junio 21, 2018

¿Cómo será el pollo?


Ni títere ni traidor

Milton Acosta, PhD
Cuando Salomón subió al trono, mucha gente pensaba que solo tenía dos opciones, ser un títere o un traidor. Esto se deduce de la forma como llegó al trono. Todo fue obra de otros, de una maquinaria política eficaz. Tan es así que en la recta final de la pugna por el trono, Salomón no tuvo necesidad de decir una sola palabra (2R 1–2). En conclusión, tenía que ser títere, pues para nadie es secreto que los favores políticos hay que pagarlos, a lo bien.

La otra opción de Salomón era ser traidor; obrar de manera contraria a los deseos de quienes lo subieron al trono y echárselos de enemigos, como le pasó a Saúl, a quien al final todos le dieron la espalda. Pero, no toda traición política es mala, como la de Samuel con Elí, su mentor. La pregunta es si, una vez en el poder, el gobernante tiene el talante necesario para traicionar a gente tan poderosa y salir política y físicamente ileso.

La historia demostró que a última hora Salomón no fue ni el títere ni el traidor que esperaban sus detractores, fue peor, fue él mismo. Es cierto que primero fue títere de su padre. Se dedicó a obedecer las órdenes expresas de David, quien a pesar de estar bastante viejo y escaso de alientos, tuvo fuerzas suficientes para designarlo como su sucesor en el trono de Israel y para darle órdenes extensas y precisas, ¡que sea un hombre! y que obedezca a Dios (1R 2:1-4), como le dijo Dios a Josué. Pero David no es Dios ni Salomón Josué.

Las órdenes específicas  con respecto a los enemigos son: eliminar a Joab (2:5-6), perdonarle la vida a los hijos de Barzilay (2:7) y ajusticiar a Semeí (2:8-9). En síntesis, las instrucciones que David le da a Salomón poco tienen que ver con las que figuran en Deuteronomio para un rey (Dt 17:14-20). Tampoco figura nada sobre la confianza en Dios, la práctica de la justicia y la defensa de los pobres, como reza en el Salmo 72, cuyo encabezado lee “de Salomón” (lišlōmōh, לִשְׁלֹמֹה), como dicen otros “de David” (lǝdāwid, לְדָוִד), pero que muchas versiones traducen “para Salomón”, quizá por la falta de justicia social en el reinado de Salomón.

Superada la sombra de David, Salomón se convirtió en un rey igual a los demás pueblos, como lo quiso Israel. Pero Salomón lo hizo tan bien, o sea, tan mal, que dividió a su pueblo en dos por siempre; y su hijo Roboán le aprendió muy bien (1R 12). Pero fíjese lo que son las cosas; Salomón fue un hombre agradable; tanto, que tenía cientos de mujeres que lo seguían a todas partes en sus redes sociales. Hasta Trump en sus mejores años le hubiera tenido envidia. Pero, a diferencia de Trump, Salomón fue además poeta y le gustaba mucho el conocimiento; sabía mucho de botánica, coleccionaba poemas y textos de sabiduría de todas partes, y hasta escribió los suyos. Probablemente hablaba otros idiomas sin acento hebreo. ¡Un tipazo! Qué le vamos a hacer.

En el tema religioso, como en el económico, Salomón fue un verdadero liberal. No tenía problemas en asistir a un culto egipcio por la mañana y al hebreo por la tarde. Mejor dicho, un hombre de avanzada, adelantado a su tiempo, sin prejuicios ni arrogancias teológicas. A los profetas no les hizo mucha gracia, pero a él y a sus mujeres les pareció lo máximo (1R 11).

En cuestiones de política económica y social fue donde Salomón más sobresalió, por lo malo. En realidad no fue ni títere ni traidor. Resultó siendo un tigre que además incentivó el comercio internacional (1R 10). Armó un verdadero reino al mejor estilo de los monarcas, con un ejército respetable, grandes edificios, lujos por doquier y derroche de conocimiento. Pero todo esto apenas lo pudo disfrutar una minoría que se alimentaba del trabajo de la mayoría. Es decir, en Salomón se cumplieron las palabras de Samuel al pie de la letra (1S 8). Tan pesados fueron los impuestos, que el pueblo se sublevó y al final el reino se dividió (1R 13). Ese fue el “logro” más grande y duradero de este rey que llegó al trono a corta edad y sin experiencia. Pero quienes lo subieron al trono se sintieron victoriosos, ¡creyeron que habían ganado! A fin de cuentas, Salomón fue el tigre que nadie sabía que era. Se los devoró a todos vivos. ¡Qué miedo! Pero no es a priori, es ex post facto.©Milton Acosta 2018

junio 13, 2018

Reina sobre nosotros [3]

Las matemáticas, el meñique y el reino de Dios


Milton Acosta, PhD
“No te han rechazado a ti, sino a mí, pues no quieren que reine sobre ellos” (1S 8)

Las palabras que le dijo Dios a Samuel son clave para entender este momento y gran parte de la historia de Israel. La descripción que se da de Israel aquí (1S 8:6-9) es la misma que aparece al inicio del libro de Jueces: Israel ha abandonado a su Dios para adorar a otros dioses (Jue 2). Deuteronomio (17:8-20) y los salmos (p. ej., Sal 72) describen al gobierno y los gobernantes ideales, mientras que 1-2 Samuel y 1-2 Reyes los muestran como son en la realidad.

La tercera y mejor alternativa que tiene Israel para salir de su crisis social, moral, política y económica es el reino de Dios. En términos prácticos significa transformarse; es decir, cambiar ellos. Pero esa opción no les gustó, al igual que no le gusta a la mayoría de los pueblos del mundo, excepto después de haber sufrido una gran destrucción y les toca levantarse de las cenizas. El cambio que Israel quiere es de forma, no de fondo. Así podrán seguir practicando la injusticia social, solo que ahora será de manera oficial y más organizada.

El tema del reino de Dios es de los más grandes y ricos en la Biblia. Nos interesa aquí el fundamento de ese reino: la justicia y el derecho; es decir lo que hoy llamamos justicia social. Ese mismo fundamento de la justicia y el derecho se aplica a los gobernantes. En pocas palabras, una marca del pueblo que imita a su Dios es que se indigna ante la desigualdad, procura salvar la brecha entre los privilegiados y los que están en situación vulnerable y en desventaja, como por ejemplo los siete millones y medio de desplazados internos que tiene Colombia.

Si el pueblo de Dios no quiere que Dios reine sobre ellos es porque no le interesa practicar la justicia y el derecho, ni exigírselo a sus gobernantes, simplemente porque el pueblo y sus líderes no pueden exigirles a los gobernantes lo que ninguno está dispuesto a practicar. Y no lo hacen porque presupone conversión y transformación, lo cual implicaría sacrificios, especialmente para los que tienen más riqueza y más poder. No es casualidad que quienes más poder tienen compren los mejores y más grandes pernos para atornillarse por generaciones a las sillas donde están sentados. En países clientelistas las maquinarias cuidan muy bien sus tornillos.

A Samuel le interesa la totalidad de Israel, no sus intereses personales o los de su familia. Tanto es así que está dispuesto a hacerse a un lado para darle al pueblo lo que quiere. ¡Qué ejemplo! El mismo Samuel ungirá más adelante a Saúl, el rey que querían, el cual fue un fracaso total (1S 15). Lo siguió David, quien no fue idólatra, pero terminó cometiendo delitos graves y sometido a los generales del ejército (2S 3:39); después le siguió su hijo Salomón, quien no solo introdujo cultos paganos en Israel, sino que asfixió al pueblo con los impuestos y terminó siendo la causa de la división del reino, nada menos (1R 12).

Los líderes son encarnación de los pueblos en el sentido de que reunen en una persona los sentimientos, aspiraciones y el modo de ser de una colectividad. Quizá por eso se diga que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Los líderes, entonces, literalmente representan al pueblo que los elige y los apoya; el líder es el pueblo encarnado. Así, Israel en un momento es Saúl, en otro momento es David, también es Salomón, y así. Se dan los casos, como Josías, que intentó hacer grandes reformas durante su gobierno, pero apenas murió, el pueblo volvió a lo mismo. Es decir, Israel nunca fue Josías, como fue David.

Hay quienes como Salomón y su hijo Roboán nunca aprendieron bien las matemáticas; nunca aprendieron a sumar ni a multiplicar; solo saben restar y dividir. Hacen política dividiendo y, cuando están en el poder, acusan de apátridas a quienes no les siguen la corriente. Esto hacen porque su interés verdadero no consiste en construir un proyecto de unidad nacional sólida y verdadera, sino en mantener los privilegios de las minorías a expensas de las mayorías. Con todo, tienen la desfachatez de pedir el apoyo de esas mayorías, las cuales increíblemente lo hacen, hasta que se revienta la pita. Los países son como el fútbol; si no se juega como equipo, la derrota de un pueblo, como nación, está garantizada. De esta manera, Roboán, el hijo de Salomón, una vez en el poder rechazó el clamor del pueblo (del pueblo, no de los ricos) de que le bajaran los impuestos. Roboán, respondió que su dedo meñique era más grueso que la cintura de su padre (1R 12:1-20). Aquí se cumplieron las palabras de Jesús: un reino dividido contra sí mismo quedará asolado y una casa dividida conta sí misma se derrumbará (Lc 11:17).

En conclusión, la alternativa que Israel considera mejor que el reino de Dios es la religión auspiciada por el rey y el ejercito al que el rey se somete. Así se conforma el trío alternativo al reino de Dios, el amangualamiento de rey, ejército y religión. El gusto por la religión ritual, supersticiosa y sin ética se deduce de los relatos del arca (1 Samuel caps. 3-7), la injusticia de las advertencias sobre los abusos del poder (1S 12) y el desinterés por la ética se observa en las declaraciones que hace Samuel de su honestidad (1S 8) . Allí demostraron cómo un objeto legítimo de culto se convierte en amuleto, la monarquía que no se somete a la ley y el ejército convertido en ídolo; así pretendían garantizar su seguridad. Quisieron vivir seguros como las naciones vecinas y desaparecieron como las naciones vecinas. Samuel tenía razón, pero no nos podemos alegrar por eso. Oseas lo dirá después duro y claro: ¿Dónde está ahora tu rey para que te salve en todas tus ciudades, y tus jueces de quienes me decías: Dame rey y príncipes? Te di rey en mi ira, y te lo quité en mi furor. Atada está la iniquidad de Efraín, guardado su pecado” (Os 13:10-12 LBA).

La ñapa
En las democracias siempre se vota por el menos malo. Sin excepción. Nunca habrá otra opción. No hay nadie que encarne todas las virtudes del buen gobernante según ideología política alguna, incluyendo la divina. Peligrosa la gente que así lo cree y así vota. De modo que no espere al gobernante mesiánico hecho a su medida, pues para las elecciones terrenales no vendrá. Pero todo el que quiera está en su derecho de irse en blanco. ©Milton Acosta 2018

junio 07, 2018

Reina sobre nosotros [2]


Mejor malo por conocer que malo conocido

Milton Acosta, PhD
La petición de un rey tiene una justificación muy lógica y evidente en el antiguo Israel. Por un lado, todo pueblo necesita defenderse de sus enemigos externos, y la única manera conocida es la militar, es decir, un ejército unificado comandado por un rey. Por otro lado, el mal gobierno sostenido causa hastío y deseo de cambio. El problema entonces no es la petición de cambio ni que el cambio sea tener un rey, sino: la razón por la que el pueblo de Israel pide un rey, el costo del rey y lo que no están dispuestos a cambiar. Samuel les advierte que el rey va a institucionalizar la injusticia social, pues les va a quitar lo mejor de su juventud, de su trabajo y del producto de la tierra (1S 8). De esta manera, la vida de las personas en situación de desventaja se convierte una lucha permanente por no perecer. Es como jugar en un partido que ha sido arreglado de antemano. Por mucho que se esfuercen los destinados a perder, ya se sabe que a la postre van a perder.

Uno entiende que los líderes estén conformes con esa situación porque les beneficia, pero no entiende cómo puede el pueblo aceptar semejantes condiciones, dado que ellos serán las víctimas directas de un gobierno así. Aparentemente les molesta la corrupción de dos filipichines en un gobierno incipiente, pero no les molesta la injusticia social acompañada de la corrupción a gran escala que traería un gobierno diseñado para tales propósitos. Su respuesta es que no les importa pagar ese costo. Pero quién entiende a este pueblo. ¿Será cierto eso de que “sarna con gusto no pica” o es que estos líderes realmente no hablan a nombre del pueblo?

En cuanto al gobernante saliente, por muy honesto que fuera Samuel, quedó demostrado que la concentración de los poderes ejecutivo, legislativo, judicial y religioso en tan pocas manos, es inconveniente y hasta peligroso para una nación. Si todos están cortados por la misma tijera, y se tapan con la misma cobija, se pierden los controles esenciales para el funcionamiento adecuado de una sociedad, que incluye la libertad, el orden, la transparencia y la justicia social. Con el rey, los poderes estarían repartidos entre muchos, pero todos al servicio del mismo rey. Es decir, es igual a lo que tenían, porque la corrupción y la injusticia no se acaban, pero distinto porque ahora es por lo alto. Los corruptos ahora tienen apellido y roban más, y eso como que les parece mejor. Así que el malo por conocer terminó siendo peor que el conocido. De los cerca de cuarenta reyes que hubo en Israel y Judá apenas hay dos de medio mostrar; el resto son todos malos.

Sin embargo, no todo está perdido. Aunque Samuel aparentemente salió derrotado, no perdió su dignidad, por cierto muy escasa en estos tiempos. Samuel tomó una decisión que marcaría el ministerio profético por el resto de la historia de Israel, desvincularse del poder oficial. Solo así podría cumplir lo que dijo que haría: orar por su pueblo y anunciarle la palabra de Dios (1S 12). Un requisito fundamental para el profeta bíblico es que no sea parte del poder, dado que no puede atentar contra los privilegios que le da el poder; queda amordazado. Es decir, profeta alimentado por el estado no es ningún profeta. Nadie va a cortar la rama del árbol donde está montado. Le toca bajarse primero, como hizo Samuel.

La historia bíblica es una especie de confesión a varias voces. Es cierto que se necesita tener algún poder para producir historia y para que esta se posicione y llegue a ser oficial. Pero cuando uno lee la historia bíblica, se encuentra con un rosario de errores cometidos precisamente por los poderosos y puestos por escrito por la élite, pues eran los únicos que podían leer, escribir y preservar estos documentos. De modo que, aunque la historia bíblica está marcada por las subjetividades propias de la historia y de la perspectiva de la fe, la humanidad presente en estos relatos es de por sí de gran valor universal.©Milton Acosta 2018
Continúará