Los malos
somos más
Milton
Acosta, PhD
“En el
tiempo en que gobernaban los jueces hubo hambre en la tierra”. Así inicia el
libro de Rut (1:1). Y no solo hubo hambre en ese tiempo, sino también guerras,
muchas guerras. Uno se pregunta si el hambre de la familia de Elimelec no fue
causada por alguna guerra.
Las guerras
narradas en la primera mitad de Jueces son contra los enemigos tradicionales de
Israel en Canaán; la segunda mitad narra guerras internas en las que los
israelitas se matan entre ellos mismos; algo así como la historia de Colombia.
En ambos casos, la violencia y las guerras de diferente índole y por diferentes
razones, se vuelven normales; los problemas se solucionan matando. Recuerdo que
cuando yo era niño y nos iban a llevar a cine, preguntaba si la película era “matando”;
si no era así, entonces la película era mala; esas películas de Sandro... En
nuestro país a nadie le produce nada saber de cinco muertos por aquí, veinte
por allá. Los miles que eso suma lo sabemos en el mes de febrero del año
siguiente con una nota indicando el porcentaje en que subió o bajó, como la
bolsa. Eso ya pasó; este año será mejor.
Jefté es
uno de varios ejemplos en la Biblia de quienes pensaron que los problemas
sociales se solucionaban matando (Jue 10:6—12:7). El libro de los Jueces nos
muestra esa frase que oímos todos los días: la violencia genera más violencia.
Es decir los problemas sociales se deberían atacar con soluciones sociales
porque el uso de la violencia lo que hace es crear la siguiente ola de
violencia. Otra frase común, pero igualmente cierta es “los muertos los pone el
pueblo”. ¿Cuántos hijos de ricos o presidentes, ministros, congresistas,
gobernadores, alcaldes y generales mueren en nuestras guerras?
El libro de
Jueces se terminó de escribir en tiempos del exilio (Jue 18:30). Es decir, han
pasado varios siglos desde que Jefté sacrificó a su propia hija para
agradecerle a Dios por una victoria militar. ¿Para qué recordar semejantes
historias en tiempos del exilio? Podemos pensar en algunas alternativas.
El libro de
Jueces muestra que el Israel antiguo, al igual que la Colombia de hoy, tiene
diferentes versiones de su historia; todos se creían ser de los buenos. Esto
significa que, los malos son unos y los buenos son otros, arrojando como
resultado que todos son buenos y todos son malos. Por esto, el libro de los
Jueces es el mejor libro para interpretar la historia de Colombia, tanto en lo
historiográfico como en lo teológico y lo sociológico. De aquí saldrían muy
buenas tesis en todas estas ramas del conocimiento.
Si no somos
“malos” en el sentido de no haber matado a nadie, somos bastante malos para
recordar la historia, lo cual nos lleva a una visión distorsionada del
presente. Si bien todo conocimiento de la historia es limitado, de todos modos
podemos hablar de aproximaciones. Lo más difícil es dejar las pasiones y los
intereses personales a un lado. Reconocer que los malos somos más podría
afectar la imagen y los privilegios de muchos. ¿Malo yo? Respete.
Jefté fue
desechado por sus propios hermanos por ser hijo de una prostituta, cosa que hoy
no hay que serlo para ser considerado tal. A la violencia lo llevó la
persecución y el desprecio de sus propios hermanos. Pero cuando sus hermanos se
vieron en dificultades para defenderse de sus enemigos, entonces lo llamaron,
porque Jefté era bueno para matar. ¿Quiénes son los buenos aquí?
Igual
confusión ocurre con Gedeón y sus hermanos, Sansón y los filisteos y por último
entre las tribus de Israel. En este último caso, relatado en los capítulos 19
al 21 de Jueces, a un levita de la tribu de Efraín, los de la tribu de Benjamín
le matan a su mujer en un hecho atroz de violación en grupo; el levita descuartiza
a su mujer y manda los pedazos por todas las tribus de Israel; se arma la
guerra, todo Israel contra Benjamín. Así, de un muerto pasamos a cientos de
muertos. Luego los nuevos agresores se lamentan por haber casi desaparecido a
Benjamín. La solución es conseguirles esposas, lo cual hacen de forma violenta y
con el patrocinio de quienes casi los desaparecen. De una violación pasamos a
cientos de violaciones. Es decir, para “solucionar” un feminicidio se
cometieron cientos de homicidios y para “arreglar” un delito atroz se
cometieron cientos de delitos atroces. De víctimas a agresores, de agresores a víctimas,
nuevas víctimas... ¿Quiénes son los malos aquí? ¿Quiénes los buenos?
Del libro
de Jueces aprendemos muchas cosas, pero mencionaremos solamente tres que
consideramos pertinentes para este momento: Primero, alguien puede “salvar” a
Israel de algún enemigo, pero ese salvador puede ser al mismo tiempo un
individuo a quien no le importa atropellar y matar al que sea con tal de cumplir
con su misión. Así conserva el poder, lo que tiene y su reputación de matón,
que, aunque no se diga, también es importante; así fue también el general-rey Jehú
(2R 9—10). En segundo lugar, es claro que cuando la violencia se mira a la luz
de la totalidad de la historia y no de los últimos años, “los malos” son todos los
que han ejercido el poder y quienes los han apoyado. Quizá aquí hay una clave fundamental
para la reconciliación de un pueblo. Es decir mientras no se re-conozca la
historia, la polarización buenos-malos permanece. Por último, mientras la llama
de la injusticia social siga calentando esta olla que llamamos sociedad, así
tenga muchas válvulas de seguridad, por algún lado estalla. Los ejemplos se
multiplican por todo el mundo, algunos con guerras prolongadas, otros con
brotes esporádicos de violencia extrema o moderada; es diario.
Y bueno, ¿tú
eres de los buenos o de los malos? Recuerda que los malos somos más. Pero quién
quiere complicarse con esto, mejor vámonos para cine o a ver algo en Netflix,
eso sí, nada de Sandro, por favor; que sea matando, así no pensamos en
tanta violencia. ©Milton Acosta 2018.