diciembre 10, 2009

En esta Navidad, ¡tomémonos un trago!

Escoja su asiento

Milton Acosta, PhD

La idea de sentarse en un trono puede resultar atractiva hasta para el más humilde de los cristianos. De hecho, Jesús les dijo a sus discípulos: “en la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel” (Mt 19:28). Leído literalmente, esto crea por lo menos dos problemas: en primer lugar, nos deja de pie al resto de los cristianos, pues la silla que Judas dejó vacante se la dieron a Matías (Hch 1:15–26); y en segundo lugar, Pedro y Juan corren el peligro de quedar mal cuando dijeron que los cristianos son “real sacerdocio” (1P 2:9; Apoc 1:6).

Toda madre desea lo mejor para sus hijos. Las madres de los discípulos de Jesús no eran diferentes. Por eso, una de ellas le ruega a Jesús que siente a sus dos hijos junto a él, uno a la derecha y otro a la izquierda (Mt 20: 20–28). ¡Y no pide las poltronas porque Jesús fuera carpintero! Ante la petición, uno se pregunta si es que esta señora no oyó lo que Jesús había dicho, o no creyó, o no entendió. ¿Qué razón hay para pedir asientos si ya Jesús les había garantizado una silla real para cada uno? Parece ser que el tema es la ubicación de los tronos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Jesús le dice a la madre de los dos discípulos que ese asunto se resuelve con un trago. Aparentemente lo que hacen los borrachos no es del todo una mala metodología cuando, por todo lo que pasa, dicen “esto merece un trago”. Pero para Jesús no se trata de un trago de borracho buscando a toda hora una excusa para empinar el codo. Se trata de un trago amargo, de la copa que Jesús va a beber. Además, la decisión sobre la ubicación de las sillas a los lados del trono ya el Padre la tomó.

Espero que a estas alturas de la lectura el lector se haya confundido. Si no lo está, es porque no ha entendido, porque el asunto es confuso. La madre de los discípulos está confundida; sus hijos también; ¿cómo no lo vamos a estar nosotros? El problema es de incompetencia lingüística y teológica revuelto con ambición nacionalista. Es un peligroso coctel.

El problema consiste en leer literalmente lo figurado y figuradamente lo literal. Tal parece que ocurre aquí un uso metafórico del lenguaje por parte de Jesús, como respuesta a una petición literal (sentarse a la derecha y a la izquierda) que ha hecho la madre de los dos discípulos por haber tomado literalmente el lenguaje figurado de Jesús (los doce tronos). Jesús usa un lenguaje figurado (reyes, brindis de victoria y de celebración) para hablar de su muerte literal. ¿Quién puede entender eso en la Palestina del siglo primero?

Lo que Jesús dice entonces es que para poder sentarse en los tronos y tener las llaves del reino (ser autoridad de la iglesia—Mt 16:17–20), primero hay que tomarse un trago (aceptar la muerte de Jesús como parte de su mesiazgo). Como esta fue la parte más difícil para los discípulos aceptar, Jesús le dice a la políticamente aventajada madre “No saben lo que están pidiendo”; y luego le pregunta “¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo voy a beber?”

La doña está convencida que Jesús es el Mesías, el que ella esperaba. Ese es su problema y el de sus hijos. Probablemente no fue del todo idea de la mamá. En los tronos se sientan los poderosos. Jesús les dice a los discípulos que ellos primero tienen que renunciar a la forma como el mundo entiende la grandeza (tomarse el trago de la crucifixión del Mesías), para poder ser los pastores y sacerdotes de la iglesia (sentarse en los doce tronos). De esta forma, no tenemos necesidad de andar peleando por asientos, pues habrá suficientes tronos para todos los cristianos sin que tengamos que hacer quedar mal ni a Pedro, ni a Juan, ni a Jesús.

Entonces, el que hoy se sienta literalmente en un trono majestuoso, no puede ser el pastor de la iglesia, porque está tomando literalmente para la iglesia un símbolo del poder terrenal por no haberse tomado el trago que se tomó Jesús. Y ya Jesús a esto respondió: no saben ni entienden. Así las cosas, todo cristiano, cuando se sienta dominado por la ambición de poder, y de la utilización de la fuerza y de artimañas para llevar a cabo la obra de Dios, debe decir con Jesús: ¡Esto merece un trago! Yo le recomiendo que se lo tome. ©2009Milton Acosta

¡Feliz Navidad 2009!

noviembre 30, 2009

¡No Seas tan Bocón!

La alegría de ver a otro caer

Milton Acosta, PhD

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el vocablo “bocón”, en su segunda acepción, como la persona “que habla mucho y echa bravatas.” Es decir, por vía de la figura retórica conocida como metonimia, se toma el efecto por la causa y se traslada la cantidad de palabras al tamaño de la boca. Nada tiene que ver una cosa con la otra, pues cualquier individuo de boca técnicamente pequeña, entenderá que si le dicen “bocón”, no será por su foto de Facebook.

Eso mismo debió de entender Edom cuando el profeta Abdías le dijo: “No seas tan bocón” (v.12c). Pero, las versiones de la Biblia toman la boca grande de la que habla Abdías como “arrogancia”. Es decir, los traductores determinaron que el engrandecimiento de la boca se refería a la arrogancia. O sea que realizaron el trabajo inverso del escritor sagrado y deshicieron así la poesía.

El escritor sagrado expresa lo que vio, pero en este caso no le puso nombre de pecado. Vio gente que por su arrogancia estaban hablando más de la cuenta y les dijo “bocones”. Es decir, al escuchar su cascada de palabras, seguramente percibió la arrogancia, pero se centró en la boca.[1] Y bueno, en últimas la boca del arrogante se mueve bastante, y con frecuencia se acompaña de ciertos ademanes y de cierta forma de caminar. Pero la referencia no es a la velocidad del movimiento de la boca ni al número de palabras por minuto. Sería una metáfora muy complicada si uno quisiera incluir timbre, tono, velocidad, aire, vibración de las cuerdas vocales, desplazamiento de la lengua, fricción y paso de aire entre dientes, paladar y labios. Lo mejor en este caso es sencillamente llamarlo “boca engrandecida”, lo cual traducido a un buen castellano es “bocón”; no hay duda.

Los traductores de la Biblia, entonces, no vieron la boca sino la arrogancia. Pero con la pérdida de la boca hay una pérdida en el impacto visual y retórico del texto sagrado. Es decir, es más ofensivo decirle a alguien bocón que arrogante. Arrogante es palabra de gente inofensiva. Haga la prueba y verá. Pero tenga cuidado, podría ser peligroso; lo podrían dejar a usted sin dientes y sin quién sabe qué más. No hay mucha gente dispuesta a participar en estos experimentos retóricos metonímicos.

Pero bueno, a todas estas, ¿cuál es la ocasión para que a Edom le dijeran bocón? Algo muy sencillo: le causó gracia la desgracia de otro. Como un niño que se ríe cuando su amiguito se cae de la bicicleta, Edom se gozó con la destrucción de Jerusalén.

Nuestros prejuicios contra el Antiguo Testamento nos obligarían a pensar que en Abdías se debe celebrar la desgracia de otro porque en el AT “la gente es muy primitiva”, mientras que en el Nuevo Testamento debería de ocurrir lo opuesto porque “ya la fe de los judíos es más sofisticada”. Pero comparando Abdías con Apocalipsis 18, parece que la cuestión fuera al revés, pues en el primero se prohíbe alegrarse del mal ajeno y en el segundo se recomienda.

¿Cuál es la diferencia entre los edomitas reprendidos por celebrar la caída de Judá y los cristianos incitados a celebrar la caída de Roma? La diferencia es muy sutil; tan sutil que es imperceptible al ojo y al oído humanos. Es la diferencia entre alegrarse por la destrucción de la maldad y simplemente alegrarse por la destrucción de otro. Por eso los cristianos nos alegramos de la caída de los imperios opresores y de quienes encarnan la maldad, y simultáneamente celebramos la conversión de los malos de su maldad.

Es decir, una cosa es alegrarse del mal ajeno y otra cosa alegrarse de la justicia, del triunfo del bien sobre el mal. Esa es la diferencia. Piénselo y verá que no es lo mismo; en el corazón no es lo mismo. La presencia del Espíritu marca la diferencia interior. Por eso los edomitas en Abdías son bocones, pero el apóstol Juan en Apocalipsis no. Así, un seguidor de Jesucristo y otro que no lo es pueden alegrarse del mismo hecho, pero de forma distinta. Nos tocará decidir si conviene hacer la fiesta juntos. A propósito, ¿cómo es su boca?©2009Milton Acosta


[1]Puede ser “cosa del hebreo”, pero note que otros textos sí hablan directamente de la altanería y la arrogancia, cuyo opuesto es la humildad (p.ej. Sof 3:11–12).

noviembre 10, 2009

Pentecostalismos de Poder

Power Pentecostalisms

Los invito a leer uno de mis artículos publicado en Christianity Today (inglés) y en la página web de Logoi (español):


Versión original en inglés:

noviembre 04, 2009

¿Deus Confusus? [3]


La nación en la oración


Milton Acosta, PhD

... Continuación de “¿Deus Confusus? [2]”

El símbolo del cristianismo no es la bandera de Israel ni la Menorah; es la cruz. En el Nuevo Testamento, una de las pruebas más importantes de que los discípulos de Jesús han entendido el evangelio y se han convertido de verdad es que, ante la persecución, su oración nada tiene que ver con Sión, ni con la defensa del templo. Es decir, al cristiano no le queda ni regular reemplazar estos pelos teológicos ya caídos con pelucas y peluquines nacionalistas, bíblicamente mohosos.

El cristiano puede querer su nación y sentirse orgulloso de ella, dentro de los límites sanos. Lo que no puede hacer a partir de Jesús, a menos que sufra de esquizofrenia teológica, es mezclar fe cristiana con nacionalismo, como muchos cristianos en la historia tristemente han hecho. El cristianismo que oramos, creemos y vivimos debe ser reconocido por Cristo.

Por lo tanto, pretender perpetuar la historia y la teología bíblicas indiscriminadamente y sin diferenciar entre un antes y un después de Cristo es peor que simplemente negar la progresión de la revelación en la historia; es negar a Cristo. Dios no cambia, pero Cristo sí cambia las cosas de forma radical. Trabajo que le costó a Jesús y al Espíritu hacerle entender estas cosas a los judíos, como para que vengamos nosotros ahora a deshacerlas por defender gobernantes actuales. ¡No faltaba más!

La oración de los cristianos perseguidos después de la ascensión del Señor (Hechos 4:23–31) es muy parecida a la oración del rey Ezequías: 1) reconocimiento de Dios como creador; 2) afirmación de su soberanía en la historia y sobre la tierra; 3) reconocimiento de las amenazas; y 4) una petición. Pero al notar la fórmula de esta oración, no debemos perder de vista la teología que formula la oración. La oración es el acto de la fe, que como ningún otro, de-muestra la esencia de la teología del orante, tanto la que se verbaliza como la que se hace en el pensamiento.

La petición tiene dos partes: que Dios mire las amenazas y que el nombre de Dios sea conocido por medio de la continuación de la misión de la iglesia. El elemento nacionalista territorial violento está completamente ausente. Esto fue lo que significó para ellos morir a sí mismos y resucitar para Cristo. ¿Qué les ha ocurrido? La clave está en un Salmo, dos evangelios y una epístola.

Sión y su templo son, desde la monarquía, símbolos de la presencia de Dios en Israel y de su cuidado. Por eso el Salmo 48 dice: si quiere “ver” a Dios, mire al templo en Sión, su belleza, sus muros, su majestuosidad. Era prácticamente impensable la fe sin Jerusalén.

En una ocasión (Mt 24:1–2; Lc 21:5–6), al salir Jesús del templo, los discípulos se le acercan y lo invitan a contemplar la belleza del templo, como si acabaran de leer el Salmo 48. Sus comentarios son perfectamente normales y apropiados dentro de la cosmovisión y teología de un judío del siglo primero. Pero la respuesta de Jesús es desconcertante: “todo esto será destruido; quedará arrasado.” Esto no es una mera crítica; Jesús con estas palabras les ha incendiado la bandera nacional, pues junto con la Ley de Moisés y algunos ritos, el templo es el símbolo más importante de la fe judía.

En la Epístola a los Hebreos la invitación es a “mirar a Jesús”, no el templo; no a acercarse al monte Sión, sino a “la Jerusalén celestial”, a millares de ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia, a Dios, a Jesús, el mediador de un nuevo pacto (Heb 12:2, 22–24). Todo ese vocabulario del AT se remite a Jesús y a su iglesia. Allí es donde hay que acercarse y allí es donde hay que mirar.

La oración de los cristianos no implica que Dios deje de juzgar la maldad o que los estados pierdan el derecho a defender su territorio o a ejercer autoridad internamente. El tema es que 1) el reino de Dios no se establece por medios violentos; y 2) hoy no hay un país equivalente al Israel del Antiguo Testamento. Si no lo reclamaron Jesús ni los apóstoles para la provincia de Judá en su época, cuánto menos hoy. Lo que se oraba en otro tiempo para Israel se ora hoy para la iglesia. Eso es lo que hace el Nuevo Testamento. Las naciones siguen siendo parte del plan de Dios, pero todas por igual. Así, la oración de los discípulos en Hechos 4 es un gran monumento a la teología cristiana donde se muestra con absoluta claridad la esencia del evangelio después de Jesucristo y según Jesucristo.©2009Milton Acosta

octubre 23, 2009

Los “Cristianos” y la Política

De la apatía a la vergüenza

Milton Acosta, PhD

Uno de los peores desaciertos que han cometido los cristianos evangélicos en América Latina recientemente ha sido la incursión en la política con los mal llamados “partidos políticos cristianos”. Es un error gravísimo con múltiples aristas, tanto teológicas como sociológicas. Veamos algunas.

Primero vamos con lo teológico. Esa idea de que “Colombia será para Cristo” ni es bíblica ni va a ocurrir. No olvidemos que hasta hace muy poco Europa era un continente “cristiano.” La Biblia dice que el evangelio será proclamado en todas partes, pero en ninguna parte afirma que todo el mundo se va a convertir en cristiano; todo lo contrario. El evangelio en general es y será rechazado porque el ser humano prefiere vivir a sus anchas sin pasar por las angostas de la ética cristiana, la de Jesús.

El primer error teológico es doble: pensar que todos se van a convertir a Cristo en el país, y que con gobernantes cristianos habrá justicia, paz y felicidad. Eso no ha ocurrido en ninguna parte y nunca va a ocurrir. Lea el Nuevo Testamento y verá cuán humanos son los cristianos.

El segundo error teológico es la peligrosa mezcla de religión con política, especialmente cuando el político que se llama cristiano es de formación tanto teológica como política poco estructuradas. La madurez de pensamiento no se logra en tres días, como si fuéramos plátanos.

Muchos cristianos evangélicos, sin darse cuenta, tienen una mentalidad constantiniana y medieval del poder (reino de Dios = control del gobierno); la misma que los cristianos evangélicos tanto le han criticado a la iglesia católica romana. ¡Qué ironía! Pero no se dan cuenta, precisamente por la falta de conocimiento de la historia, de la teología y de la política. ¡Qué peligro!

En cuanto a lo sociológico, uno no pasa del miedo al agua a una competencia intercontinental de veleros de la noche a la mañana. En Colombia, los cristianos evangélicos hace dos décadas eran o liberales o apáticos a la política. Esto último por una escatología apocalíptica, más hollywoodense que bíblica. ¿Qué se podía esperar? Cuando se les habló de las lecciones de la historia y de la inviabilidad de su empresa, respondieron con altiva ignorancia: “eso no nos va a pasar a nosotros.”

Los males que cometa el político cristiano evangélico y su partido serán sobredimensionados, exagerados, y publicitados como ningún otro en la sociedades latinoamericanas mayormente católicas, por una sencillísima razón: los políticos cristianos evangélicos cayeron en su propia trampa, movidos por la ambición, la teología distorsionada y la ignorancia crasa. Su discurso se olvidó que son seres humanos y arrogantemente descalificaron a los demás. Se declararon diferentes y resultaron iguales.

El hecho de que la gente haga tanta leña de estos árboles caídos muestra que los críticos tienen un sentido de lo correcto y, más aún, una vara ética más alta para medir a quienes ejercen cargos públicos no como ciudadanos, sino como cristianos. Por eso la factura tan elevada.

La necesidad más urgente en nuestro continente en términos de política es la cultura ciudadana. Cuando tengamos ciudadanos con cultura democrática, entonces podremos decir que tenemos democracia. Hasta el momento tenemos sólo maquinarias políticas y uno que otro caso aislado de verdaderos votos de opinión. Eso explica por qué es posible seguir eligiendo corruptos con tan poca participación ciudadana.

No vamos a decirles hoy a los mal llamados políticos y partidos cristianos evangélicos lo que le dijo Maradona a sus críticos. Tampoco eso sería muy cristiano. Pero sí es necesario advertirle a la gente de lo irresponsable y arrogante que es hablar de “partidos políticos cristianos.” Si alguien anhela ser político, gánese los votos en franca lid, no utilizando las maquinarias de las iglesias que a última hora en nada difieren de las maquinarias políticas que tanto hemos criticado.

La franca lid es el trabajo honesto y dedicado por el bien público, desde abajo. A la hora de votar, el elector vota por la historia pública del candidato y su partido, no por una religión. No confundamos elección de ministros religiosos con elección de ministros de gobierno.

Tantos parecidos entre los mal llamados políticos cristianos con los políticos tradicionales sugiere que Pierre Bastian tiene razón: Muchos de los movimientos “cristianos” de América Latina no son más que una expresión de la religiosidad popular católica.©2009Milton Acosta

octubre 16, 2009

¿Deus Confusus? [2]



La nación en la oración

Milton Acosta, PhD

... Continuación de “¿Deus Confusus? [1]”

Cualquier observador de este circo dirá, “Con que ustedes son los que tienen a Dios confundido.” Con creyentes que así interpretan y aplican la Biblia, terminaríamos con un Deus confusus. La devoción es buena, pero mal orientada es peligrosa. El mal camino de esta devoción es que no está regida por toda la Biblia, sino por el nacionalismo perverso que utiliza pedacitos de la Biblia a su acomodo. La fe revuelta con nacionalismo produce un Dios confundido una vez que salimos de las fronteras de nuestro país. Es cierto que uno se preocupa cuando alguien al orar por la comida se sale de las fronteras del país. El hambre produce impaciencia y la comida se enfría. Pero si la oración cristiana no cruza ríos, montañas y mares, nos retrocede milenios en la teología.

Pero antes de empacar maletas, quedémonos con Ezequías otro ratico. Ezequías recibió mensajeros del babilonio Merodac Baladán disfrazados de compasión por los enfermos. Ese nombre por sí solo suena a algo malo: “Merodea la Maldad;” pero no está solo. En la geopolítica existen los azuzadores. Un país azuza a otro contra un tercero. Egipto instiga a un babilonio para acabar con Asiria, para poner fin a la opresión del imperio. Eso, aunque suena a música en oídos de pobres y oprimidos, termina en una rotación del poder, la riqueza y la pobreza. Sólo cambian de manos.

Ezequías comete un error: le mostró todo al babilonio; pero después resultó siendo él el bobilonio, porque los babilonios le quitaron a Judá lo poco que los asirios habían dejado un siglo después. ¿A quién se le ocurre mostrar las riquezas y el potencial económico de su país sabiendo que otros están alrededor como cocodrilo de Babilonia al acecho? ¡Hombre, no hay que dejar salir las babas tan rápido ni en tales cantidades! Pero así hubo, hay y habrá gobernantes. Mostrar para demostrar que uno no es menos puede resultar fatal. Para colmo, Ezequías se contenta porque las consecuencias de su falta no las sufrirá él, sino sus hijos. Qué extraña manera de consolarse.

Pero no todo fue malo. Ezequías también es famoso por el túnel que construyó para llevar agua a Jerusalén en caso de un estado de sitio (Isa 22:9–11; 2R 20:20; 2 Cr 32:30). Ese túnel, de 400 metros de largo, es hoy un gran hallazgo arqueológico porque hasta se localizó “la placa” (una inscripción) de inauguración del túnel, con el nombre de Ezequías. Todo un descubrimiento.[1]

Esto que acabamos de hacer (los cuentos de Ezequías) en literatura se llama digresión, que la Real Academia de la Lengua Española define como: “Efecto de romper el hilo del discurso y de hablar en él de cosas que no tengan conexión o íntimo enlace con aquello de que se está tratando.” Les faltó decir: “cuyas cosas el autor, y sólo él, piensa que son interesantísimas.”

Nuestro tema es la oración de Ezequías en un momento de seria amenaza. De esa oración nos interesa su teología. Esa oración registrada en Isaías 37 no está nada mal. En un momento de la revelación bíblica cuando la existencia de Israel como nación, y su templo son símbolos de la presencia de Dios, no resulta anormal pedir que el ejército asirio sea derrotado. Pero desde una perspectiva cristiana habría serios problemas para hacer esa oración hoy tal y como está.

Si la hiciéramos, no terminaríamos con un Dios confundido, sino con un dios tribal; como el de Europa en guerra: un pueblo clama a Dios en contra de otro pueblo que le clama al mismo Dios. Es decir, los europeos siguieron orando como Ezequías, como los judíos del tiempo de Jesús; y como si Cristo no hubiera venido, muerto y resucitado. Esa mezcla fue criticada por teólogos europeos como Karl Barth, Dietrich Bonhöffer y Jacques Ellul. Los europeos parece que aprendieron ya su lección después de las atrocidades de dos guerras devastadoras en menos de cincuenta años el siglo pasado. Claro, los europeos de hoy poco oran; están plagados de ateísmo y agnosticismo.

A los discípulos de Jesús, todos judíos, les costó dejar de lado su nacionalismo. A nosotros no nos resulta menos difícil, pero necesitamos aprender a orar como cristianos multinacionales. Los confundidos somos nosotros por causa del nacionalismo tribal. Continuará...

©2009Milton Acosta

[1]Más detalles en William M. Schniedewind, How the Bible Became a Book (New York: Cambridge, 2004), 72–77.

octubre 05, 2009

Deus Confusus? [1]


La nación en la oración

Milton Acosta, PhD

¿Le gustaría saber cómo confundir a Dios? Muy fácil, reemplace a Israel y Judá por su país y aplíquelo al presente. Si los cristianos en cada país hacemos lo mismo, terminaremos confundiendo a Dios, especialmente si tenemos conflictos con los vecinos. Veamos cómo una situación antigua (2R 18–20; 2Cr29–32; Is 36–39) se puede relacionar con el presente y producir un Deus Confusus.

En el año 701 antes de Cristo, el pequeño reino de Judá, siendo gobernado por Ezequías, enfrentó una crisis de grandes proporciones. El poderoso e implacable imperio asirio no lograba saciar su hambre expansionista. Le toca el turno a Judá; Senaquerib, rey Asiria, le toca la puerta a Judá y dice por boca de su arrogante emisario tres cosas en tono de burla, en un lugar público para que todos escuchen: 1) ninguno de los dioses de los pueblos que hemos avasallado ha sido capaz de salvar a nadie; ¿Qué te hace pensar que el dios tuyo o una alianza con estos pueblos te salvará? 2) me río de Egipto; sé de tus conversaciones con ellos y 3) si te traigo dos mil caballos, ¿tendrás jinetes para montarlos? De modo pues, mi amigo Ezequías, no confíes en palabras de aire; sométete, págame el tributo y ahorrémonos esta guerra. La cronología de los eventos de esta historia es compleja, pero se puede ver con claridad que la situación es absolutamente crítica.[1]

Ante palabras y hechos tan serios, Ezequías hace una oración modelo, cuyos componentes bien vale la pena mencionar: 1) Reconocimiento de Dios como creador y Señor; 2) reconocimiento de la amenaza; 3) al cierre, una petición (Is 37:16–20). Dios escuchó y despachó a los asirios.

Ahora pasemos a historia actual. Supongamos que yo soy colombiano y me gusta ver los noticieros de televisión. Supongamos que escucho al presidente expansionista de un país vecino pronunciar discursos arrogantes con insultos y ataques contra el presidente de mi país. Supongamos que ese presidente de prospecto vitalicio ya domina a otros países alrededor. Supongamos que le pone a mi país un estado de sitio económico. Supongamos que se prepara para la guerra, compra aviones de fabricación rusa y procura armas nucleares. Ante todas estas suposiciones, un buen día yo leo en la Biblia la historia de Ezequías. ¿Cuál será mi tentación como devoto creyente de la Biblia? Haré un mutatis mutandis hermenéutico de la siguiente manera: Ezequías es el presidente de Colombia; Colombia es Judá; Venezuela es Asiria; y yo soy Isaías. Oraré para que el vecino sea destruido y seguiré viendo los noticieros esperando el cumplimiento de las palabras de la Biblia, las cuales indefectiblemente se cumplen. Esta será mi honesta aplicación de la Biblia.

Supongamos ahora que yo soy venezolano y me gusta ver los noticieros de televisión. Supongamos que un imperio del norte ostenta las fuerzas armadas más poderosas del mundo entero. Supongamos que tiene o usa bases militares en un país de al lado, cuyo presidente también tiene prospecto vitalicio. Supongamos que ese imperio del norte tiene en su haber una historia de invasiones a países cercanos y lejanos, de haber puesto, depuesto o extraído presidentes en el vecindario, y de haber anulado, estrangulado y socorrido a otros económicamente. Ante todo esto, que son puras suposiciones, un buen día yo leo en la Biblia la historia de Ezequías que acabamos de relatar, ¿Cuál será mi tentación como devoto creyente de la Biblia? Haré un mutatis mutandis hermenéutico de la siguiente manera: Ezequías es el presidente de Venezuela; Venezuela es Judá; Estados Unidos es Asiria; y yo soy Isaías. Oraré para que el imperio y mi vecino sean destruidos y seguiré viendo los noticieros esperando el cumplimiento de las palabras de la Biblia, las cuales indefectiblemente se cumplen. Esta será mi honesta aplicación de la Biblia.

Supongamos ahora que yo soy ecuatoriano... de Estados Unidos... de Honduras... de Cuba... de Irán... de Afganistán... un buen día yo leo en la Biblia la historia de Ezequías... Continuará..


[1]El profeta Isaías parece confirmar la tentación que tiene Ezequías de confiar en las alianzas militares con el otro imperio que podría hacerle frente a Asiria o a Babilonia, Egipto: “Ay de los que confían en ejércitos, carros y caballos y no en Dios” (Is 31).

septiembre 17, 2009

Humor en el Antiguo Testamento

Los invito a ver una pequeña nota sobre mi libro El Humor en el Antiguo Testamento.
Por favor haga clik en el título arriba.

Humor en el Antiguo Testamento, El
http://www.edicionespuma.org/catalogo/humor-antiguo-testamento

Entrevista: http://www.youtube.com/watch?v=4LZNz738k2Q

septiembre 16, 2009

La gracia del chiste y la gracia de Dios


Profetas de Buen Agüero-Profetas Embusteros

La gracia del chiste y la gracia de Dios

Milton Acosta, PhD

La característica fundamental de los profetas a sueldo es que son embusteros, profetizan falsedades y profetizan para su estómago. Para el profeta a sueldo la profecía está determinada por los dividendos económicos y de bienestar que su palabra representará. Josafat lo sabía. Por eso le cree más a un profeta que a cuatrocientos.

El profeta verdadero es rechazado porque pocas veces dice que va a ocurrir algo bueno, especialmente si quien consulta es un gobernante, y si ese gobernante es particularmente perverso. Pero el descaro es tal que el tal gobernante espera que Dios lo ratifique a él junto con todas sus acciones perversas. De lo primero que debe sospechar el rey de Israel es que ¡cuatrocientos profetas estén de acuerdo! Pero qué va a sospechar, si para eso les paga. No es difícil conseguir profetas de buen agüero mientras les paguen bien.

Micaías, por su parte, además de hablar sólo la Palabra de Dios y no la de su estómago, es un profeta con un buen sentido del humor. Pero el rey de Israel lo tiene como anunciador de desastres. Cuando este rey y Josafat, rey de Judá, vestidos de sus ropas más dignas y sentados en sus tronos reales, le consultan sobre los prospectos de una guerra con Siria, Micaías les hace un chiste en plena plaza pública (1R 22). Pero el rey de Israel no vio la gracia.

Primero los cuatrocientos profetas anuncian a viva voz y con demostraciones histriónicas de cuernos de hierro (símbolo de victoria), que los dos reyes acabarán con los Sirios. Luego el mensajero de los reyes le dice a Micaías que ni se le ocurra dañar el show profético diciendo algo distinto. Micaías con tono de indignación contesta: “Vive Dios que sólo anunciaré lo que el Señor me diga. De eso puedes tener plena seguridad.” En tercer lugar, Micaías llega ante los reyes vestidos de ropas reales y sentados en sus tronos; le preguntan si deben ir a recuperar las tierras que los Sirios les han quitado o no. Micaías contesta: “Ataque, su majestad que saldrá victorioso.” ¡¿Qué?!

Observe el chiste completo y vea cómo nos lo han contado. Si a Micaías nos lo presentan como el profeta de mal agüero en contraste con los cuatrocientos de buen agüero; si los cuatrocientos profetas hacen un show y profetizan grandes victorias; si a Micaías le advierten que no vaya a dañar el show; y si Micaías contesta que él no es hombre de show, sino que dirá lo que Dios le diga, ¿Qué debe seguir en la historia para que esto no sea un chiste? Que Micaías profetice lo que el rey de Israel ha dicho, cosas malas, es decir, algo distinto a lo que han dicho los cuatrocientos profetas. Pero como no profetiza algo distinto, sino que dice lo mismo que han dicho los cuatrocientos profetas de buen agüero, lo cual convierte a Micaías en un profeta de buen agüero también, y como dice algo distinto a lo que el rey de Israel dice que él dirá, haciéndolo quedar mal ante su colega Josafat, entonces Micaías les ha hecho un chiste a los reyes que se encuentran en sus más dignas condiciones, ropas reales y tronos de reyes, en la puerta de Samaria, en presencia del pueblo que allí se congrega. El chiste es real. ¿Lo captó?

El rey de Israel no le vio la gracia; se molesta y le reclama al profeta por haberle dicho cosas buenas. Este es otro chiste. El rey de Israel detesta a Micaías porque le dice “cosas malas”; pero el día que le dice cosas buenas se molesta y reclama. ¿Qué quiere entonces este rey? Es cierto que para algunos la vida sin enemigos no tiene sentido y por eso se aseguran de tenerlos, que no se mueran y no se vayan; pero el rey de Israel ni lo puede disimular. ¿Conoce gente así?

No podemos leer esta historia sin apreciar la gracia, la del chiste y la de Dios. Hay que ver la gracia del autor para contarnos la historia; la de Micaías para hacer el chiste; la del rey de Israel para caer en el chiste; y la gracia de Dios para dar oportunidades con tono humorístico a seres humanos que por su indomable inclinación al mal no quieren escuchar su voz. Lastimosamente el rey de Israel no vio la gracia, ni la del chiste ni la de Dios, pues deja que Micaías sea abofeteado, rechazando así la palabra del profeta verdadero: “no vayas a la guerra”; va a la guerra a encontrarse con la muerte, siguiendo la voz del volumen de cuatrocientos profetas de buen agüero, pero embusteros. ©2009Milton Acosta

septiembre 14, 2009

Una invitación al ayuno

De la inopia a la miopía

De la miopía al martirio

Milton Acosta, PhD

Nabot tenía una viña que el rey Acab quería. Como quitársela no podía vino a su mujer llorando. Pero en vez de dulce consuelo, recibió un enérgico regaño: “¡Aquí mandas tú! —le dijo su mujer— Obedece mis órdenes y pronto tendrás la viña. Escribiré cartas con tu firma y decretaré ayuno. Nabot se codeará con los importantes. Y una vez allí el infeliz será acusado; dos desocupados dirán que es un malvado, que a Dios ha maldecido y al rey ha insultado. Ancianos y nobles siempre están de nuestro lado. Ya verás cuán pronto su viña será tuya, pues manos no faltarán para que Nabot muera apedreado.” Y así fue.

Mucho se ha escrito sobre la historia conocida como “la viña de Nabot” (1R 21:1–16), pero tal es esta historia que nunca se escribirá lo suficiente. La razón es sencilla: nunca faltarán los poderosos que despojan al pobre de lo poco que tiene. Y nunca faltará el pobre que cae ante el reconocimiento de los poderosos. Esa es la historia de Nabot y su viña. El rey le puso el ojo a la viña de Nabot y allí empezó la desgracia de Nabot. Las culpas generalmente se le echan al rey Acab y a su perversa mujer Jezabel, y sí que la tienen, pero probablemente hubo un cuento que Nabot se comió en el ayuno.

Cuando el rey de Israel le propone a Nabot comprarle su viña, el humilde campesino dice que no puede venderla. Nabot es conocedor de las leyes divinas antimonopolio. No vende su viña al ruin rey porque es la herencia de sus antepasados. Esas herencias se conservan porque así se garantiza la supervivencia de una familia y se evita que unos pocos se adueñen de toda la tierra. Quien se adueña de la tierra se adueña de los medios de producción; quien se adueña de los medios de producción se adueña de la economía; quien se adueña de la economía se adueña de la gente.

La tierra fue valiosa en la antigüedad y lo sigue siendo hasta el día de hoy. Si ahora se producen bio-combustibles, ya puede imaginarse cómo los poderosos procuran adquirir tierras a cualquier precio, lo cual no siempre quiere decir pagando el precio justo; muchas veces simplemente significa eliminar al legítimo dueño. Hay que estar alerta.

Si usted es una persona de poca importancia y de repente comienzan a darle honores, asústese porque algo le quieren quitar los poderosos. Si usted es alguien sin mucha estatura académica, social o económica, y de repente alguien importante lo visita y busca su amistad, abra los ojos porque algo le van a quitar. No se deje deslumbrar. No sea víctima de sus complejos de inferioridad. No piense “ahora sí voy a ser alguien” o “por fin alguien importante me ha reconocido”. Usted no puede ser tan bobo como para caer en artimañas tan viejas, tan conocidas y tan claras.

Ahí están los evangélicos latinoamericanos contentos porque los invitan a desayunos en los palacios de gobierno y suntuosos restaurantes. El desayuno lo mastican, pero la trampa se la tragan enterita. Muchos votos de “cristianos” han determinado las elecciones presidenciales en más de un país latinoamericano. Se han negociado votos por reconocimiento social en forma de comidas señoriales.

Usted se puede imaginar el pastor evangélico que viene de la pobreza, de la minoría religiosa y del anonimato social, que de repente lo invitan a comer a manteles en lugares suntuosos en compañía de grandes personajes que ahora al pastor reconocen como un ser humano digno. Este pastor piensa que comió, pero no se da cuenta que la comida es él.

En algunos casos la tierra puede ser tierra, como el de Nabot; en otros casos, cambie “viña” por “voto” y la estrategia y los resultados serán los mismos. Le tengo una recomendación muy respetuosa a aquel anónimo que de repente es buscado por los ricos o los políticos: cuando lo inviten a un gran banquete, es mejor que ayune. Vote por el mejor candidato, no por el mejor mantel.
©2009Milton Acosta

septiembre 02, 2009

El humor en el Antiguo Testamento

Ha salido mi libro El Humor en el Antiguo Testamento

Humor en el Antiguo Testamento, El

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Para Colombia:
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Detalles del libro:

El autor de este libro propone una lectura atractiva de la Biblia y demuestra que, en las páginas del Antiguo Testamento, el humor está presente en muchos de los relatos no sólo como un recurso literario sino también pedagógico y, por ello, muy efectivo en la comunicación de un mensaje.


Se trata, sin embargo, no de un humor para reírse a carcajadas, sino para provocar la reflexión capaz de conducir a las personas al entendimiento de la voluntad de Dios, quien se da a conocer con toques de humor. Los pasajes investigados proporcionan suficiente argumento para demostrar que en el AT encontramos a un Dios que habla con ternura, gracia e ironía. Es un libro que puede enriquecer la lectura de la Biblia y llevar a un conocimiento más real de Dios.

Contenido:


  • Capítulo 1: Introducción al humor

  • Capítulo 2: De Punt a Saramago

  • Capítulo 3: El humor en el Antiguo Testamento

  • Capítulo 4: El nombre de la risa

  • Capítulo 5: Dos espías secretos en Josué 2

  • Capítulo 6: El secuestro del arca

  • Capítulo 7: De desechos a salvadores

  • Capítulo 8: La historia de Ejud y Englón

  • Capítulo 9: Jonás el bueno

  • Capítulo 10: Humor en el libro de Ester

  • Capítulo 11: El humor en la predicación
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agosto 21, 2009

El beso en la Biblia [2]

Uno para cada ocasión

Milton Acosta, PhD

En la Biblia hay 57 registros de besos. Estamos hablando de los besos en la Biblia, no de besar la Biblia. Los besos ocurren en escenarios diversos: bendición y unción (Gn 48:9–10; 1S 10:1), recepción cortesana (2S 14:33; 15:5), tributo a una divinidad (1R 19:18; Sal 2:12; Job 31:27; Os 13:2), encuentros y despedidas (Rut 1:9, 14). El beso de David y Jonatan es de afecto mezclado con emociones profundas, incluyendo el dolor; así otros: Esaú y su hermano Jacob (Gn 34:4), José y sus hermanos (Gn 45:15).

La práctica de besar objetos de culto es antiquísima. En una situación cúltica, el beso comunica gran reverencia, es sinónimo de “adorar”. Jehú en Israel fue un matón, pero, como el mico sabe en qué palo trepa, en el famoso Obelisco Negro (Museo Británico) aparece postrado en el piso, besándole los pies al Salmanasar III, rey de Asiria. Eso se hace en señal de lealtad cuando se paga tributo (Sal 2:12).

Los besos apasionados también son parte de la cultura bíblica. En el Cantar de los Cantares los amantes expresan su deseo de besarse (Cant 1:2; 8:1; cp. Prov 7:13). También se encuentra en la Biblia el beso del político en campaña. Absalón maquina un golpe de estado contra el rey David, su padre (2S 15:5). Como es costumbre, el político en campaña busca todos los medios para que su potencial seguidor (y víctima a fin de muchas cuentas y cuentos) sienta al político como su igual, como alguien cercano y que lo comprende. Absalón hace tres cosas que se practican hasta el día de hoy: critica el gobierno actual, no permite reverencias, y saluda a todos de besos y abrazos. El método funcionó y sigue funcionando. Curiosamente, David y Absalón se habían reconciliado antes con un beso (2S 14:33).

Como lo atestigua un texto del segundo milenio a.C, “Hubo una ciudad”, los babilonios también se besaban. ¿Se puede imaginar usted la Ley del Talión por un beso ilegal? No conozco evidencia de tal ley, pero conociendo las otras, no es difícil imaginársela mutatis mutandis; le habrían cortado el labio al infractor; si era el superior, el reo quedaba con sonrisa permanente, pero sin poder volver a besar.

Pasando al Nuevo Testamento, Jesús le reclama a un fariseo que no lo besó cuando llegó a su casa; en contraste con la mujer “pecadora” que le besó los pies (Lc 7:45). Jesús les lavó los pies a los doce y uno de ellos le dio un beso traidor. El hijo pródigo es recibido a besos por su padre (Lc 15:20); besos de perdón, bienvenida y reconciliación. Falta que hacen éstos. En la iglesia primitiva se practicaba “el beso de la paz”. Después de la resurrección de Jesús, los discípulos no permitían que les hicieran venias ni se inclinaran ante ellos. La parafernalia alrededor de los ministros se gesta cuando el cristianismo constantiniano se imperializa de la mano de Roma: besar el anillo, inclinarse, hacer la venia, entre otras.[1]

En una ocasión intenté darle un beso de felicitación a una amiga asiática en su grado. Me frenó en seco y me dijo “¡Si me besas tienes que casarte conmigo!” Siendo yo apenas un estudiante universitario y por ende, de pocos ingresos, decidí que era mejor dejar los labios en reposo. Hay otras culturas donde el beso es considerado una porquería. “¡Qué asco!” Así lo ven muchos niños... hasta cierta edad. Y no es para menos; con tanto virus y bacteria, el beso pierde las connotaciones amorosas y adquiere otras mortíferas. Resulta mejor maleducado saludable que amable hospitalizado o cremado. Y si la manera de neutralizar los virus gripales posmodernos es la careta, el beso hasta podría extinguirse. Alguien ha definido el beso como “intercambio de microbios.” Pero para eso hay productos tipo “Baygon bucal” que se usan como antibiótico para el aliento. El ajo es bueno y barato, pero es repelente.

La Biblia habla del beso como expresión cultural de afecto. Sin embargo, en culturas donde tales prácticas son inaceptables, hay dos extremos que se deben evitar: imponer el beso (“si eres mi hermano en la fe tienes que darme un beso y dejarte besar”) y cambiar la traducción de la Biblia (“saludaos unos a otros con un estrechón santo de manos”). Lo importante es la expresión de afecto, no el medio por el cual esta se hace. Si bien la traducción de la Biblia debe ser fiel al texto en forma y contenido, hay otra traducción que hacer, la de la práctica. En cualquier caso, lávate las manos con aguan y jabón.

©2009Milton Acosta

[1]Al emperador romano, por ejemplo, sus súbditos le besaban el borde de su vestido. Hugh Elton, "The Transformation of Government under Diocletian and Constantine," en A Companion to the Roman Empire, ed. David Potter (Malden: Blackwell Publishing, 2006), 199.

julio 21, 2009

El beso en la Biblia

Los besos de Jonatan y David

Milton Acosta, PhD

Un latinoamericano (exceptuando los argentinos) lee esto de los besos de David y Jonatan (1S 20:41) y tomará una de dos reacciones: si es un homosexual o alguien de avanzada dirá “¿y qué tiene de malo? ¡Deje los prejuicios!” Si no lo es, dirá: “¿y estos tipos qué? Eso está como raro.”

Lo anterior es un pequeño ejemplo de lo que ocurre con la lectura de la Biblia; la leemos desde nuestras presuposiciones. No puede ser de otra manera; sólo podemos leer así. Sin embargo, el lector debe cuidarse de violar el texto. Si bien la subjetividad es inevitable, no estamos condenados al subjetivismo, por muy de moda que esté y por muchos nombres sofisticados que se le pongan en inglés o francés: “reader-response criticism”, “différance”, “deconstruction”. Resulta chistoso ver a los defensores de estas ideas hablar de sus malos intérpretes.

Otro ejemplo: Si un juzgado por medio de una sentencia le impone a un padre irresponsable una suma mensual para pagar la manutención de los hijos que abandonó, ese padre no es libre de interpretar el documento a su antojo. Mientras interpreta los hijos se mueren de hambre. Las autoridades lo sacarán de dudas con un embargo o una encarcelada y le preguntarán: “¿qué fue lo que no entendió?”

Los libros de la Biblia se escribieron desde una cosmovisión y cultura específicas, en circunstancias históricas concretas, para personas reales en situaciones de vida particulares. No siempre es posible determinar cada cosa con exactitud, pero esa es precisamente la tarea del intérprete: ir más allá de la mera intuición. Llegar a la Biblia es como llegar a otro país. Hay costumbres comunes, otras sospechosas y algunas que no entendemos. Uno no se da cuenta de eso con la Biblia porque la lee traducida; lo entiende todo (piensa el lector) y no escucha ningún acento, porque él mismo es el que lee. Pero cuando uno está en otro país, especialmente si allí se habla otro idioma, notará diferencias: observará que en un país la gente en el tren no te mira, en el otro te miran demasiado; una mujer se ofende si un hombre le abre la puerta, otra si no se la abre; en un país la gente religiosamente respeta las señales de tránsito, en otro no existen o se ignoran por completo; cuando comen, unos eructan en señal de satisfacción, otros casi ni mueven la boca; hay gente que en vez de hablar grita, a otros ni se les oye cuando hablan; hay países donde los hombres se saludan de beso, en otros apenas le dan a uno la puntica de los dedos. Eso es la cultura. El extranjero no puede asumir mucho ni criticar tanto.

Es muy distinto ver dos hombres saludarse de beso en Londres o San Francisco que en Buenos Aires o en la Biblia. Por cierto, una vez estando en Buenos Aires, me descuidé y un tipo me dio un beso de despedida. En otra ocasión, un africano me agarró la nalga para indicarme que quería decirme algo. A este último casi le pego. Para mí fue una gran ofensa, para él un acto de amabilidad. Ninguno de los dos era homosexual ni me estaba haciendo propuestas. Pero el que ellos lo hagan no significa que yo debo hacerlo. No se trata de un deber moral, sino de una costumbre cultural. Se debe hacer una salvedad. No todo lo culturalmente aceptado es lo mejor ni lo más humano. Hay prácticas culturales nocivas y peligrosas que se deben revisar y cambiar. Por eso toda cultura debe ser autocrítica.

¿Cómo se deben leer entonces los besos de David y Jonatán? Si decimos que David era homosexual, tendríamos que decir más bien que era bisexual pues tenía esposa. No es cuestión de “por qué no” o “esto está raro”; se trata de entender la cultura del beso como ellos la veían. Hay culturas donde el saludo de beso entre hombres cercanos es lo normal. La cultura bíblica es una. Un comportamiento diferente implicaría distancia o rechazo. Es decir, no son raros ni homosexuales.

Finalmente, la última cosa que se le hubiera pasado por la cabeza a los lectores originales para quienes se escribió esta historia, es que David y Jonatan fueran homosexuales. Por otro lado, este es un beso acompañado de llanto. Sería como decir que Blanca Nieves era una prostituta que se acostaba con los 7 enanitos, uno cada noche. Al lector que así lo interprete se le consideraría no solamente un lector incompetente, sino un degenerado. Pero si uno todavía quiere justificar la conducta homosexual con la Biblia, tendrá que buscar otra historia porque esta nada tiene que ver. ©2009Milton Acosta

Continuará . . .


julio 11, 2009

Tan bien que íbamos [3]: Ni esclavos ni libertinos

Milton Acosta, PhD

¿Cuál es la respuesta de Pablo a la relación judaísmo-cristianismo en Galacia? Un escrito en forma de carta donde expone el problema desde el punto de vista teo-lógico: una teología bíblica con una lógica interna. Es interna en dos sentidos: el sentido de su coherencia argumentativa, y con respecto al interior del individuo y su comportamiento. La carta a los Gálatas es tanto una exposición como una invitación a pensar. Por eso la gran cantidad de preguntas retóricas.

Los tres caminos más importantes ante la aceptación del mensaje del evangelio son: 1) en un extremo está el entender el evangelio “demasiado bien” y terminar abusando de la libertad que da la gracia; 2) en el otro está el creer entenderlo y terminar practicando una religión de obras por la incomodidad existencial que produce esa insoportable sensación de no saber si hemos hecho los suficiente para agradar a Dios; y 3) en el centro está el evangelio bíblico de la gracia: Dios nos salva por que nos ama y respondemos de la misma manera. Examinemos por dónde caminamos.

Primero el libertinaje. En realidad no es posible entender “demasiado bien” el evangelio. El tema es el abuso. La libertad trae sus tentaciones naturales. El que se libera de la pobreza con un enriquecimiento repentino muy probablemente se comportará como un mafioso: desmedido en todo; se le ve a leguas que es mafioso (o que se acaba de ganar la lotería): “¡pa’ eso tengo plata!” Así, algunos cristianos convierten la libertad en libertinaje (Gal 5:13; Judas 1:4). Se puede ser esclavo tanto de las normas como del desenfreno. En ambos casos se necesita una cultura circundante de soporte: la ultra-religiosa para el primero y la secularizante para el segundo.

En el segundo camino la gente regresa a las viejas prácticas religiosas, vencido por la presión social (que ya vimos) o a la presión interior. El ser humano, incluyendo los ateos y los delincuentes, es religioso por naturaleza: tiene un deber moral y unos medios para cumplirlo; ambos bajo su control. Cuando estos se salen de su control, como ocurre con el evangelio de la gracia, siente una enorme desorientación interior. La naturaleza humana acompañada de un sub-desarrollo teológico y moral lo jalarán hacia la práctica de las obras. Para el judío del siglo primero eran las obras de la ley. Para los latinoamericanos son las buenas obras, los méritos, los puntos, la rayita en el cielo, el balance celestial. ¿Ha sentido alguna vez que Dios le debe algo o que usted le debe obras a Dios? La gravedad de este asunto radica en que quien se justifica por las obras se separa de Cristo y por tanto se cae de la gracia; cae en des-gracia. Es decir, “la gente no puede ser salva por medio de un evangelio falso.”[1]

La carta de Pablo a los Gálatas nos recuerda entonces que: 1) el evangelio es completo; la salvación se obtiene por los méritos de Cristo; no se le puede sumar ni restar nada a eso; 2) no se debe abusar de la gracia; y 3) la nueva libertad es para servir por amor. “Ser cristiano es una emancipación (Gal 5.1), ser siervo de Cristo es un honor.”[2] Pero esto tiene un costo social, un desafío moral y una inversión vital. Debemos evitar el narcisismo espiritual; cristianismo sin servicio es “espirituculturismo.”

Por todo lo anterior, es absolutamente imperioso que los maestros, los predicadores y todo practicante de la fe cristiana se aseguren de cuatro cosas: 1) entender el evangelio de la gracia; 2) predicar el evangelio de la gracia; 3) acompañar y animar a otros en la práctica del evangelio de la gracia; y 4) hacer público el error y sus promotores.

Quienes estamos dedicados al estudio y enseñanza de la Biblia vivimos una incertidumbre permanente: ¿Cuándo es una doctrina lo suficientemente peligrosa como para que uno deba decir algo? ¿Es posible decirlo sin ofender, sin que nos traten de arrogantes o intolerantes? Tanto Pablo como Jesús tomaron dos opciones: Si se predica el evangelio, ¡adelante! Pero si lo que se predica no es el evangelio hay que denunciar y advertir a los creyentes. Gálatas es un ejemplo de lo segundo. Como dijo el apóstol, “confío en el Señor que ustedes no pensarán de otra manera” (Gal 5:10). Lo falso se denuncia.

©2009Milton Acosta

[1]Wayne Grudem, "Why, When, and for What Should We Draw New Boundaries?," in Beyond the Bounds: Open Theism and the Undermining of Biblical Christianity, ed. John Piper, Justin Taylor, and Paul Kjoss Helseth (Wheaton, Illinois, EEUUA: Crossway Books, 2003), 341.

[2]Luis Alonso Schökel, Nuevo Testamento, vol. 3, Biblia Del Peregrino (Bilbao, España: Ediciones Mensajero, 1997), 426.

junio 10, 2009

Tan bien que íbamos [2]

¿Sábe quién o qué  lo estorba?

Milton Acosta, PhD

 

Gálatas ilustra la experiencia de la conversión individual y grupal desde diversos puntos de vista. Iban tan bien, pero les cayó una avalancha de presiones aplastantes: “Ustedes estaban corriendo bien. ¿Quién los estorbó para que dejaran de obedecer a la verdad?” (5:7). El estorbo para la fe en Jesucristo viene de varias direcciones. Interviene la sociología, la psicología y la teología.

Lo primero es la presión social, cultural y religiosa. Dicho en pocas palabras: la cultura mayoritaria o el grupo al que uno pertenece no acepta fácilmente el cambio ni que alguien sea diferente. La estudiante sobresaliente es “Einstein 2”; el joven casto y honesto es “el santurrón”; el empleado responsable “el lambón”. Por eso, la tendencia de todos es a conformarnos y amoldarnos.

Hay dos ilustraciones en Gálatas. Unos tipos se infiltraron en la comunidad de Galacia para espiarlos y hacerlos volver a las prácticas religiosas anteriores a Cristo. Es posible que algunas de estas personas eran peligrosas (2 Cor 11:26). Pablo mismo había sido un “caza-cristianos” (Gal 1:13–14). Se los llama “espías de la libertad” a los “falsos hermanos” que pretendían obligar a los cristianos a seguir practicando las obras de la ley y así impedirles disfrutar su nueva libertad en Cristo (Gal 2:4). Acusan a Pablo en Jerusalén de ir contra las creencias de los judíos; dicen que Pablo está enseñando “a todos los judíos entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones” (Hch 21:21). La identidad religiosa y cultural moldeada por siglos de historia y mantenida por las instituciones y la presión social se ve ahora amenazada. La reacción de los judíos muestra que son humanos, no que sean peores que los demás.

Algunos adultos nos burlamos de los jóvenes diciendo, por ejemplo, que la definición de adolescentes es: “personas que para ser diferentes se visten todos iguales.” Suena chistoso, pero los adultos también presionamos y somos presionados para vivir, vestir, tener y hablar lo que nuestro círculo dicta. Nos toca esperar hasta los 70 para volver a ser auténticos.

El segundo ejemplo de la presión sociológica en Gálatas está en un desacuerdo de apóstoles. Pablo confronta a Pedro “porque antes de venir algunos de parte de Jacobo, él comía con los gentiles, pero cuando vinieron [los judaizantes], empezó a retraerse y apartarse, porque temía a los de la circuncisión” (Gal 2:12). Para Pablo tal comportamiento es hipocresía contagiosa. Pedro se dejó llevar por la presión y se unió al coro de quienes querían obligar a los gentiles a cumplir con las obras de la ley para ser salvos. Es decir, Pedro bailaba al son social que le tocaban.

Las tradiciones religiosas y sociales antiguas pueden cambiar, pero no sin crisis. La presión social hace que las formas de pensar y de ser se mantengan. Existe  una razón sociológica para ello: garantizan estabilidad social.[1] La conversión implica abandono de muchos órdenes.

¿Y qué le importa a uno la presión social? Sí importa, y mucho. La persona que “se sale” del grupo al que ha pertenecido también corre el riesgo del ostracismo (aislamiento) y la pérdida de privilegios sociales. Ocurre una especie de exilio social sin desplazamiento geográfico.[2] En el siglo primero los judíos temen que los expulsen de la sinagoga (Jn 7:13; 9:22; 12:37–43; 16:2; 19:38; 20:19).[3] Jesús se lo advirtió a sus seguidores (Lc 12:9) porque la presión social es extremadamente fuerte. A la hora de la aceptación y el reconocimiento, los seres humanos tenemos la tendencia a preferir la gloria del hombre por encima de la gloria de Dios. ¿Le suena familiar?   Continuará . . .


[1]Jaques Ellul, What I Believe, trad. Geoffrey W. Bromley (Grand Rapids, Michigan, EEUUA: Eerdmans, 1989), 111.

[2]Donald K. Smith, "Individualism and Collectivism," en Evangelical Dictionary of World Missions, ed. A. Scott Moreau (Grand Rapids, Michigan, EEUUA: Baker Book House, 2008), 487. Como muestra el Nuevo Testamento, ocurre tanto con la conversión de individuos como con la conversión de grupos.

[3]W. R. Telford, The Theology of the Gospel of Mark (Cambridge: Cambridge University Press, 1999), 116. Se podrá debatir la cronología y quiénes tenían el poder para expulsar a quién de la sinagoga en su momento, pero el hecho es que el temor existía porque se hacía. Pero nuevamente, hay que decir que los judíos aquí están procediendo como seres humanos que son.