De la inopia a la miopía
De la miopía al martirio
Milton Acosta, PhD
Nabot tenía una viña que el rey Acab quería. Como quitársela no podía vino a su mujer llorando. Pero en vez de dulce consuelo, recibió un enérgico regaño: “¡Aquí mandas tú! —le dijo su mujer— Obedece mis órdenes y pronto tendrás la viña. Escribiré cartas con tu firma y decretaré ayuno. Nabot se codeará con los importantes. Y una vez allí el infeliz será acusado; dos desocupados dirán que es un malvado, que a Dios ha maldecido y al rey ha insultado. Ancianos y nobles siempre están de nuestro lado. Ya verás cuán pronto su viña será tuya, pues manos no faltarán para que Nabot muera apedreado.” Y así fue.
Mucho se ha escrito sobre la historia conocida como “la viña de Nabot” (1R 21:1–16), pero tal es esta historia que nunca se escribirá lo suficiente. La razón es sencilla: nunca faltarán los poderosos que despojan al pobre de lo poco que tiene. Y nunca faltará el pobre que cae ante el reconocimiento de los poderosos. Esa es la historia de Nabot y su viña. El rey le puso el ojo a la viña de Nabot y allí empezó la desgracia de Nabot. Las culpas generalmente se le echan al rey Acab y a su perversa mujer Jezabel, y sí que la tienen, pero probablemente hubo un cuento que Nabot se comió en el ayuno.
Cuando el rey de Israel le propone a Nabot comprarle su viña, el humilde campesino dice que no puede venderla. Nabot es conocedor de las leyes divinas antimonopolio. No vende su viña al ruin rey porque es la herencia de sus antepasados. Esas herencias se conservan porque así se garantiza la supervivencia de una familia y se evita que unos pocos se adueñen de toda la tierra. Quien se adueña de la tierra se adueña de los medios de producción; quien se adueña de los medios de producción se adueña de la economía; quien se adueña de la economía se adueña de la gente.
La tierra fue valiosa en la antigüedad y lo sigue siendo hasta el día de hoy. Si ahora se producen bio-combustibles, ya puede imaginarse cómo los poderosos procuran adquirir tierras a cualquier precio, lo cual no siempre quiere decir pagando el precio justo; muchas veces simplemente significa eliminar al legítimo dueño. Hay que estar alerta.
Si usted es una persona de poca importancia y de repente comienzan a darle honores, asústese porque algo le quieren quitar los poderosos. Si usted es alguien sin mucha estatura académica, social o económica, y de repente alguien importante lo visita y busca su amistad, abra los ojos porque algo le van a quitar. No se deje deslumbrar. No sea víctima de sus complejos de inferioridad. No piense “ahora sí voy a ser alguien” o “por fin alguien importante me ha reconocido”. Usted no puede ser tan bobo como para caer en artimañas tan viejas, tan conocidas y tan claras.
Ahí están los evangélicos latinoamericanos contentos porque los invitan a desayunos en los palacios de gobierno y suntuosos restaurantes. El desayuno lo mastican, pero la trampa se la tragan enterita. Muchos votos de “cristianos” han determinado las elecciones presidenciales en más de un país latinoamericano. Se han negociado votos por reconocimiento social en forma de comidas señoriales.
Usted se puede imaginar el pastor evangélico que viene de la pobreza, de la minoría religiosa y del anonimato social, que de repente lo invitan a comer a manteles en lugares suntuosos en compañía de grandes personajes que ahora al pastor reconocen como un ser humano digno. Este pastor piensa que comió, pero no se da cuenta que la comida es él.
En algunos casos la tierra puede ser tierra, como el de Nabot; en otros casos, cambie “viña” por “voto” y la estrategia y los resultados serán los mismos. Le tengo una recomendación muy respetuosa a aquel anónimo que de repente es buscado por los ricos o los políticos: cuando lo inviten a un gran banquete, es mejor que ayune. Vote por el mejor candidato, no por el mejor mantel.
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