Las matemáticas, el meñique y el reino de Dios
Milton Acosta, PhD
“No te han rechazado a ti, sino a mí, pues no
quieren que reine sobre ellos” (1S 8)
Las palabras que le dijo Dios a Samuel son
clave para entender este momento y gran parte de la historia de Israel. La
descripción que se da de Israel aquí (1S 8:6-9) es la misma que aparece al
inicio del libro de Jueces: Israel ha abandonado a su Dios para adorar a otros
dioses (Jue 2). Deuteronomio
(17:8-20) y los salmos (p. ej., Sal 72) describen al gobierno y los gobernantes
ideales, mientras que 1-2 Samuel y 1-2 Reyes los muestran como son en la
realidad.
La tercera y mejor alternativa que tiene Israel para salir de su crisis
social, moral, política y económica es el reino de Dios. En términos prácticos
significa transformarse; es decir, cambiar ellos. Pero esa opción no les gustó,
al igual que no le gusta a la mayoría de los pueblos del mundo, excepto después
de haber sufrido una gran destrucción y les toca levantarse de las cenizas. El
cambio que Israel quiere es de forma, no de fondo. Así podrán seguir practicando
la injusticia social, solo que ahora será de manera oficial y más organizada.
El tema del reino de Dios es de los más grandes
y ricos en la Biblia. Nos interesa aquí el fundamento de ese reino: la
justicia y el derecho; es decir lo que hoy llamamos justicia social. Ese
mismo fundamento de la justicia y el derecho se aplica a los gobernantes. En
pocas palabras, una marca del pueblo que imita a su Dios es que se indigna ante
la desigualdad, procura salvar la brecha entre los privilegiados y los que
están en situación vulnerable y en desventaja, como por ejemplo los siete
millones y medio de desplazados internos que tiene Colombia.
Si el pueblo de Dios no quiere que Dios reine
sobre ellos es porque no le interesa practicar la justicia y el derecho, ni exigírselo
a sus gobernantes, simplemente porque el pueblo y sus líderes no pueden
exigirles a los gobernantes lo que ninguno está dispuesto a practicar. Y no lo
hacen porque presupone conversión y transformación, lo cual implicaría
sacrificios, especialmente para los que tienen más riqueza y más poder. No es
casualidad que quienes más poder tienen compren los mejores y más grandes pernos
para atornillarse por generaciones a las sillas donde están sentados. En países
clientelistas las maquinarias cuidan muy bien sus tornillos.
A Samuel le interesa la totalidad de Israel, no sus intereses personales o
los de su familia. Tanto es así que está dispuesto a hacerse a un lado para
darle al pueblo lo que quiere. ¡Qué ejemplo! El mismo Samuel ungirá más
adelante a Saúl, el rey que querían, el cual fue un fracaso total (1S 15). Lo
siguió David, quien no fue idólatra, pero terminó cometiendo delitos graves y
sometido a los generales del ejército (2S 3:39); después le siguió su hijo
Salomón, quien no solo introdujo cultos paganos en Israel, sino que asfixió al
pueblo con los impuestos y terminó siendo la causa de la división del reino,
nada menos (1R 12).
Los líderes son encarnación de los pueblos en el sentido de que reunen en
una persona los sentimientos, aspiraciones y el modo de ser de una
colectividad. Quizá por eso se diga que los pueblos tienen los gobernantes que
se merecen. Los líderes, entonces, literalmente representan al pueblo que los
elige y los apoya; el líder es el pueblo encarnado. Así, Israel en un momento
es Saúl, en otro momento es David, también es Salomón, y así. Se dan los casos,
como Josías, que intentó hacer grandes reformas durante su gobierno, pero
apenas murió, el pueblo volvió a lo mismo. Es decir, Israel nunca fue Josías,
como fue David.
Hay quienes como Salomón y su hijo Roboán nunca aprendieron bien las
matemáticas; nunca aprendieron a sumar ni a multiplicar; solo saben restar y
dividir. Hacen política dividiendo y, cuando están en el poder, acusan de
apátridas a quienes no les siguen la corriente. Esto hacen porque su interés
verdadero no consiste en construir un proyecto de unidad nacional sólida y
verdadera, sino en mantener los privilegios de las minorías a expensas de las
mayorías. Con todo, tienen la desfachatez de pedir el apoyo de esas mayorías,
las cuales increíblemente lo hacen, hasta que se revienta la pita. Los países
son como el fútbol; si no se juega como equipo, la derrota de un pueblo, como
nación, está garantizada. De esta manera, Roboán, el hijo de Salomón, una vez
en el poder rechazó el clamor del pueblo (del pueblo, no de los ricos) de que
le bajaran los impuestos. Roboán, respondió que su dedo meñique era más grueso
que la cintura de su padre (1R 12:1-20). Aquí se cumplieron las palabras de
Jesús: un reino dividido contra sí mismo quedará asolado y una casa dividida
conta sí misma se derrumbará (Lc 11:17).
En conclusión, la alternativa que Israel considera mejor que el reino de
Dios es la religión auspiciada por el rey y el ejercito al que el rey se somete.
Así se conforma el trío alternativo al reino de Dios, el amangualamiento de
rey, ejército y religión. El gusto por la religión ritual, supersticiosa y sin
ética se deduce de los relatos del arca (1 Samuel caps. 3-7), la injusticia de
las advertencias sobre los abusos del poder (1S 12) y el desinterés por la
ética se observa en las declaraciones que hace Samuel de su honestidad (1S 8) .
Allí demostraron cómo un objeto legítimo de culto se convierte en amuleto, la
monarquía que no se somete a la ley y el ejército convertido en ídolo; así pretendían
garantizar su seguridad. Quisieron vivir seguros como las naciones vecinas y
desaparecieron como las naciones vecinas. Samuel tenía razón, pero no nos podemos
alegrar por eso. Oseas lo dirá después duro y claro: ¿Dónde está ahora tu
rey para que te salve en todas tus ciudades, y tus jueces de quienes me decías: Dame
rey y príncipes? Te di rey en mi ira, y te lo quité en mi furor. Atada está la
iniquidad de Efraín, guardado su pecado” (Os 13:10-12 LBA).
La ñapa
En las democracias siempre se vota por el menos malo. Sin excepción. Nunca
habrá otra opción. No hay nadie que encarne todas las virtudes del buen
gobernante según ideología política alguna, incluyendo la divina. Peligrosa la
gente que así lo cree y así vota. De modo que no espere al gobernante mesiánico
hecho a su medida, pues para las elecciones terrenales no vendrá. Pero todo el que quiera está en su derecho de irse en blanco. ©Milton
Acosta 2018
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