noviembre 19, 2007

Todo por un collar exótico (1)

Debate profético en el noticiero de la noche

©2007Milton Acosta

En los tiempos del Antiguo Testamento, las dos fuentes principales de información, aparte del chisme, naturalmente, eran la puerta de la ciudad (Gen 23:10; Deut 19; Job 29:7; Prov 24:7)[1] y los sitios de culto. La puerta de la ciudad era el mejor lugar para enterarse de todo tipo de casos judiciales, algunos de ellos muy interesantes (ej. Rut 4:1–12). Por razones obvias, el templo también congregaba muchas personas. Los profetas aprovechaban la aglomeración de los fieles para predicar sus mensajes de parte de Dios. Pero pobre gente; en ocasiones había mucha confusión, pues resulta que unos profetas predicaban una cosa y otros otra contraria. Hasta llegaron a tener acalorados debates públicos frente a todo el mundo; era casi como verlos hoy en el noticiero de la noche. Uno de estos debates “en caliente,” lo tuvo el profeta Jeremías con el profeta Hananías por causa de un exótico collar que portaba Jeremías.

La historia del collar comienza en Jer 27. Allí Dios le ordena a Jeremías que se fabrique visuales de “coyundas y yugos” y se ponga uno en el cuello y envíe los demás a Edom, Moab, Tiro y Sidón. Al mensaje visual lo acompaña una interpretación que completa el mensaje de Dios: “yo soy el dueño de todo y a quien quiero lo doy; sométanse a Babilonia (por 70 años, Jer 25:11, 12; 29:10) o les irá peor; no presten atención a profetas ni adivinos, soñadores y hechiceros porque yo no los he enviado; después yo me encargaré de Babilonia.” A Judá le toca someterse a un reino pagano por no haberse sometido al divino (Jer 2:20 y 5:5).

En Jer 28 responden los profetas aludidos en el capítulo anterior. Hananías se levanta como vocero de su gremio y de Yavé, para hablar en el templo a la hora cuando están reunidos los sacerdotes y todo el pueblo. Su mensaje, a pesar de ser totalmente contrario al de Jeremías, es retóricamente bello y existencialmente atractivo:

A Así dice Yavé de los ejércitos, Dios de Israel:

B he quebrado el yugo del rey de Babilonia.

C Dentro de dos años traeré de vuelta a este lugar todos los utensilios de la Casa de Yavé que tomó Nabucodonosor, rey de Babilonia, de este lugar y que llevó a Babilonia. Y a Jeconías, hijo de Joacim, rey de Judá;

C’ y a todos los exiliados de Judá que fueron a Babilonia yo los haré volver a este lugar,

A’ oráculo de Yavé;

B’ porque yo quebraré el yugo del rey de Babilonia.

Si se analiza los detalles de este mensaje, se observará que tiene todas las características de un auténtico mensaje de Yavé: el vocabulario, las fórmulas lingüísticas proféticas, la belleza poética, el nombre del profeta (Hananías, “Yavé ha mostrado su gracia”), la contundencia de la verdad, el poder de Dios contra los enemigos de Israel; además, se pronuncia desde el templo, en nombre de Dios, en presencia de los sacerdotes, y delante de todo el pueblo. Tiene todo, o mejor dicho, casi todo. Solamente le falta algo, el respaldo de Yavé: Dios no mandó a Hananías a que dijera tales cosas. Toda la apariencia del mensaje de Hananías es la de un auténtico profeta de Dios: su nombre, sus palabras y su plataforma; pero no es un mensaje de Dios.

El pueblo tiene que escoger entre el mensaje de Hananías y el de Jeremías, dos profetas que en apariencia hablan “igual.” ¿Cómo hace la gente para discernir entre un mensaje que realmente es de Dios y otro que parece pero no es? No es fácil. Algunos se guiarán por lo que suena mejor; pocos se darán a la tarea de investigar, sopesar y decidir. El instinto, la emoción y el deseo priman sobre lo auténtico, lo verdadero y lo correcto. Hananías lo sabe y lo explota hábilmente.

Ahora le toca el turno a Jeremías. Los sacerdotes, los profetas y el pueblo escuchan ansiosos. Para ellos es como estar observando cómo se decide el futuro de su nación en un debate de TV. El profeta Jeremías toma la palabra y le responde a Hananías, en un inconfundible tono irónico, “¡Amén! Así haga Yavé; que confirme Yavé tus palabras según las que has profetizado el retorno a este lugar de los utensilios de la casa de Yavé y de todos los exiliados a Babilonia.” Si estas cosas se decidieran por instinto, emoción y deseo, le dice Jeremías a Hananías, tú ganas, tienes toda la razón. Quién no quisiera que se devolvieran los objetos de culto, que se restaurara el culto “con todas las de la ley” y que el exilio fuera corto. Eso lo queremos todos, dice Jeremías. De modo pues que la cuestión no es si Hananías habla más bonito que Jeremías. El asunto es qué es lo que Dios ha dicho. Por mucho que la presión del público arrecie, el mensaje de la Palabra del Señor no se podrá decidir ni por voto ni por gusto.
©2007Milton Acosta

[1]Roland de Vaux, Ancient Israel: Its Life and Institutions, trans. John McHugh (Grand Rapids and Livonia, MI: Eerdmans and Dove Booksellers, 1997), 152–155. Véase también Robert L. Hubbard, Jr., "The Go'el in Ancient Israel: Theological Reflections on an Israelite Institution," Bulletin for Biblical Research 1 (1991): 14–16.

noviembre 03, 2007

"Maldito el día en que yo nací" (2)

“Maldito el día en que yo nací”

Creatividad literaria en Jeremías (2)

©2007Milton Acosta

De las palabras inspiradoras de Jeremías 1 llegamos a un aparente rechazo de ese hermoso llamado en el capítulo 20. Es difícil imaginarse un contraste más extremo en el uso de la palabra vientre. Con el recurso literario de la inclusión, el texto va de vientre a vientre, ¡y de qué manera! Algunas consideraciones generales y otras específicas nos pueden ayudar a digerir estos textos sobre el vientre.

a) A partir de Jer 11:8 inician las llamadas “confesiones/lamentos de Jeremías.” Se han reconocido seis (11:18–12:6; 15:10–21; 17:12–18; 18:18–23; 20:7–13; y 20:14–18). Contrario a lo que uno pudiera imaginarse, existe la posibilidad que al expresar estos lamentos, en conjunto, Jeremías “sentía que la respuesta del Señor a las confesiones renovaba el sentido” de su llamado “y por lo tanto tenía un impacto directo en su mensaje.”[1]

b) Jeremías no sufre solo. Su dolor es el dolor del pueblo. El profeta sufre porque reconocía “su inescapable obligación de proclamar el juicio que se acercaba.”[2] Su dolor no es del tipo “me quiero morir” porque se me daño el peinado. Tampoco es “qué desgracia la vida mía” porque no me salió el negocio.

c) Las coincidencias entre Jer 20 y Job 3 sugieren que se trata de un lenguaje convencional que simultáneamente expresa el sentimiento de quien lo dice, y es también un oráculo de juicio. Nótese que Jeremías aquí no expresa un deseo de morir ni proclama sobre sí maldición: “el día fue maldito por su nacimiento y el hombre fue maldito por dar el anuncio de su nacimiento.” [3] Es común que los creyentes busquen bendiciones en tiempos de crisis. Jeremías, en cambio, asume la crisis como algo que a él le toca vivir junto con su pueblo.

d) Las desesperadas palabras del final de Jer 20 hay que leerlas en el capítulo 20, especialmente con los vv. 7–18. No se trata de si era posible que el profeta tuviera sentimientos suicidas y si lo podemos explicar desde la psicología para concluir “¿por qué no?” o “Jeremías, yo te comprendo.” Nuestra tarea es entender qué es lo que dice el texto, visto desde el lugar que ocupa en el libro.

e) La angustia del profeta es real;[4] pero, ¿cómo se conecta eso con su llamado? ¿es posible unir la lucha interna del profeta con el contenido de su mensaje? Al final del capítulo 20 aparece la última de las confesiones/lamentaciones de Jeremías. Observamos una estructura quiástica (de espejo) así: Inicia con quejas (7–10), sigue el centro con un canto de fe y confianza (11–13) y termina con quejas (14–18). Visto así, el centro de este último lamento no es la desesperanza. No negamos el sentimiento del profeta. Afirmamos que por medio de este recurso literario, el autor logra dos propósitos. Por un lado da rienda suelta al sentimiento, pero literariamente no pone la desesperanza en el centro, sino la esperanza. No tenemos que corregir el texto pensando que esas palabras de confianza (7–18) deben estar al final del capítulo, ni tampoco pensar que la sección (Jer 1–20) termina “mal.” En conjunto, la sección termina con un sentimiento de renovación.

Así pues, lo que para una lectura literal y racionalista sería un escándalo y un sin sentido, desde el punto de vista literario se trata de un acto comunicativo rico y distinto. Es decir, la manera más productiva de leer un texto bíblico es leerlo según su forma literaria y en su lugar. Las palabras desesperanzadas de Jeremías forman parte de la gran sección de los capítulos 1–20. Visto el final del capítulo 20 a la luz del 1, concluimos que el profeta reconoce que Dios entiende las cosas mejor que él porque lo llamó desde el vientre. Es decir, da la impresión que Jeremías no entiende del todo su propio sufrimiento.[5] ¿Quién lo entiende?

El sentimiento del profeta es real, pero la última palabra está en que Dios lo llamó (Jer 1) y en que Dios ha sido fiel en su vida; por lo tanto puede tener seguridad y puede cantar (20:11–13). Es la mejor forma de reconciliar Jer 1 con Jer 20 y no terminar con un profeta esquizofrénico. El mismo que escribió o dictó lo uno también concibió lo otro. Una cosa es la carta de un suicida y otra el género literario de lamento en la Biblia.

La teología no se hace de versículos aislados absolutizados para todos los tiempos y todos los creyentes. La teología se hace de toda la Biblia, respetando la integridad del texto: su naturaleza y género literario y su lugar en el canon. Hacer menos es una violación de las normas elementales de la crítica literaria y un irrespeto a la palabra de Dios. Una lectura plana del texto puede distorsionar el mensaje bíblico. En este caso, no se trata de decir que “a pesar de expresar la confianza, todavía termina diciendo que mejor hubiera sido no vivir.” La palabra final no es esa, sino la totalidad, que incluye Jer 1 y el centro de la última lamentación (20:11–13).
©2007Milton Acosta

[1]P. C. Craigie, Jeremiah 1-25, Word Biblical Commentary, vol. 26 (Dallas: Word, 1992), 173.

[2]Ibid.

[3]Ibid., 278.

[4]Para una elocuente descripción véase, Gerhard von Rad, Teología del Antiguo Testamento, II. Teología de las Tradiciones Proféticas de Israel, trad. Fernando Carlos Vevia Romero (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1990), 255–257.

[5]Jack Lundblom, "Jeremiah," en Anchor Bible Dictionary, ed. David Noel Freedman (New York: Doubleday, 1992).