diciembre 11, 2012


¡Se fue la luz!

Milton Acosta, PhD

Un rápido recorrido por la historia de la Navidad nos muestra que ésta ha pasado por varias etapas. Primero, el nacimiento de Jesús que conocemos por los evangelios. A juzgar por la respuesta de la mayoría, no era fiesta nacional. Apenas unos pocos hubieran celebrado el cumpleaños de Jesús, pero no hay evidencia de que lo hicieran. Luego vienen los primeros cristianos, quienes predicaban que Jesús era el Cristo. No celebraban Navidad puesto que consideraban importante la muerte y resurrección de Cristo, no el día de su nacimiento.

En tercer lugar, poco después de iniciado el reinado de Constantino (siglo iv d.C.), la iglesia toma la decisión político-religiosa de unir la fiesta pagana del nacimiento del sol[1] con el nacimiento de Jesús. La decisión no está documentada, pero esta ha sido una estrategia común en la evangelización, montar creativamente una celebración cristiana sobre una pagana para evitar rupturas y traumas considerados innecesarios. Por lo común, lo que ocurre en la práctica es que la fiesta cambia de nombre, pero junto con la fecha, todo lo demás queda igual: creencias y modo de celebración. La fecha cobra nuevos matices cuando Carlomagno fue coronado emperador de Europa (y alrededores) en Roma por el papa León III el día 25 de diciembre del año 800.

En cuarto lugar, la Navidad se convierte en una celebración hasta bonita: tiempo para la generosidad y la bondad, para recordar el amor de Dios, dar gracias y estar juntos en familia. Aparecen árboles por un lado, luces por otro, pesebres y demás perendengues.

Para Juan, la venida de Jesús tiene dos aspectos importantes. Por un lado está el amor de Dios por el cual envía a su Hijo al mundo para salvar y dar vida eterna a todo el que crea en él (Jn 3:16). El deseo de Dios no es condenar al mundo, sino salvarlo por medio de su Hijo. Tres renglones más abajo está el segundo aspecto, la respuesta a la venida de Jesús: “la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos” (Jn 3:19).

Jesús es la luz. Acercarse a Jesús significa dejarse iluminar y dejarse ver. Los relatos de la mujer samaritana y de Nicodemo son ejemplos de lo que puede pasar cuando alguien se acerca a la luz (Jn 3:1–13; 4:1–42); tanto el religioso y el académico como la mujer “perdida” necesitan de la luz. Pero también están los que no les gusta la luz: abandonan a Jesús, lo desacreditan y hasta quieren eliminarlo para que su luz no alumbre (Jn 6:60–71; 7:45–52; 11: 45–57).

En la actualidad, la Navidad ha sido asimilada por el comercio y la parranda. Pero estas cosas no se pueden condenar a rajatabla. La generosidad al dar regalos y la celebración son cosas buenas. De hecho, ambas están reguladas en el Antiguo Testamento. Los cristianos estamos llamados a la generosidad y a la celebración y el gozo. Es decir, la Navidad sigue siendo una época excelente para la evangelización por vía oral y testimonial. Dios quiera que en esta Navidad no nos quedemos sin luz.©2012Milton Acosta


[1]Es la religión romana conocida como Mitra. El 21 de diciembre es el día más corto del año en el hemisferio norte. La fiesta del mitraísmo se celebraba el 25.

julio 30, 2012

Silencio

Milton Acosta, PhD

Para hablar del silencio casi hay que pedir disculpas. Pero la idea no es que hagamos votos perpetuos, sino incorporarlo a la piedad personal, la liturgia y el quehacer teológico.

Cuando en América Latina se insinúa que la vida cristiana puede enriquecerse con el silencio, la reacción a veces es que esas son ideas europeas o asiáticas; que nosotros somos alegres, festivos y bullosos; y por lo tanto así es nuestra piedad personal, la liturgia y el quehacer teológico. Estas respuestas ignoran que la Biblia y los primeros escritos de teología y de piedad cristianos (donde el silencio es parte importante) surgieron en un mundo alegre, festivo y bulloso: el Medio Oriente, África, Turquía y todo el resto del Mediterráneo. Es decir, es posible tener espacios de silencio en la piedad personal, la liturgia y el quehacer teológico en culturas festivas. El problema es reducir la vida cristiana a un aspecto de la cultura.

También se rechaza el silencio y la quietud diciendo que creemos en un Dios vivo, que de nuestro interior corren ríos de agua viva, que silencio hacen los muertos y que la Biblia manda a alabar a Dios con alegría y júbilo. El problema aquí es pensar que el gozo es incompatible con el silencio, que estar alegre es hacer ruido y que ruido es sinónimo de gozo.

Propongo tres citas para reflexionar. La primera es para los teólogos que por épocas nos sentimos impelidos a emprender cruzadas contra todo maestro que nos parece falso:
“El silencio puede ser más revelador que la palabra misma; puede incluso discernir entre la verdadera profecía y la falsa. Cuando los profetas caían en la duda de si eran víctimas de una ilusión, o cuando se veían enfrentados a otros que decían ser también profetas enviados de Yahvé, recurrían al silencio de Dios como criterio de autenticidad profética. Profetas falsos eran los locuaces, los que siempre tenían algo que decir, los que «robaban» como ladrones la palabra profética, como se quejaba Jeremías (23, 30).”[1]

La segunda cita es para quienes creemos que cuanto más hablemos nosotros más hablará Dios: “El silencio es la otra cara de la palabra, la cara «oculta» del rostro de Dios: el rostro «visible» es representado por la palabra, el invisible por el silencio.”[2]

La tercera es para quienes pensamos que en cada encuentro con Dios tenemos que decir muchas cosas: “… el silencio es también, junto a la palabra, vehículo de la revelación divina.”[3]

Muchos personajes bíblicos experimentaron la presencia de Dios y escucharon su voz en el silencio: Moisés, Elías, Jeremías, Jesús. De modo que por el bien de todos, hagamos un poco de silencio; sobre todo en la presencia del Señor. Es cierto que en la Biblia el silencio aparece en contextos de sensación de abandono de Dios. Pero eso no es todo. Recordemos las palabras del sabio: “Cuando vayas a la casa de Dios, cuida tus pasos y acércate a escuchar en vez de ofrecer sacrificio de necios, que ni conciencia tienen del mal. No te apresures ni con la boca ni con la mente, a proferir ante Dios palabra alguna; él está en el cielo y tú estás en la tierra. Mide, pues, tus palabras.” (Ec 5:1–2; cp Sal 4:5; Pr 21:23).

Ojalá Dios no tenga que decirnos como aquella vieja canción de enamorados: “palabras, palabras, palabras; palabras, palabras, palabras; palabras tan solo palabras hay entre los dos.” O, Peor todavía, lo que sí les dijo a quienes pretendían adorar a Dios sin practicar la justicia: “No los soporto; me ofende su adoración; aunque multipliquen sus oraciones, no los escucharé” (Is 1:10–26). Seamos también devotos en silencio. ©2012Milton Acosta
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[1]Julio Trebolle Barrera, Imagen y palabra de un silencio: La Biblia en su mundo (Trotta, 2008), 278.
[2]Ibid., 283.
[3]Ibid., 278.

abril 03, 2012

La religión como negocio


¿Con quién te asocio?
Milton Acosta, PhD

La denuncia que muchos hacen de la proliferación de iglesias en casi toda América Latina con claros ánimos de lucro es merecida. Es decir, si los ministros de cualquier iglesia, especialmente las llamadas “cristianas”, se enriquecen en poco tiempo con los dineros que les extraen a sus feligreses, entonces podemos concluir tres cosas: (1) que esa iglesia es un negocio ¡y bueno!, (2) que esos ministros son unos comerciantes de la fe ¡y muy buenos!, y (3) que muy probablemente ni los ministros ni los feligreses conocen el evangelio de Jesucristo. No muy bueno. Esto no quiere decir que la marca de una iglesia verdadera es que los ministros de las iglesias cristianas aguanten hambre junto con sus feligreses.

Lo que se debe evitar en las denuncias es descalificar la fe cristiana por resentimiento del denunciante o por haber caído en generalizaciones provocadas por algún tipo de ignorancia: ignorancia desconocida (no sabe que es ignorante y cree que sabe), ignorancia indiferente (sabe que no sabe pero no le interesa saber), ignorancia conveniente (sabe pero asume postura ignorante). El resultado final es el mismo: una percepción distorsionada del cristianismo que hace carrera porque se publica en un medio respetado y con capacidad de crear opinión. Es decir, con representaciones engañosas que faltan a la verdad se le dice a la gente que conozca la verdad y que no se deje engañar. Eso es tan perverso como lo que se denuncia. ¿Qué mueve a un escritor respetable a hacer tal cosa?

Lo que muchos de estos críticos tal vez no saben, quién sabe por cuál de las ignorancias, es que sus denuncias no son ni nuevas ni originales. ¿Por qué no han investigado ni leído lo suficiente sobre el tema del que hablan con gran autoridad moral y aparente erudición como para saber que la misma Biblia contiene esas denuncias? La religión es susceptible de ser convertida en negocio. ¿Cuál es la novedad?

En el Antiguo Testamento hay denuncias contra líderes, gobernantes, sacerdotes y profetas que usaron la religión para enriquecerse. Lo mismo se denuncia en todo el Nuevo Testamento. Jesús y Pablo hablaron y militaron con autoridad e indignación contra instituciones e individuos en su época que convirtieron la religión en negocio (Mateo 7:15; 24:11, 24; Marcos 11:12–12:12). Pablo los llamó muy apropiadamente: “los traficantes de la palabra de Dios”, los que tuercen la palabra de Dios (2 Corintios 2:17; 4:2). El asunto en la Biblia es supremamente serio, pues se trata de asuntos de vida o muerte, del destino de las personas.

La alternativa a la religión como negocio no es solamente el ateísmo fundamentalista que grita cual secuestrador de avión: “¡Hay que acabar con la religión opresora!” Existe la opción del evangelio bíblico de Jesucristo, quien murió para otorgarnos el perdón y librarnos de la maldad; incluyendo la que conduce a convertir la religión en negocio y a la moralidad sostenida en el engaño, sean ministros o periodistas. La autoridad para denunciar males de la sociedad debe ir más allá de la plataforma desde donde se habla. ©2012 Milton Acosta

marzo 01, 2012

“Pero yo les digo” [2]


La guerra y el asesinato ayer y hoy

Milton Acosta, PhD

El sexto mandamiento, no matarás, es tan corto, tan preciso y tan necesario que en vez de discutirlo más bien deberíamos obedecerlo sin ponerle peros. Es decir, cumplámoslo primero y después vemos qué otras cosas se pueden mejorar. Por eso, antes de ir al pero de Jesús, observemos tres cosas para no perder la oportunidad de reflexionar brevemente en el no matarás (Ex 20:13).
En primer lugar, la esencia del mandamiento es que la vida humana es sagrada; por eso Dios rechaza, desaprueba y condena el asesinato (Gn 4:1–12), el primer pecado registrado después de la desobediencia de Adán y Eva. Es decir, en toda la Biblia solamente hay tres escasos capítulos en los que existe la vida sin violencia entre los seres humanos.
No es del todo claro por qué Caín odia a Abel, y por qué Dios rechaza las ofrendas del primero y acepta las del segundo, el hecho es que no existe un ser humano que no haya sufrido de algún modo la realidad de la violencia asesina.
De Génesis 4 en adelante la violencia crece de manera descontrolada. La historia de la humanidad es la historia de las violencias entre los seres humanos. Los casos y las formas de las violencias relatados en la Biblia son abundantes: asesinatos, violaciones, robos, asaltos y toda clase de maldad, como hoy. Las leyes formuladas en los libros de Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio tienen el propósito de frenar la violencia y proponer alternativas para propiciar la viabilidad de una nación y la vida en paz. Pero el pueblo de Dios tomó otro camino.
El profeta Miqueas describe la realidad de Judá a finales del siglo viii y principios del vii a.C. de esta manera: “No creas en tu prójimo, ni confíes en tus amigos; cuídate de lo que hablas con la que duerme en tus brazos. El hijo ultraja al padre, la hija se rebela contra la madre, la nuera contra la suegra, y los enemigos de cada cual están en su propia casa” (Mi 7:5–6, NVI).
En segundo lugar, ¿cómo dice el Antiguo Testamento “no matarás” al tiempo que manda a matar gente? La Biblia distingue entre matar y asesinar. Una cosa es matar en una guerra en la cual dos bandos se enfrentan y ambos saben que están en guerra, y otra muy distinta matar a alguien específico por un asunto personal, con premeditación y alevosía, o por un pago, o en un momento de ira en caso distinto a la legítima defensa. Una de las formas más comunes de juicio divino en la Biblia es la guerra, pero la ira del hombre no obra la justicia de Dios (Stg 1:20, RV). ¿Se reconcilian más fácilmente las naciones que los individuos? La historia reciente entre Colombia y Venezuela podría darnos algunas pistas.
Pero de aquí surgen más preguntas: qué constituye una guerra, cuántos suman un bando, qué es premeditado, y qué es legítima defensa. ¿Está Dios de acuerdo con la fabricación, distribución y venta de armas para las guerras, por legítimas que sean o para la defensa personal? ¿Se considera “combate” cuando se bombardea al enemigo mientras duerme?
Por último, desde que existen las armas de destrucción masiva, en una guerra una bomba mata miles en segundos (incluyendo combatientes y no combatientes) y nadie va a la cárcel. Pero si un soldado mata a un prisionero de guerra, uno solo, y es juzgado por el hecho, va a la cárcel por asesino. Aparte de que eso lo determinan los protocolos internacionales, ¿está bien todo eso?
En los tiempos bíblicos, no había armas de destrucción masiva tipo bombas. Por lo tanto, debemos tratar de entender esto como se hubiera entendido en esas circunstancias y darnos cuenta de que no es tan fácil trasladar tales enseñanzas al día de hoy cuando sí tenemos tales armas. Como ha dicho Hannah Arendt, eso de “la guerra justa” no tiene ningún sentido cuando hay armas nucleares.[1] Creo que los japoneses, objetivo de dos bombas atómicas en la segunda guerra mundial, estarían de acuerdo conmigo. ¿Usted no? Conste que Estados Unidos lanzó las bombas para “terminar la guerra”. ©2012Milton Acosta
CONTINUARÁ… … …


[1]Hannah Arendt, On Violence (New York: Harcourt, 1970), 3.

febrero 20, 2012

“Pero yo les digo”


¿Se puede hablar de la reconciliación sin ofender?
Milton Acosta, PhD

En una sección del conocido Sermón del Monte, Jesús introduce seis temas de su enseñanza con la expresión: “Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados” (o “ustedes han oído” o “se ha dicho”). Y en seguida añade “Pero yo les digo”. En dos de los seis casos Jesús cita uno de los Diez Mandamientos; en los otros cuatro cita otros mandamientos de la Torá. Después de cada uno añade algo suyo (Mt 5:21–48). En esta ocasión nos ocuparemos del primero de estos “pero yo les digo”.
La fórmula sugiere que Jesús se refiere a lo que la gente había escuchado en la lectura pública de las Escrituras. En otras palabras, lo que Dios ha dicho. Pero esa lectura iba acompañada de las enseñanzas de los escribas y fariseos, los maestros. Si hubiera sido las Escrituras solamente, Jesús quizá habría dicho “está escrito”, como se acostumbraba.[1] Se trata entonces de controvertir la interpretación de los maestros, no de contradecir la Escrituras. Ya veremos si es igual con todos estos peros.
Visto así, lo que Jesús se propone hacer es una interpretación de algunos mandamientos. No es que el mandamiento decía “no matarás” y Jesús ahora lo va a cambiar por “sí matarás.” Más bien, la intención de Jesús es explicar en términos concretos qué significa superar la justicia de los maestros de la ley (Mt 5:20). Esta superación es fundamental porque sin ella sus discípulos no verán el reino de los cielos; cosa grave.
Muchos comentaristas han observado los paralelos entre Moisés y Jesús en el evangelio de Mateo: la matanza de niños, el llamado de Egipto, el ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, la proclamación desde un monte, la provisión de alimento, la gloria divina, y el fin de su misión en un monte. Así, Jesús claramente se presenta como “un segundo Moisés”.[2]
Un asunto intrigante del primer “pero yo les digo” (Mt 5:21–26) es que Jesús elige una fórmula retórica beligerante para hablar de reconciliación. Al desautorizar la interpretación oficial de la sinagoga, que es la que su auditorio ha oído, Jesús automáticamente se echa de enemigo al sindicato de los maestros (de la Ley). ¿Cómo puede uno hablar de la reconciliación con un método que produce enemigos? ¿Para que tengan con quien practicar?
La otra cuestión que causa curiosidad es que la forma sugerida de practicar el “no matarás” no es sencillamente no matando, sino yendo a reconciliarse con la persona que tiene algo contra uno. Eso parece al revés. ¿No debería el otro venir donde uno? Además, si uno va a reconciliarse con alguien que uno supone que tiene algo contra uno, es difícil hacerlo sin acusar a la otra persona. Qué tal esto: “Sé que me odias y me tienes envidia, pero vengo a decirte que te perdono”. ¿No empeoraría eso las cosas y aplazaría la reconciliación indefinidamente? ©2012Milton Acosta
CONTINUARÁ… … …


[1]Luis Sánchez Navarro, La enseñanza de la montaña: comentario contextual a Mateo 5-7 (Estella: Verbo Divino, 2005), 65–68.
[2]Salvador Carrillo Alday, El evangelio de Mateo (Estella: Verbo Divino, 2010), 65–72. Se debate si la estructura de todo el evangelio de Mateo sigue un patrón que imita la Torá. Para esto último véase Miguel Ángel Roig Cervera, “La estructura literaria del Evangelio de San Mateo” (PhD, Madrid: Universidad Complutense, 1995).