septiembre 29, 2006

Pido la Palabra

La razón de "Pido la Palabra"

1. Es "Pido la Palabra1" porque "Pido la Palabra" ya tenía dueño.
2. Un teólogo y biblista en América Latina tiene que pedir la palabra porque muy poco se la dan. Los micrófonos son propiedad de pocos.
3. La iglesia de Jesucristo debe pedir la Palabra y no puede conformarse con menos. La predicación que se escucha más fuerte y mas frecuentemente en América Latina no es siempre de la Palabra.
4. Hacemos aquí entonces un pequeño intento para presentar reflexiones bíblicas y teológicas relacionadas con temas latinoamericanos.

¿abba significa “papito”?


Breve Historia de un Romance Evangélico
©2006Milton Acosta

El reputado biblista judío-alemán Joachim Jeremias investigó detenidamente el uso de la expresión “abba” en el Nuevo Testamento y en la Literatura Judía. En uno de sus escritos, afirmó que la expresión abba, usada por Jesús, era un raro caso vocativo (del Hebreo o del Arameo) que se derivaba del balbuceo de los bebés. Es decir, el término se podría traducir al español como “papi” o “papito,” el apelativo más íntimo con el que un hijo se dirige a su padre.
La explicación de Jeremias hizo carrera tanto en la academia[1] como en la cultura evangélica popular. Así pues, se afirma que si Jesús utilizó este lenguaje de bebé, de niños y de tanta intimidad para dirigirse a Dios, así debemos hacerlo nosotros. Hay escritos impresos y en Internet que hablan de cómo la academia ha demostrado convincentemente que abba significa “papito” (daddy en inglés) y especulan de cuán escandaloso, blasfemo y hasta loco resultaba tal vocativo para Dios en la Palestina del siglo primero. Esta enseñanza forma parte de algún capítulo sobre la paternidad de Dios y cómo podemos los creyentes sentir a Dios como un padre cercano. La intención es loable, pero ¿es abba realmente equivalente a “papito”?
Años después de diseminada la explicación, el mismo Jeremias rectificó su hipótesis. Ahora Jeremias dice que afirmar que “cuando Jesús hablaba con su Padre celestial, no hacía más que recoger sencillamente las palabras que balbuceaban los niños” era “minimizar la cuestión de forma inadmisible.”[2] Y, en otro escrito también dijo que tal explicación constituía un “caso de ingenuidad inadmisible.” Es decir, Abba no es ni “papito” ni balbuceo de niños en Arameo, como lo confirma también James Barr.[3]
Jeremias afirma que sí es cierto que Jesús hace algo “nuevo e inaudito,” pero la razón no está en que estuviera balbuceando palabras de niño en arameo, sino en que se dirige a Dios con sencillez, cariño y seguridad. Además, Jeremías mismo, y otros, han reconocido que este es lenguaje afectivo de adultos también.[4] Lo cual quiere decir que con ello Jesús está expresando no solamente “la confianza con que él vive esta relación; Abba contiene al mismo tiempo el don total del Hijo que se entrega al Padre en la obediencia (Mc 14,36; Mt 11:25–26).” De estas dos cosas nos ha hecho participes Jesús en nuestra relación con Dios y tal trato está reservado solamente para Dios. [5]
¿Qué nos enseña este caso? 1. Debemos admirar a Jeremias por su entereza de carácter para rectificar un error. 2. Es necesario aprender la lección de no construir teologías ni prácticas a partir del estudio aislado de un término. Bien vale la pena preguntarse, como lo hace VanGemeren, ¿por qué si lo que Jesús hizo era tan chocante para los judíos (como otras cosas), nadie le reclamó?[6] 3. Hay que cuidarse también de propuestas que perpetúan la vieja herejía de que el Dios del Antiguo Testamento es diferente al del Nuevo. Las cualidades que Jeremias atribuye a la oración de Jesús como “únicas y novedosas” también forman parte de las oraciones en los Salmos, incluyendo cierto grado de atrevimiento.[7]
[1]Aunque no se le da el crédito a Jeremias en este libro, véase, por ejemplo, José M. Martínez, y Pablo Martínez Vila, Abba, Padre (Barcelona: CLIE, 1990), 31.
[2]Joachim Jeremias, Abba Y El Mensaje Central Del Nuevo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1981), 70.
[3]“Abba isn’t Daddy” JTS 39 (1988) 28–47. Cp. Allen Mawhinney, "God as Father: Two Popular Theories Reconsidered," Journal of the Evangelical Theological Society 31 (1988). Para una evaluación más amable de Jeremias, véase James A. Rimbach, "God-Talk or Baby-Talk: More on "Abba"," Currents in Theology and Mission 13 (1986).
[4]En otro lugar Jeremias dice que en tiempos de Jesús era costumbre dirigirse a personas distinguidas, especialmente hombres mayores, como °abb¹. Véase Joachim Jeremias, New Testament Theology, trans. John Bowden (New York: Charles Scribner's Sons, 1971).
[5] Jeremias, Abba, 70. Jeremias consideró como inauténticas los otros apelativos que Jesús usa para Dios en el NT.
[6]Willem A. VanGemeren, "'Abba' in the Old Testament," Journal of the Evangelical Theological Society 31 (1988): 388.
[7]Como dice VanGemeren, no hay por qué embelesarse con palabras como si una palabra fuera todo: “hay muchas formas de dirigirse a Dios en oración. La forma de la invocación no es siempre tan importante como el marco de referencia con el que [el creyente] se acerca a Dios. El contenido y el espíritu de la oración también revelan cercanía.” Otro peligro del que nos advierte VanGemeren es la vieja y peligrosa costumbre en algunos círculos cristianos de creer que hay Dios justiciero en el Antiguo Testamento y otro amoroso en el Nuevo. VanGemeren concluye que la contribución específica de Jesús “no consiste en la novedad de su revelación de Dios como °Abb¹° . . .” sino, en que “Jesús restauró la enseñanza del AT sobre el amor de Yavé, su perdón, disposición a escuchar la oración y su cuidado paternal.”[7] Jesús lo expresó dirigiéndose a Dios en tres formas: °Abb¹°, “nuestro Padre” y “Padre.” No se puede afirmar que una sea más o menos (importante) que la otra. Véase Ibid.

La Privatización del Espíritu


La Iglesia Evangélica de América Latina retrocede 500 años de teología en una década
©2006Milton Acosta

En los tiempos del Antiguo Testamento los ungidos y los que recibían el Espíritu de Dios eran pocos: reyes, profetas, sacerdotes y algunos individuos en especial. La unción y la presencia del espíritu se entendían como un don especial de Dios a ciertos individuos escogidos para unas labores específicas. La unción representaba la presencia especial de Dios en tales individuos. Pero, en tiempos del Antiguo Testamento también, el profeta Joel anunció algo extraordinario, la democratización del Espíritu: Y sucederá que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne; y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. Y aun sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en esos días (Joel 3:1–2).[1]
Siglos después, en tiempos del Nuevo Testamento, Pedro vio el cumplimiento de las palabras de Joel en el día de Pentecostés: el Espíritu Santo se reparte a toda carne indiscriminadamente (Hechos 2:13-18). En este nuevo orden se recibe el espíritu sin distinción: “de edad, ‘ancianos y jóvenes’; de clase social, ‘siervos y siervas’; de sexo, ‘hijos e hijas’; y de nación, toda carne.[2] Así pues, el Espíritu Santo deja de ser privilegio de unos pocos para ser dado a la gente común de los judíos y de los gentiles. El Espíritu sigue siendo requisito para la misión, pero no distingue entre predicadores (Pedro, Juan) y servidores de las mesas (Esteban, et al.).
Con el tiempo y muy paulatinamente, el Espíritu volvió a privatizarse y quedó en manos de los jerarcas de la iglesia. No se les llama ungidos, pero son los únicos ministros y mediadores de la gracia de Dios. Así se conformó la iglesia de la Edad Media. El sacerdote intercede por los creyentes porque él es quien tiene la investidura del Espíritu para hacerlo.
El Espíritu vuelve a democratizarse en la Reforma con la teología del sacerdocio de todos los creyentes. Lutero ciertamente no eliminó los oficios de los pastores y ministros, pero sí les quitó el poder espiritual absoluto que ostentaban los sacerdotes y los jerarcas de la iglesia. Todo esto lo argumentó Lutero desde el Nuevo Testamento porque eso es lo que asume todo el Nuevo Testamento (Rom 5:5; 1 Cor 12:13).[3]
En las últimas décadas y muy rápidamente, el Espíritu se está volviendo cada vez más cosa de unos pocos supuestos ungidos. No es extraño escuchar que fulano o zutano “sí tiene la unción,” o que hay que enviarles a ellos nuestras peticiones, “porque ellos sí tienen el Espíritu.” Estas son afirmaciones aparentemente afirmativas de ciertos individuos, pero son absolutamente negativas con respecto a los demás cristianos y totalmente contrarias a las Escrituras. El Espíritu Santo lo tenemos todos los cristianos porque todos hemos sido ungidos con ese Espíritu. Entre otras cosas, tal forma de referirse al Espíritu en el Nuevo Testamento no es tan común (2 Cor 1:21; 1 Juan 2:20, 27), y por cierto, no es para revelar nuevas verdades (cp. Juan 14).
¿Por qué sucede hoy este fenómeno de la privatización del Espíritu? Hay por lo menos cuatro razones. Primero, por la ignorancia de las Escrituras. Segundo, por el uso caprichoso de las Escrituras; en este caso se hace teología del Antiguo Testamento y se aplica a la actualidad como si Cristo y el Espíritu no hubieran venido ya como dice Hechos. Tercero, porque la teología católica de las jerarquías eclesiásticas resulta bastante atractiva. Y cuarto, porque así como hay personas que anhelan poderes absolutos sobre los creyentes, también hay creyentes cuyo desarrollo moral les pide jerarquías con poderes absolutos sobre ellos.
Es bastante curioso lo que está ocurriendo. Hace unas pocas décadas muchos predicadores Protestantes, Biblia en mano, descalificaban la iglesia católica por sus jerarquías y la infalibilidad del Papa. Hoy se ve en círculos supuestamente herederos de la Reforma, la jerarquización de las iglesias a partir de una malentendida unción que los hace infalibles, les da poderes exclusivos y un carácter especial que reparten a otros cual Moisés o Elías. Así pues, el Espíritu que se democratizó en el siglo I después de la resurrección de Jesucristo, ahora pretenden privatizarlo. Este es un retroceso teológico de por lo menos 500 años, si no 2000.
[1]En Números 11 hay un antecedente, cuando Dios reparte su Espíritu a un grupo de setenta ancianos en vista de las dificultades que tiene Moisés para administrar solo todo el pueblo. Pero nótese que es para un grupo específico de personas, setenta ancianos. Lo que anuncia Joel es algo más democrático todavía.
[2]Luis Alonso Schokel, J. L. Sicre Díaz, Profetas 2, 2da ed. (Madrid: Ediciones Cristiandad, 1987), 943. Es cierto que en Joel la presencia del Espíritu se limita a profecía, sueños y visiones, pero en el Nuevo Testamento vemos que abarca mucho más que eso (1 Cor. 12).
[3]Charles H. H. Scobie, The Ways of Our God: An Approach to Biblical Theology (Grand Rapids: Eerdmans, 2002), 281–297.