agosto 26, 2008

Teología de Migajas y Teología de Perros (2)

Teología de Migajas y Teología de Perros (2)

Mateo 5:21–28

Milton Acosta PhD

. . . Continuación

Al famoso joven rico del evangelio (Mt 19:16–30) le bastó una sola respuesta de Jesús (“vende lo que tiene y dalo a los pobres”) para que diera media vuelta y se fuera del todo sin vender nada. Esta mujer cananea no se va después de tres, si contamos el silencio de Jesús como respuesta.

La historia de la mujer sirofenicia es paralela a la del sirio Naamán (2 Reyes 5). Un gentil busca al profeta Eliseo para que lo sane de la lepra que tiene. Pero a diferencia de la mujer, que de entrada es suplicante, Naamán es arrogante. El profeta no lo trata con el respeto que merece su dignidad de general sirio y Naamán se ofende. Tiene lepra, pero su etnocentrismo es mayor. Lo mandaron a bañarse en el río Jordán para ser limpio de la lepra y él respondió “río es lo que tenemos en Siria, ¿cómo me voy a bañar en ese arroyito del Jordán”. Y sí que tenía razón Naamán. Una cosa es el tamaño histórico y teológico del Jordán y otra el físico. Sin embargo, los siervos del general lo convencen y éste por fin se mete en el Jordán; Dios lo sana; después Naamán se postra ante Dios.

La mujer cananea, a diferencia de Naamán, empieza abajo y baja hasta donde no se puede bajar más. No se da por vencida ante la apatía, el rechazo y el insulto. Es una verdadera atleta de la fe. Por encima de todo, ahora hace lo que difícilmente tú y yo hubiéramos hecho. ¡Se le acerca más todavía a Jesús! Esta mujer no puede aceptar que las cosas terminen así no más. Cuando está frente a Jesús, se arrodilla delante de él y le dice las dos palabras más elementales y sencillas, pero poderosas que alguien le puede decir a Dios: “¡Señor, ayúdame!”

¿Qué hará Jesús ahora? Pues si con lo que ha transcurrido hasta el momento estábamos decepcionados de Jesús, concluiremos que su actuación no puede caer todavía más. Pero siguen los peros. Primero no le contesta, segundo los discípulos le dicen a Jesús que la eche y tercero Jesús le dice que él no vino a salvar paganos, sino judíos. ¿Habrá todavía algo “más peor” que le puedan decir a esta mujer? Pues sí lo hay y para desconcierto nuestro y confirmación de los discípulos que quieren echarla, Jesús le dice: “No está bien quitarle el pan a los hijos y echárselo a los perros.” Ahora sí, tenemos que decir, el diálogo ha tocado fondo. Eso sí es como para escribir el libro Cómo ganar enemigos y no influir en las decisiones de los demás.

¡¿Perros?! ¿Le dijo a la mujer que los cananeos eran unos perros? Y no vamos a decir que le dijo “perrillos” por cariño. Masculino o femenino, “perro” es un insulto. Por mucho que “perro” sea diferente a kynarion en griego (que se puede traducir como perrito o perro), no son palabras amables. De hecho, en la Biblia el perro no es el mejor amigo del hombre. No es el “Fido” de la señora francesa que vive en un edificio en Cartagena de Indias; tampoco es el animal que se vende en los supermercados en China. En la mayoría de los casos en la Biblia, el perro va asociado con desprecio.[1] De hecho, en la Biblia el perro es un animal sucio, carroñero, que merodea por las ciudades entre la basura; es símbolo de impureza. De modo que los judíos consideraban a los gentiles como “perros” porque no vivían según la Torah, sin sus leyes de purificación; el gentil es ritualmente sucio, impuro.[2] Ahora piensa que tú eres esa mujer cananea, gentil, a quien le han dicho “perro sucio”. ¡Y te lo dijo Jesús!

Si la historia terminara aquí, la podríamos llamar “la increíble y triste historia de la cananea sirofenicia y su hija endemoniada.” Pero todavía a la mujer le queda otro cartucho: persiste y le responde a Jesús: “Sí, Señor, pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Si a ella le pusieron peros ahora ella pone el suyo. La mujer acepta que Jesús ha sido enviado a los judíos, es decir, a “los hijos”, pero, “los perros”, es decir los gentiles, también comen de las migajas que caen. Así, utilizando la misma metáfora de Jesús, responde que los gentiles también tienen parte de la comida del reino de Dios. Ahora sí, y por fin Jesús le da una respuesta favorable a la mujer. Y no es sólo favorable, sino que la elogia como tal vez no elogió Jesús nunca a ninguno de sus propios discípulos. Y es que en cuestiones de fe, los discípulos recibieron más regaños que otra cosa: “hombres de poca fe.” ¡Hay que ver cuántas veces se los dijo![3] A esta mujer cananea, gentil, griega le dice Jesús “¡Mujer, grande es tu fe!” Luego añade, “que se cumpla lo que quieres.” Y su hija fue sanada en ese mismo momento. Noten que el milagro en sí es secundario. Allí termina esta historia, pero quedan algunas preguntas.

En primer lugar, ¿por qué no tienen nombre esta mujer ni los discípulos? En segundo lugar, ¿por qué llevó Jesús a la mujer hasta tal extremo? Y por último, ¿no fue el trato para ella displicente y hasta humillante?

Continuará . . .

©Milton Acosta

[1]Se han encontrado muchos cementerios exclusivos de perros en el Medio Oriente antiguo, pero no se sabe por qué los enterraban aparte. Cp. Edwin Firmage, "Zoology (Fauna)," en Anchor Bible Dictionary vol. 6 (New York: Doubleday, 1992), 1109–67.

[2]1 Reyes 14:11; 16:4; 21:19, 23; Salmo 59:6; Prov 26:11; 2 Pedro 2:22; Apoc 22:15. Véase Leland Ryken, and Wilhoit, James, ed., Dictionary of Biblical Imagery (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2000), 29.

[3]El tema es favorito de Mateo. De las seis casos de “poca fe”, cinco están en Mateo y una en Lucas: Mt 6:30; 8:26; 14:31; 16:8; 17:20; Lc 12:28. Esto sin contar los casos donde la falta de fe es evidente, como p.ej. en la multiplicación de los panes y los peces.

agosto 20, 2008

Teología de Migajas y Teología de Perros (1)

Teología de Migajas y Teología de Perros (1)

Mateo 5:21–28

Milton Acosta PhD

Qué más quisiera uno si no que no lo molestaran, que lo dejaran en paz. A veces también quisiéramos los cristianos que Dios nos dejara tranquilos, que no se metiera tanto en nuestros asuntos y que no nos incomodara con sus cosas. Pero, dice Dios, “por tu bien, no puedo dejarte tranquilo; nos queda trabajo por hacer.”

Si uno le pone cuidado a la relación de Jesús con sus discípulos en los evangelios, se dará cuenta que en muchas ocasiones Jesús los incomoda. Lo hace con el fin de sacarlos del rígido molde religioso y cultural en el que han vivido toda su vida. Lo hace porque quiere liberarlos del egoísmo invisible del cual estamos forrados los seres humanos. Es curioso que, contrario a lo que uno pensaría, muchas veces los discípulos de Cristo son para el cristianismo el peor ejemplo. Para los evangelistas en el Nuevo Testamento esto es claro. Veamos un caso.

En uno de sus contados viajes internacionales, Jesús salió hacia la región conocida como Siro-fenicia, al oeste de Galilea (Mt 15:21–28). Al hacer este viaje, Jesús cruzó varias fronteras; la primera de ellas es obviamente la geográfica. Estándo allí, salió una mujer cananea gritando: “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija sufre terriblemente por estar endemoniada.” Como en otros casos, uno esperaría de Jesús por lo menos una respuesta. Pero no; Jesús la ignora; no dice nada, como si no la hubiera escuchado. Qué extraño, ¿no es cierto? Por un lado Jesús es quien en un sentido la provoca, pues viene a su territorio. Y ella, en respuesta, por haber escuchado quién era Jesús, se juega el todo por el todo. Semejante esfuerzo ha hecho esta mujer para romper las barreras étnicas, religiosas y culturales que la separan de Jesús, para que Jesús la ignore. La mujer le ha pedido a Jesús precisamente lo que Jesús sabe hacer, tener compasión. Además, y como si fuera poco, lo reconoce como Mesías al llamarlo “hijo de David” (cp. Mt 9:27; 21:9; Mr 10:46–52). ¿Qué más podía haber hecho esta mujer? Nada. Pero por muy raro que parezca, Jesús no le contesta. “Ódiame, pero no me ignores”, dice una canción popular. La fe de cualquiera se puede desinflar por completo y por mucho tiempo con un Jesús que no responde.

Los discípulos, en cambio, actuaron de otro modo; ellos sí respondieron. Le dijeron a Jesús: “Despídela, porque viene detrás de nosotros gritando.” Los discípulos de Jesús no la ignoraron; les produjo tal fastidio la gritería de esta mujer que quieren deshacerse de ella. Es muy incómodo escuchar la gritería de una mujer desesperada. Tal vez la misma desesperación hace que su comportamiento no se pueda distinguir del de una loca. Y ¿quién quiere juntarse con locos, con esa chusma? Un caso parecido a este en el Antiguo Testamento es el de Ana, quien oraba de una manera extraña y el sacerdote Elí la trató de borracha: “¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!” A lo cual Ana contestó: “No, mi señor, no he bebido vino ni cerveza. Soy sólo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No me tome usted por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción” (1 Samuel 1:14–16). La sensibilidad y el discernimiento no siempre son virtudes de los ministros, los religiosos y los discípulos de Cristo. ¡Qué vergüenza!

Entre tanto, la mujer cananea permanece en silencio. ¿Qué podría haber reclamado, si han hablado los discípulos de Jesús? Ellos sabrán. Además, ella es una simple cananea. La situación es tensa. La gente observa. Por fin, Jesús habla. Pero lo que dice se convierte en un tercer y gran obstáculo para la mujer: “No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.” Esto es, en términos de levantamiento de pesas, como si el competidor hubiera salido a levantar 100 kg. de peso, para lo cual está preparado, pero no puede porque alguien le ha puesto 200 kilos. ¡No es justo! ¿Es por eso que Jesús guardó silencio al principio? Es como si le dijera a la mujer “tú y yo no tenemos nada que ver el uno con el otro.” Jesús pareciera confirmar las palabras de los discípulos, “váyase con su gritería a otra parte”, “estás en el lugar equivocado”, “mi teología no me permite hacer nada por ti porque estás fuera de mi área de acción.” En realidad ya no es como levantar 200 kilos; Jesús y sus discípulos le han tirado una tonelada de desprecio encima que debería haberla aplastado por completo.

Hasta aquí Jesús aparentemente se ha identificado plenamente con los discípulos. Confirma el etnocentrismo característico de los judíos [1] y de todos los que no son judíos. ¡Qué decepción! Tanto esfuerzo para nada. Tanto “Hijo de David” por el gusto. La mujer sentirá como que cada cosa que hace no sirve sino para empeorar las cosas y hundirse más ella misma. ¿Aceptará la mujer esa respuesta?
Continuará . . .
©Milton Acosta

[1]
Varios autores sostienen que en esto Jesús es un típico judío de la época. Dos ejemplos: Judith Gundry-Volf y Miroslav Volf, A spacious heart: essays on identity and belonging (Harrisburg, EEUUA: Trinity Press International, 1997), 21, Theodore W. Jennings y Tat-Siong Benny Liew, "Mistaken identities but model faith: Rereading the centurion, the chap, and the Christ in Matthew 8:5–13," Journal of Biblical Literature 123, no. 3 (2004): 478.

agosto 09, 2008

¡Arre Caballito!

¡Arre caballito!

Desjarreta los caballos

©2008Milton Acosta

Las armas y la violencia son un problema para los hombres. ¡Cómo nos gustan las cosas bélicas: las pistolas, los aviones de guerra, los desfiles militares. La guerra y la masculinidad parecen estar incorporadas a la psiquis masculina. Los hombres con demasiada frecuencia asociamos masculinidad con violencia, peleas y guerras. En América Latina nos vendrá desde la Colonia, pero es un fenómeno universal que toma formas propias en cada país, región y familia.[1] También sería incorrecto asociar armas con hombría, con valentía o con valor, porque mucho miedo y cobardía se esconden detrás de las armas. Cualquier idiota se cree muy macho con un arma.

En el antiguo Medio Oriente, los carros tirados por caballos empezaron a usarse a finales de la Era de Bronce.[2] Muy pronto se convirtieron en símbolo del poder militar. No fue hasta la llegada del motor de combustión que los carros y caballos fueron bajados de su lugar de honor en todo el mundo.

La Biblia está sistemáticamente en contra de tres cosas: los grandes ejércitos (2 Reyes 3; 6–7), las armas de guerra (Salmo 20) y las coaliciones militares (Génesis 14). La cuestión militar es en la Biblia un asunto teológico, como todo. Si en el marxismo todo se reduce a lo económico, en la Biblia a lo teológico: por un lado afirma que las armas no son las que sostienen a un país, y por otro lado cuenta historias donde tanto los grandes ejércitos como las coaliciones militares pierden. Además, es un hecho comprobado hasta la saciedad en la historia de la humanidad: todos los imperios, a pesar de tener el poderío militar más grande del mundo, un día se caen. ¿Qué son hoy Anatolia, el imperio Hitita, Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia, Roma, el imperio Otomano y España?

Al pueblo de Dios lo salva Dios. Israel nunca tuvo el ejército más poderoso del mundo, ni fue un gran imperio, como se cree. Siempre llevaba las de perder con Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Siempre fueron menos en números, en armas y en tecnología militar. ¡Hasta los cananeos y filisteos estaban mejor armados que Israel! (Jueces 1:19; 4:3–16). Eso es lo que dice la Biblia. No es cuestión de opinión.[3]

Cuando Israel va a la guerra y vence a sus enemigos, “opera desde una posición de debilidad militar,” como en el caso de David contra Goliat. Algunas de las estrategias militares usadas por Israel resultan realmente risibles, una honda, una marcha alrededor de una ciudad gritando. Algunos de estos eventos son litúrgicos y simplemente pretenden demostrar que las victorias las gana Dios, no la superioridad de las armas (cp. 2 Reyes 2:12).[4]

Algunos ejemplos más: los jinetes, caballos y carros de los egipcios fueron derrotados con agua (Exodo 14–15); Dios le ordena a Josué (11:6) desjarretar los caballos y quemar los carros de guerra de los cananeos; la lista de cosas malas que haría un rey, advierte Samuel, incluye quitarle los mejores varones a las familias para encargarlos de los carros militares, la caballería y la fabricación de armas (1 Samuel 8:11–12); Adonías quiso usurpar el trono de David con carros y caballos, pero fracasó (1 Reyes 1); David pecó por confiar en las fuerzas militares (2 Samuel 24); Salomón tuvo muchos carros y caballos, los cuales logró gracias a sus asfixiantes impuestos, los mismos que después terminaron dividiendo el reino (1 Reyes 11–12). Podemos alargar la lista, pero estos ejemplos bastan.

Un autor sostiene que si Dios estaba a favor de la destrucción de carros y caballos, es decir, las armas de las fuerzas opresoras en tiempos de Josué, también lo está hoy. En ese sentido, Josué 11:6 es teológicamente normativo. Dios no ha cambiado. Dios es hostil a los carros y caballos y a los sistemas políticos que “los requieren, los legitiman y dependen de ellos.”[5] Dios está en contra de toda forma de dominación y opresión. De modo que las futuras referencias a “carros y caballos en la Biblia se deben leer a la luz de Josué 11:6. Los relatos de Eliseo, por ejemplo (2 Reyes 6–7), son un ejemplo de protesta contra los caballos y los carros.[6]

Por eso dice la Biblia (Salmo 20:7 y 33:16–17) que en los carros y caballos no confía el que confía en Dios. Es decir, no se puede servir a Dios y a los caballos. Debemos aclarar que los carros y caballos permanecen en la Biblia como símbolo de poder. Elías ascendió al cielo en un carro de fuego tirado por caballos de fuego (2 Reyes 2:11–12). Aquí la figura no es de un ejército, sino de alguien superior a un ejército.

El cristiano guerrerista falta a la Palabra. El cristiano no puede decir más “arre caballito” cuando ve el despliegue internacional de armas para dominar y oprimir. Está más bien llamado a desjarretar los caballos que todavía guarda en su forma de pensar con respecto a las armas de guerra y la falsa confianza éstas producen. No son las armas de Dios ni de Jesús. Y no hemos dicho nada de “qué hubiera hecho Jesús con un arma”...

©2008Milton Acosta


[1]Carol P. Christ, "Feminist liberation theology and Yahweh as Holy Warrior: An analysis of a symbol," in Women’s Spirit Bonding (New York: Pilgrim’s Press), 211, Enrique Dussel, Historia de la filosofía y filosofía de la liberación (Bogotá: Editorial Nueva América, 1994), 171. ¿Será sólo un problema de los hombres? La Biblia y algunos estudios serios muestran que las mujeres pueden ser igual de violentas.

[2]Alan R. Millard, "Methods of studying the patriarchal narratives as ancient texts," in Essays on the Patriarchal Narratives, ed. A. R. Millard y D. J. Wiseman (Leicester, Inglaterra: InterVarsity Press, 1980), 50. Sabemos que en Mesopotamia usaron vehículos con ruedas desde el cuarto milenio antes de Cristo. Parece ser que los carros se usaron primero para transporte antes que para la guerra. Véase Mary Aiken Littauer and J. H. Crouwel, "Chariots," in The Anchor Bible Reference Library, ed. David Noel Freedman (New York: Doubleday, 1992).

[3]Yadin sostiene que por causa de los carros y caballos de guerra, en la conquista de Josué, Israel evitó los valles y entró por las montañas. Yigael Yadin, "Military and Archeological Aspects of the Conquest of Canaan in the Book of Joshua," Jewish Bible Quarterly 32 (2004).

[4]Millard C. Lind, Yahweh is a Warrior (Scottdale, Pensilvania, EEUUA: Herald, 1980), 106, 84–85.

[5]Walter Brueggeman, Revelation and Violence: A Study in Contextualization (Milwaukee: Marquette University Press, 1986).

[6]Ibid., 40, 56. En el Nuevo Testamento aparecen carros y caballos en Hechos 8:28–38; Apocalipsis 9:9 y 18:13).