jesús los desafió sobre su falsa seguridad como descendientes de Abraham, reaccionaron violentamente.[2]

Uno entiende que se le llame loco a alguien que diga que es Dios, especialmente si las convicciones teológicas no lo permiten. Pero ¿por qué lo tildan de “samaritano”? En la región de Samaria vivían personas de distintas etnias y que no necesariamente tenían las mismas creencias, pues en Samaria en el siglo primero había también judíos, entre otros grupos. Así las cosas, “samaritano” se puede entender en tres sentidos: geográfico, étnico y religioso. ¿Con cuál de los tres insultan a Jesús? La pregunta no es inoficiosa porque si no sabemos cuál de los tres es, tampoco sabemos en qué consiste el insulto y si no sabemos eso tampoco entendemos la Escritura.

El insulto no es por lo geográfico ni por lo étnico. En el Nuevo Testamento nunca se apela a la etnia de los samaritanos, a eso de “casta impura”,[3] sino siempre a lo religioso. Incluye dos elementos principales: el sitio de culto y las Escrituras. Los samaritanos sólo reconocen el Pentatéuco como Escritura y afirman que el lugar de culto es Gerizim y no Sión. De modo que si alguien tiene ideas teológicas raras, samaritano será.[4]

La dificultad teológica de los judíos con Jesús es tenaz: ¿Dios-hombre? O se es una cosa o la otra, pero no las dos a la vez, les dice su teología del Antiguo Testamento y sus tradiciones. Pero, debemos preguntar también por qué muchos, siendo judíos, y habiendo sido criados y enseñados lo mismo, todavía creyeron en Jesús y en vez de tratarlo de samaritano o endemoniado, de loco o blasfemo, lo siguieron.

La discusión con los contradictores de Jesús se calienta todavía más y quieren eliminarlo. Jesús les pregunta que por cuál de sus obras quieren matarlo. Ellos le responden que no es por eso, sino por blasfemar, porque “siendo hombre” se “hace pasar por Dios” (Jn 10:33). Jesús otra vez los remite a las obras como garantía de que el Padre está en él, como dijeron otros judíos en 10:21. Es curioso también que después de la discusión Jesús diga que Juan el Bautista “nunca hizo ninguna señal milagrosa”, pero todo lo que dijo acerca de él era verdad. El resultado final es que “muchos en aquel lugar creyeron en Jesús” (10:42). ¿Ayudaron las respuestas a los contradictores de Jesús a aclarar las cosas para los indecisos? Y ¿qué tienen de bueno todos estos insultos?
Continuará. . .
©Milton Acosta
[1]No le dicen más samaritano, pero de nuevo lo tratan de endemoniado, y le añaden loco y blasfemo por iguales razones (Jn 10:1–42).
[2]Samuel M. Ngewa, The Gospel of John (Nairobi, Kenya: Evangel Publishing House, 2003), 168.
[3]Josefo refleja algo de los sentimientos negativos hacia los samaritanos. Algunos historiadores, según Meier, dicen que los deportados de Samaria fueron la élite, así como ocurrió en Jerusalén posteriormente. Y que los extranjeros traídos de afuera a Samaria fue la clase dirigente y eran también pocos. Pero, ¿no dicen tanto las fuentes bíblicas como las asirias que los deportados fueron decenas de miles? Antigüedades 9.14.3; cp 2 Reyes 17. Véase también John P. Meier, "The historical Jesus and the historical Samaritans: What can be said?," Biblica 81 (2000): 209s. Meier nos recuerda que cuando Josías intentó incluir Samaria en sus reformas, no se menciona nada parecido a lo que encontramos en el Nuevo Testamento. Cp Deut 11:29 y 27:12.
[4]Carson dice que recurren al abuso personal cuando se han quedado sin argumentos teológicos. Puede ser que lo acusen de traidor por adoptar posturas teológicas inaceptables para los judíos. Tal vez concluyen que sólo a un samaritano o aun endemoniado se le ocurriría negar que un judío sea hijo de Abraham. D. A. Carson, The Gospel According to John (Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos: Eerdmans, 1991), 354–355.

septiembre 05, 2008

Teología de Migajas y Teología de Perros (3)

Mateo 15:21–28

Milton Acosta PhD

Continuación...

Que la fe de la mujer sea loable, que luche por su hija, y que no se amilane ante la adversidad, nadie lo discute, pero ¿no es demasiado que la dejen sin nombre, que Jesús la ignore y que los discípulos [1] y hasta el mismo Jesús la traten con desprecio? “¡Exijo una explicación!”, dirá el lector indignado. Hagamos el intento de comprender.

1. Hay por lo menos dos posibilidades para explicar el anonimato de un personaje en la literatura: por menosprecio o para no convertirlo en héroe. Según la primera, el anonimato en una historia, en este caso bíblica, es una forma de opresión, reflejo de una cultura jerárquica y machista.[2] Esta alternativa no funciona en nuestro caso por tres razones: (1) los hombres del relato, aparte de Jesús, tampoco tienen nombre; (2) la mujer, aunque sin nombre, es exaltada; y (3) hay historias en el Nuevo Testamento con hombres sin nombre (Lc 7:9; Mt 8:10; 9:18–26; 19:16–30), así como historias de mujeres con nombre (Mt 28:1–10). De modo que la mujer sirofenicia, sin tener nombre ni título de “discípula”, es sin duda más discípula que los discípulos. [3] Poco importa el título si no hay la substancia.

Otra alternativa es que el escritor no quiere hacer del personaje un héroe inalcanzable. Al quedar sin nombre, el lector se puede identificar con el personaje[4] y sentir que él o ella puede ser ese personaje. Si aplicamos esto a los discípulos anónimos, ¿qué diremos si ellos son el mal ejemplo? Pues lo mismo, que el lector también puede identificarse con ellos en su mal proceder. Esto no nos debería costar mayor trabajo.

2. La segunda pregunta que nos provoca este texto es por qué Jesús no sanó la hija de esta mujer sin tanto rodeo. Es probable que quisiera probar la fe de la mujer, como lo hizo en otros casos con los discípulos; pero de todas maneras, por qué así, con un trato displicente y humillante.

3. Lo del trato es más complejo, pero hay alternativas interesantes. Algunos estudiosos de esta historia creen que Jesús necesitó de la insistencia de la mujer para cambiar de opinión con respecto a los gentiles. Es decir, Jesús pensaba como sus discípulos; era un judío etnocéntrico igual que todos.[5] Pero ¿qué sentido tiene eso si para Mateo Jesús es el Hijo de Dios, Dios hecho hombre? Ya ha atravesado la frontera de la divinidad a la humanidad, se junta con prostitutas, publicanos, samaritanos y toda clase de gente. Más aún, ¡los pone de ejemplo!

Es más probable que Jesús haya cruzado la frontera de Galilea[6] para enseñar una lección fundamental a sus discípulos: La misión de la iglesia no respeta etnia ni geografía, así como la justicia, que “no reconoce” ni “teme a ciertos rostros” (Deut 1:17). Jesús saca a sus discípulos de la comodidad y les da un pequeño tour geográfico y teológico:[7] (1) Acaba de discutir el tema de la impureza en el relato anterior y les explica cuán equivocados están al pensar que los ritos judíos son los que purifican a una persona. (2) El evangelio de Mt empieza con una genealogía donde se incluyen por lo menos 3 mujeres que los judíos llamarían “perros”. Y (3) el final de Mateo es la gran comisión a todos los pueblos de la tierra.[8] Con la historia de la mujer sirofenicia, Jesús les ilustra todo eso en vivo.

Algunos autores sugieren que las duras palabras de Jesús van acompañadas de un guiño en su rostro. El guiño no se ve en el relato, pero se puede suponer. Es decir, Jesús le habla a ella como ella esperaría que le hablara un judío. Pero el propósito es, como en las parábolas, “voltear la torta” y darles una vergonzosa estocada teológica a los discípulos, incluyendo los lectores. Pareciera hacerles creer que él piensa como ellos para luego darles la sorpresa. La prioridad de Israel con respecto a los gentiles es histórica, no psicológica ni social. Y lo que reciben los gentiles de la salvación tampoco son migajas. Al trascender cultura y nacionalidad, Jesús invita a sus discípulos a hacer lo mismo.[9]

“Por ser parte de nuestra crianza y ambiente, [la cultura] también es parte de nosotros, y nos resulta muy difícil pararnos fuera de ella para evaluarla cristianamente. Sin embargo, eso es lo que debemos aprender a hacer porque, si Jesucristo ha de ser Señor de todo, nuestra herencia cultural no puede estar excluída de su señorío. Y esto se aplica tanto a las iglesias como a los individuos.”[10] Dios no tiene cultura favorita (Ap 21:26–27), ni siquiera la judía.

En conclusión, si no creemos en un reino de Dios multiétnico y multicultural, entonces tampoco podemos creer en Dios ni en su palabra. Al cruzar fronteras el creyente muestra cuánto conoce a Cristo. Si su posición y cultura son para usted lo más preciado y en su pedestal se sube para menospreciar a otros, Cristo lo invita a que se baje y sea más como él. Salga de su círculo, búsquese una sirofenicia, un “perrito” quizá de otro color y re-conozca el evangelio. Fin



[1]Tal vez los discípulos intentan despachar a la mujer porque pensaron que a Jesús le había molestado. Con esto le devolverían a su maestro la tranquilidad. R. V. G. Tasker, Matthew (Leicester, Reino Unido: InterVarsity, 1961), 150–151.
[2]Véase, p.ej., Janis Jaynes Granowski, “Polemics and Praise: The Deuteronomistic Use of the Female Characters of the Elijah-Elisha Stories” (Ph.D. diss., Baylor University, 1996).
[3]Hay otras posturas con respecto al asunto. Véase p.ej. W. R. Telford, The theology of the Gospel of Mark (Cambridge: Cambridge University Press, 1999), 230–234.. Se debe notar también que, aunque se especifica la región, no dice exactamente en qué ciudad están. Véase también P. Bonnard, Mateo (Madrid: Cristiandad, 1976), 348.
[4]Para la versión feminista completa, véase Patricia Daniel, "Feminism," in The Blackwell companion to postmodern theology, ed. Graham Ward, Blackwell companions to religion (Oxford: Blackwell, 2001), 438.
[5]Esta separación se ve también en Qumrán. Cp. Bonnard, 350. Aunque existe la posibilidad del favor de Dios para los gentiles amigos de Israel (Cp. Christopher Rowland, The open heaven: A study of Apocalyptic in Judaism and Early Christianity (Londres: SPCK, 1982), 174), el judaísmo oficial del primer siglo no acepta que los gentiles traspasen una sola de las 13 entradas a los predios del templo. Véase Jerome Murphy-O’Connor, The Holy Land, 5a ed., Oxford Archaeology Guides (Oxford: Oxford University Press, 2008), 88–89.
[6]Quizá la frontera entre los discípulos y esta mujer no es económica. Probablemente el idioma en el que se comunicaban era griego y eso no lo hablaba sino la gente que tenía algo de medios y educación.
[7]Quizá un viaje de meses. Leon Morris, The Gospel according to Matthew (Grand Rapids, Michiga, EEUUA: Eerdmans), 404–405.
[8]Cp. Theresa Okure, "The global Jesus," in The Cambridge companion to Jesus, ed. Markus Bockmuehl (Cambridge: Cambridge University Press, 2001).
[9]Bonnard, 351; R. T. France, Matthew (Leicester, Reino Unido: InterVarsity, 1985), 247. Morris también afirma que las palabras de Jesús solas suenen duras, pero tal vez lo dijo con una sonrisa. Cp. Morris, 404–405.
[10]John Stott, Making Christ known: historic mission documents from the Lausanne Movement, 1974-1989 (Grand Rapids, Michigan, EEUUA: Eerdmans, 1996), 40–41. No se trata de abandonar toda la cultura ni perder el aprecio por las cosas buenas que ésta tiene.

agosto 26, 2008

Teología de Migajas y Teología de Perros (2)

Teología de Migajas y Teología de Perros (2)

Mateo 5:21–28

Milton Acosta PhD

. . . Continuación

Al famoso joven rico del evangelio (Mt 19:16–30) le bastó una sola respuesta de Jesús (“vende lo que tiene y dalo a los pobres”) para que diera media vuelta y se fuera del todo sin vender nada. Esta mujer cananea no se va después de tres, si contamos el silencio de Jesús como respuesta.

La historia de la mujer sirofenicia es paralela a la del sirio Naamán (2 Reyes 5). Un gentil busca al profeta Eliseo para que lo sane de la lepra que tiene. Pero a diferencia de la mujer, que de entrada es suplicante, Naamán es arrogante. El profeta no lo trata con el respeto que merece su dignidad de general sirio y Naamán se ofende. Tiene lepra, pero su etnocentrismo es mayor. Lo mandaron a bañarse en el río Jordán para ser limpio de la lepra y él respondió “río es lo que tenemos en Siria, ¿cómo me voy a bañar en ese arroyito del Jordán”. Y sí que tenía razón Naamán. Una cosa es el tamaño histórico y teológico del Jordán y otra el físico. Sin embargo, los siervos del general lo convencen y éste por fin se mete en el Jordán; Dios lo sana; después Naamán se postra ante Dios.

La mujer cananea, a diferencia de Naamán, empieza abajo y baja hasta donde no se puede bajar más. No se da por vencida ante la apatía, el rechazo y el insulto. Es una verdadera atleta de la fe. Por encima de todo, ahora hace lo que difícilmente tú y yo hubiéramos hecho. ¡Se le acerca más todavía a Jesús! Esta mujer no puede aceptar que las cosas terminen así no más. Cuando está frente a Jesús, se arrodilla delante de él y le dice las dos palabras más elementales y sencillas, pero poderosas que alguien le puede decir a Dios: “¡Señor, ayúdame!”

¿Qué hará Jesús ahora? Pues si con lo que ha transcurrido hasta el momento estábamos decepcionados de Jesús, concluiremos que su actuación no puede caer todavía más. Pero siguen los peros. Primero no le contesta, segundo los discípulos le dicen a Jesús que la eche y tercero Jesús le dice que él no vino a salvar paganos, sino judíos. ¿Habrá todavía algo “más peor” que le puedan decir a esta mujer? Pues sí lo hay y para desconcierto nuestro y confirmación de los discípulos que quieren echarla, Jesús le dice: “No está bien quitarle el pan a los hijos y echárselo a los perros.” Ahora sí, tenemos que decir, el diálogo ha tocado fondo. Eso sí es como para escribir el libro Cómo ganar enemigos y no influir en las decisiones de los demás.

¡¿Perros?! ¿Le dijo a la mujer que los cananeos eran unos perros? Y no vamos a decir que le dijo “perrillos” por cariño. Masculino o femenino, “perro” es un insulto. Por mucho que “perro” sea diferente a kynarion en griego (que se puede traducir como perrito o perro), no son palabras amables. De hecho, en la Biblia el perro no es el mejor amigo del hombre. No es el “Fido” de la señora francesa que vive en un edificio en Cartagena de Indias; tampoco es el animal que se vende en los supermercados en China. En la mayoría de los casos en la Biblia, el perro va asociado con desprecio.[1] De hecho, en la Biblia el perro es un animal sucio, carroñero, que merodea por las ciudades entre la basura; es símbolo de impureza. De modo que los judíos consideraban a los gentiles como “perros” porque no vivían según la Torah, sin sus leyes de purificación; el gentil es ritualmente sucio, impuro.[2] Ahora piensa que tú eres esa mujer cananea, gentil, a quien le han dicho “perro sucio”. ¡Y te lo dijo Jesús!

Si la historia terminara aquí, la podríamos llamar “la increíble y triste historia de la cananea sirofenicia y su hija endemoniada.” Pero todavía a la mujer le queda otro cartucho: persiste y le responde a Jesús: “Sí, Señor, pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Si a ella le pusieron peros ahora ella pone el suyo. La mujer acepta que Jesús ha sido enviado a los judíos, es decir, a “los hijos”, pero, “los perros”, es decir los gentiles, también comen de las migajas que caen. Así, utilizando la misma metáfora de Jesús, responde que los gentiles también tienen parte de la comida del reino de Dios. Ahora sí, y por fin Jesús le da una respuesta favorable a la mujer. Y no es sólo favorable, sino que la elogia como tal vez no elogió Jesús nunca a ninguno de sus propios discípulos. Y es que en cuestiones de fe, los discípulos recibieron más regaños que otra cosa: “hombres de poca fe.” ¡Hay que ver cuántas veces se los dijo![3] A esta mujer cananea, gentil, griega le dice Jesús “¡Mujer, grande es tu fe!” Luego añade, “que se cumpla lo que quieres.” Y su hija fue sanada en ese mismo momento. Noten que el milagro en sí es secundario. Allí termina esta historia, pero quedan algunas preguntas.

En primer lugar, ¿por qué no tienen nombre esta mujer ni los discípulos? En segundo lugar, ¿por qué llevó Jesús a la mujer hasta tal extremo? Y por último, ¿no fue el trato para ella displicente y hasta humillante?

Continuará . . .

©Milton Acosta

[1]Se han encontrado muchos cementerios exclusivos de perros en el Medio Oriente antiguo, pero no se sabe por qué los enterraban aparte. Cp. Edwin Firmage, "Zoology (Fauna)," en Anchor Bible Dictionary vol. 6 (New York: Doubleday, 1992), 1109–67.

[2]1 Reyes 14:11; 16:4; 21:19, 23; Salmo 59:6; Prov 26:11; 2 Pedro 2:22; Apoc 22:15. Véase Leland Ryken, and Wilhoit, James, ed., Dictionary of Biblical Imagery (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2000), 29.

[3]El tema es favorito de Mateo. De las seis casos de “poca fe”, cinco están en Mateo y una en Lucas: Mt 6:30; 8:26; 14:31; 16:8; 17:20; Lc 12:28. Esto sin contar los casos donde la falta de fe es evidente, como p.ej. en la multiplicación de los panes y los peces.