agosto 20, 2008

Teología de Migajas y Teología de Perros (1)

Teología de Migajas y Teología de Perros (1)

Mateo 5:21–28

Milton Acosta PhD

Qué más quisiera uno si no que no lo molestaran, que lo dejaran en paz. A veces también quisiéramos los cristianos que Dios nos dejara tranquilos, que no se metiera tanto en nuestros asuntos y que no nos incomodara con sus cosas. Pero, dice Dios, “por tu bien, no puedo dejarte tranquilo; nos queda trabajo por hacer.”

Si uno le pone cuidado a la relación de Jesús con sus discípulos en los evangelios, se dará cuenta que en muchas ocasiones Jesús los incomoda. Lo hace con el fin de sacarlos del rígido molde religioso y cultural en el que han vivido toda su vida. Lo hace porque quiere liberarlos del egoísmo invisible del cual estamos forrados los seres humanos. Es curioso que, contrario a lo que uno pensaría, muchas veces los discípulos de Cristo son para el cristianismo el peor ejemplo. Para los evangelistas en el Nuevo Testamento esto es claro. Veamos un caso.

En uno de sus contados viajes internacionales, Jesús salió hacia la región conocida como Siro-fenicia, al oeste de Galilea (Mt 15:21–28). Al hacer este viaje, Jesús cruzó varias fronteras; la primera de ellas es obviamente la geográfica. Estándo allí, salió una mujer cananea gritando: “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija sufre terriblemente por estar endemoniada.” Como en otros casos, uno esperaría de Jesús por lo menos una respuesta. Pero no; Jesús la ignora; no dice nada, como si no la hubiera escuchado. Qué extraño, ¿no es cierto? Por un lado Jesús es quien en un sentido la provoca, pues viene a su territorio. Y ella, en respuesta, por haber escuchado quién era Jesús, se juega el todo por el todo. Semejante esfuerzo ha hecho esta mujer para romper las barreras étnicas, religiosas y culturales que la separan de Jesús, para que Jesús la ignore. La mujer le ha pedido a Jesús precisamente lo que Jesús sabe hacer, tener compasión. Además, y como si fuera poco, lo reconoce como Mesías al llamarlo “hijo de David” (cp. Mt 9:27; 21:9; Mr 10:46–52). ¿Qué más podía haber hecho esta mujer? Nada. Pero por muy raro que parezca, Jesús no le contesta. “Ódiame, pero no me ignores”, dice una canción popular. La fe de cualquiera se puede desinflar por completo y por mucho tiempo con un Jesús que no responde.

Los discípulos, en cambio, actuaron de otro modo; ellos sí respondieron. Le dijeron a Jesús: “Despídela, porque viene detrás de nosotros gritando.” Los discípulos de Jesús no la ignoraron; les produjo tal fastidio la gritería de esta mujer que quieren deshacerse de ella. Es muy incómodo escuchar la gritería de una mujer desesperada. Tal vez la misma desesperación hace que su comportamiento no se pueda distinguir del de una loca. Y ¿quién quiere juntarse con locos, con esa chusma? Un caso parecido a este en el Antiguo Testamento es el de Ana, quien oraba de una manera extraña y el sacerdote Elí la trató de borracha: “¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!” A lo cual Ana contestó: “No, mi señor, no he bebido vino ni cerveza. Soy sólo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No me tome usted por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción” (1 Samuel 1:14–16). La sensibilidad y el discernimiento no siempre son virtudes de los ministros, los religiosos y los discípulos de Cristo. ¡Qué vergüenza!

Entre tanto, la mujer cananea permanece en silencio. ¿Qué podría haber reclamado, si han hablado los discípulos de Jesús? Ellos sabrán. Además, ella es una simple cananea. La situación es tensa. La gente observa. Por fin, Jesús habla. Pero lo que dice se convierte en un tercer y gran obstáculo para la mujer: “No fui enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.” Esto es, en términos de levantamiento de pesas, como si el competidor hubiera salido a levantar 100 kg. de peso, para lo cual está preparado, pero no puede porque alguien le ha puesto 200 kilos. ¡No es justo! ¿Es por eso que Jesús guardó silencio al principio? Es como si le dijera a la mujer “tú y yo no tenemos nada que ver el uno con el otro.” Jesús pareciera confirmar las palabras de los discípulos, “váyase con su gritería a otra parte”, “estás en el lugar equivocado”, “mi teología no me permite hacer nada por ti porque estás fuera de mi área de acción.” En realidad ya no es como levantar 200 kilos; Jesús y sus discípulos le han tirado una tonelada de desprecio encima que debería haberla aplastado por completo.

Hasta aquí Jesús aparentemente se ha identificado plenamente con los discípulos. Confirma el etnocentrismo característico de los judíos [1] y de todos los que no son judíos. ¡Qué decepción! Tanto esfuerzo para nada. Tanto “Hijo de David” por el gusto. La mujer sentirá como que cada cosa que hace no sirve sino para empeorar las cosas y hundirse más ella misma. ¿Aceptará la mujer esa respuesta?
Continuará . . .
©Milton Acosta

[1]
Varios autores sostienen que en esto Jesús es un típico judío de la época. Dos ejemplos: Judith Gundry-Volf y Miroslav Volf, A spacious heart: essays on identity and belonging (Harrisburg, EEUUA: Trinity Press International, 1997), 21, Theodore W. Jennings y Tat-Siong Benny Liew, "Mistaken identities but model faith: Rereading the centurion, the chap, and the Christ in Matthew 8:5–13," Journal of Biblical Literature 123, no. 3 (2004): 478.

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