octubre 23, 2008

Fariseos ¡Hipócritas!

Fariseos ¡Hipócritas!

No más que tú ni que yo

Milton Acosta, PhD

Los personajes del Nuevo Testamento a quienes más mala prensa se les ha hecho son los fariseos. Tanto es así que para muchas personas fariseo es sinónimo de hipócrita. No se discutirá que sí fueron llamados hipócritas, pero hay que mirar bien la totalidad de la información que tenemos de ellos. Por cierto, la información es fragmentaria y en ocasiones contradictoria. Por su complejidad, no se podrá hacer aquí justicia al tema. Sin embargo, es posible observar que en el Nuevo Testamento y otras fuentes que de ellos hablan, los fariseos no se pueden reducir únicamente a la hipocresía.

Empecemos por el origen de los fariseos.[1] La respuesta corta es que no sabemos con exactitud cuáles son sus orígenes. Aparecen en escena por la época de los Macabeos. Dos opiniones compiten en cuanto al significado de su nombre: “separado” (Scott) o “agudo” (Baumgarten, N. T. Wright). Sabemos de los fariseos por los escritos de Josefo, los Rollos del Mar Muerto (crípticamente), la literatura rabínica y el Nuevo Testamento. Sabemos que algunos escribas son fariseos, pero no todo fariseo es escriba, ni todo escriba fariseo.

Sus dos características principales son: Defienden la pureza que exige el Templo, y la obediencia a la Torá y a la ley oral en todos los aspectos de la vida. Esto se convierte a su vez en una forma de resistencia al gobierno pagano de Roma. Por eso para ellos el guardar el sábado es un símbolo de poder fundamental para la identidad nacional. No constituyeron un poder oficial, pero con cartas de recomendación Saulo, un fariseo, perseguía a los cristianos; lo cual muestra también que algunos recurrían a medios violentos para lograr sus objetivos (Hc 9:1–2); también hay evidencias de su presencia en Masada; otros no recurrieron a la violencia, como Gamaliel (Hc 5:33–42). Es posible imaginarse la situación más o menos así: los pacifistas pensaban “Dios es el Señor de la historia” (Hillel) y los otros le contestaban, “Sí, pero en ocasiones podría requerir de nuestros servicios” (Shammai).

Siendo así las cosas, las diferencias entre fariseos y saduceos va más allá de la fe. Una vez que se cumplieran las aspiraciones de los fariseos al ver a Israel restaurado y reconstituido, los saduceos perderían su posición de privilegio económico y social por su alianza con los romanos. Por eso a los saduceos sólo les interesan las leyes del Pentatéuco.

En los asuntos de fe, los fariseos no son maestros oficiales de la Ley. Sin embargo, tenían mucha influencia sobre las masas. Eran más estrictos que los saduceos, pero menos que los esenios. No sabemos cuántos eran, pero sí eran suficientes en números como para hacerse sentir en todas partes donde hubiera judíos. Su agenda iba más allá de la piedad, por lo menos hasta el 135 d.C. cuando oficialmente se prohíben las ideas revolucionarias y se separa el estudio de la Torá de las cuestiones políticas. Digamos de paso que de ese estudio de la Torá en grupos nació el judaísmo moderno.

Algunos fariseos tuvieron buenas relaciones con Jesús. En una ocasión unos fariseos le dijeron: “Sal de aquí y vete a otro lugar porque Herodes quiere matarte” (Lc 13:31); otros lo invitaban a comer (Lc 7:36–50; 14:1); otros creen en Jesús (Jn 3:1–21; 7:45–53; 9:13–16); algunos hasta protegen a los cristianos (Hc 5:33–39; 23:6–9).

Los fariseos discuten mucho con Jesús. Algunos han sugerido que la razón principal era lo cerca que estaban; era casi como una discusión familiar, no de enemigos. La razón por la cual se les llama “hipócritas” no es porque ellos fueran especialmente más hipócritas que otros. Más bien, los fariseos sufren del mal que sufren todas las personas religiosas y los maestros de cosas religiosas, incluyendo el cristianismo en todas sus expresiones: vivir por debajo del estándar que ellos mismos ponen. Por eso con tono irónico Jesús dice: “hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen” (Mt 23:3). Eso es todo. ¿Es usted religioso o maestro de asuntos de fe? ¡Cuídese! Y cuide a cuantos pueda.
©2008Milton Acosta
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[1] Las fuentes principales para el resumen que aquí presentamos son: Mark Adam Elliott, The Survivors of Israel: A Reconsideration of the Theology of pre-Christian Judaism (Grand Rapids, Mich., Estados Unidos: 2000), Everett Ferguson, Backgrounds of early christianity (Grand Rapids, Michigan, EEUUA: Eerdmans, 1993), J. Julius Scott, Jr., Jewish Backgrounds of the New Testament (Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos: Baker, 1995), N. T. Wright, The New Testament and the people of God, Christian origins and the question of God v.1 (London: SPCK, 1992).

octubre 06, 2008

El ministro irreconocible

El Ministro Irreconocible

Entre el fuero y el desafuero
Milton Acosta PhD

Cuando Ananías ordenó que le cambiaran la sonrisa a Pablo, es decir, que le dieran una bofetada, Pablo se embejucó de tal manera, es decir le molestó tanto, que le dijo a Ananías unas palabras no muy amables: “¡Hipócrita, a usted también lo va a golpear Dios! ¡Ahí está sentado para juzgarme según la ley! ¿Y usted mismo viola la ley al mandar que me golpeen?” (Hc 22:3). Pablo está dispuesto a sufrir por el evangelio (Fil 3:10–11), pero no tolera este tipo de abuso.

La reacción de Pablo se debe a que no reconoció al funcionario. Para su sorpresa, quien lo había mandado a abofetear no era otro que ¡el Sumo Sacerdote! Pero, para colmo de las ironías, el Sumo Sacerdote, se ha salido de la ropa, del fuero de su cargo, y de su nombre: “Ananías” es un nombre hebreo que significa “Yavé muestra su gracia”. Es casi como la Dulcinea del Quijote, que de dulce muy poco tenía, pues dejó a Don Quijote en un estado de agotamiento emocional, desesperanza melancólica y listo para morirse.[1] Pablo no reconoció al Sumo ni como agente de la ley, ni como máxima autoridad religiosa y civil, ni como Ananías. Poco respeto le inspiró quien lo maltrataba.

Al saber que se trataba de SSSS (Su Santidad el Sumo Sacerdote), Pablo pide disculpas citando la Escritura: “Hermanos, no me había dado cuenta de que es el Sumo Sacerdote, porque está escrito: ‘No hables mal del jefe de tu pueblo’.” (Hc 22:5; Ex 22:28). La sensación que le queda al lector es ambigua: por un lado tiene la conducta reprochable del Sumo Sacerdote, que amerita la reacción de Pablo; pero por otro lado tiene la Escritura, según la cual estas personas merecen respeto.

En Oseas encontramos algunas otras denuncias de alto calibre dirigidas a los sacerdotes del antiguo Israel: “pandilla de sacerdotes”, “salteadores”, “ladrones”, “infames”, “adúlteros”, “mentirosos” (Os 6:9–7:4). Cero diplomacia. Todo eso es más y peor que lo que le dijo Pablo a Ananías siglos después. La complicación en Oseas es que hay una mezcla de voces: narrador, Oseas y Dios. ¿Quién dijo qué? y ¿qué importa? Esas son las dos preguntas que nos hacemos. La manera como se presenta el texto en la Biblia, indica que fue Oseas o Dios, pero de todos modos hay un narrador que probablemente recopiló las palabras de Oseas, pues el libro comienza relatando en tercera persona.

Sin disculpar los insultos, en ambos casos el ministro de Dios es irreconocible por sus actos. Es decir, si un ministro religioso, en vez de hablar de Cristo, la gracia de Dios, el arrepentimiento y el perdón, cada vez que predica no habla sino de dinero con el fin de sacarle dinero a la gente, entonces el tal ministro es un ladrón, pandillero, salteador, infame y mentiroso. ¿Por qué? Pues porque eso es lo que hacen los ladrones, pandilleros y atracadores; ni más ni menos. No son insultos fortuitos, son ganados, y bien ganados.

Uno de los blancos de la Ilustración fueron las instituciones religiosas y sus representantes. Meslier denunciaba a principios del s. 18 que “nadie se puede oponer a la monarquía absoluta, las pretensiones eclesiásticas, las creencias populares, ni a lo que el llama ‘la tirannie des grands de la terre’, sin sacrificar su propia paz y comodidad, y sin experimentar intimidación y reprensión masiva.” El citado Meslier, además dice que el trabajo principal de los ministros religiosos es mantener a la gente en el error.[2] La veracidad de todo esto se tendrá que estudiar caso por caso, de una religión a otra y de un ministro a otro. Es decir, no se los puede acusar a todos ni defenderlos a todos. El punto es sencillamente que para todo hijo de la Ilustración, el ministro religioso es de entrada sospechoso.

Lucas y Oseas reconocen parte de lo que dice Meslier, que los sacerdotes y ministros tienen una plataforma natural para el abuso: la credulidad de mucha gente, los problemas de la vida y la aura de infalibilidad y poder de tales cargos. Pablo es también un ministro religioso, pero víctima de otro ministro de un rango superior. Con disculpa y todo, y sin querer queriendo, Lucas al contarnos el episodio, da cuenta de un Sumo Sacerdote irreconocible, que abusó de su fuero religioso y se salió del forro. Oseas igualmente denunció, y sin pedir disculpas, otros abusos de ministros.

Lo mínimo que se puede concluir de todo esto es lo siguiente: (1) si usted es un feligrés, recuerde que es una víctima potencial de los ministros abusadores; (2) si usted es un ministro, recuerde dos cosas: para muchas personas y sin haber hecho nada, usted es sospechoso; y, por ser humano, tener una investidura eclesiástica, sufrir los descalabros de la economía, tener credibilidad delante de los crédulos (que no es lo mismo que creyente), usted es un potencial abusador. ¡Cuídese! ¡Y cuídese mucho! No sea que se vuelva irreconocible; y (3) ¿Será que los ministros necesitan que de vez en cuando alguien los regañe y les jalen las riendas? ¿Se debe esperar un cambio de sonrisa para exponer al ministro desaforado?


©2008Milton Acosta
[1]Donald Capps, "Religion and Humor: Enstranged Bedfellows," Pastoral Psychology 54, no. 5 (2006): 436.
[2]Jonathan I. Israel, Enlightenment contested (Oxford: Oxford University Press, 2006), 41, 102.