marzo 13, 2009

Apocalipsis Now


Apocalipsis Now

El caballo de Troya literario de los oprimidos y marginados

Milton Acosta, PhD

 Sea por ignorancia ingenua o por ingeniosa artimaña, no falta quien utilice los textos apocalípticos bíblicos para sembrar miedo y cizaña. Es decir, para hacer con ellos lo opuesto de su propósito: dar esperanza. Pero la esperanza bíblica y cristiana no es que “el mundo se va a acabar y nos vamos para el cielo”, sino que Dios va a actuar aquí y ahora porque Dios es el Señor de la creación y de la historia. No es pues la apocalíptica literatura escapista.

En la literatura apocalíptica bíblica el universo se ve como un todo interconectado. Por eso los eventos cósmicos en ella son comunes, al igual que la intervención divina. El “fin del mundo” forma parte de ese lenguaje metafórico que no se puede leer literalmente. Ese escapismo del mundo no es propio del judaísmo ni del cristianismo bíblicos, sino del gnosticismo. La literatura apocalíptica es el “método oblicuo” que se usa cuando no se quiere hacer un “asalto directo.” Es una especie de Caballo de Troya teológico y literario. La apocalíptica es literatura subversiva de grupos oprimidos.[1] Por eso, no es coincidencia que la época de mayor producción de literatura apocalíptica judía y cristiana se diera entre los años 250 a.C. y 250 d.C.[2] Tampoco es coincidencia que sea literatura favorita de quienes están hoy en condiciones similares.

La apocalíptica se fundamenta en un mundo de imágenes y metáforas provistas por la cultura circundante y la lengua del hablante. Un paseo por los museos del Medio Oriente antiguo nos da las imágenes. Un recorrido por la literatura apocalíptica nos muestra las formas y las expresiones propias de este género. Si bien las distancias cronológicas, lingüísticas, culturales entre nosotros y el mundo bíblico son grandes, el estudio de la historia, las lenguas y el mundo bíblico puede poner límites tanto a la especulación desatinada como al agnosticismo hermenéutico al acercarnos al mundo de la exhuberancia y extravagancia apocalíptica. Miremos un caso del Antiguo Testamento.

En su primera visión junto al río Quebar en Babilonia, en medio de impresionantes efectos de luces y sonidos, Ezequiel vio seres alados con rostros humanos y de animales, cuyo medio de locomoción eran unas extrañas ruedas movidas por el espíritu y llenas de ojos. Encima de las criaturas ve una especie de bóveda. Y sobre la bóveda algo semejante a un trono de zafiro y sentado en el trono alguien de aspecto humano. (Ezeq 1). ¿Qué es todo esto y de dónde salió?

Esos seres alados y con rostros de animales, que nada tiene que envidiarle a Tolkien, Lewis o Spielberg, existen en el mundo donde Ezequiel se encuentra. Están en los templos y palacios de las grandes ciudades de Mesopotamia. Algunos son estatuas colosales, otras están grabadas en las paredes de palacios y templos. Basta una búsqueda de la ciudad de Nimrud en libros especializados o en Internet para comprobarlo. Así las cosas, hay un sentido en que lo que Ezequiel vio, ya lo había visto. No exactamente igual, pero no muy distinto. Las diferencias principales entre lo que Ezequiel vio y lo que había visto antes es que en las representaciones asirias y babilónicas estos seres sólo tienen un rostro y un par de alas.

Estas impresionantes figuras están cargadas de un alto contenido simbólico en su composición. Como lo explican C. J. Wright y otros autores,  según el mundo del Medio Oriente Antiguo, los cuatro rostros se pueden comprender así: el rostro humano es la imágen y semejanza de Dios, la majestad divina, dignidad y nobleza (Gen 1:28; Sal 8); el rostro de león es símbolo de fuerza, ferocidad, valentía y realeza (Jue 14:18; 2 Sam 1:23; 17:10); el rostro de un toro representa fertilidad y divinidad (Pr 14:4; Sal 106:19–20); y el rostro de águila es una metáfora para la rapidez, la agilidad y la visión aguda (Deut 28:49; Isa 40:31; Jer 48:40). ¿Y de qué le sirve todo esto a un exiliado en Babilonia? Ya veremos.      
Continuará . . .
©2009Milton Acosta

[1]N. T. Wright, The New Testament and the people of God, Christian origins and the question of God v.1 (London: SPCK, 1992), 285–287. Una opinión un poco diferente puede encontrarse en Jesús Asurmendi, "Apocalíptica," en Historia, narrativa, apocalíptica, ed. J. M. Sánchez Caro (Estella, Navarra, Epaña: Verbo Divino, 2000), 525–528.

[2]Una colección bastante extensa de esta literatura se encuentra en James H. Charlesworth, ed., The Old Testament Pseudepigrapha: Apocalyptic literature and testaments, 2 vols., vol. 1 (New York: Doubleday, 1983).

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