junio 04, 2018

Reina sobre nosotros [1]



Los hijos del tigre salieron corruptos

Milton Acosta, PhD

Desorientados los judíos al haber sufrido la pérdida de todas las instituciones que les daban identidad, seguridad y esperanza, recuerdan su historia en el exilio y la ponen por escrito en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes. Intentan responder grandes interrogantes, ¿por qué estamos aquí? ¿cómo llegamos aquí? ¿qué hacemos ahora? Un episodio importante en esta historia es el inicio de la monarquía, que aparece en los capítulos 1 al 12 de 1 Samuel. Qué curioso es esto, la monarquía fue decidida democráticamente, con la venia divina, con permiso del caudillo y sin matar a nadie.

Uno no sabe cuántos de los resultados de este ejercicio historiográfico y teológico son producto de una decisión consciente y razonada por parte de los escritores, pero de todos modos allí están y nos invitan a la reflexión, como lo sugiere el apóstol Pablo: “Todo eso les sucedió para servir de ejemplo, y quedó escrito para advertencia nuestra” (1Co 10:11); es decir, para que no cometamos los mismos errores. Motivados por esa instrucción bíblica, leemos el momento actual de nuestra historia a la luz del momento cuando el pueblo de Israel quiso tener rey. La importancia de este ejercicio es que, según dicen algunos intelectuales colombianos, el futuro sí se puede reparar, y nos toca empezar ahora. Es decir, las consecuencias de las decisiones que tomemos hoy se entenderán en un par de siglos, así como hoy sufrimos por las que hemos venido tomando en los últimos doscientos años.

Luego de la gran debacle social (una guerra civil), religiosa (no conocen a Dios) y económica (desigualdad social y hambre en la tierra) que deja el período de los jueces, el pueblo de Dios, como es lógico, tiene que tomar decisiones para solucionar estos grandes males que atentan contra la viabilidad de Israel como nación. Tienen tres alternativas: (1) quedarse como están, (2) ser como los vecinos o (3) transformarse.

Antes de tener rey, Israel era gobernado por líderes carismáticos puestos por Dios. Tan pronto se establecieron en la tierra y aprendieron las artes bélicas, pudieron defenderse de sus enemigos. Pero como el mal lo llevan por dentro y el peligro mayor son ellos mismos, terminan en una guerra civil con los males conocidos: desigualdad, violaciones, masacres y toda clase de atrocidades nunca antes vistas. La conclusión del libro de los Jueces es que todos son responsables de su historia.

Samuel aparece como la respuesta de Dios al caos social; es un gobernante raro: es honesto. Y como si ser honesto fuera poco, además es profeta y concentra los poderes, civil, judicial y militar; es decir, manda en todo y no es corrupto; muy raro. Pero hubo dos cosas que Samuel no pudo controlar, a sus dos hijos. Los hijos del tigre no salieron pintados: “se dejaron guiar por la avaricia, aceptando sobornos y pervirtiendo la justicia” (1S 8:3); es decir, corruptos hasta la médula. Heredaron el poder, pero no heredaron la decencia. Aparentemente la honestidad no se transmite genéticamente. ¿Recuerdas a tu mamá?: “¡lo bueno no se les pega!”

Ante este cuadro, los líderes, respaldados por  el pueblo, decidieron no aplicar el viejo adagio de “mejor malo conocido que bueno por conocer”; quieren un cambio, y con toda razón. El rechazo a los hijos de Samuel es merecido porque malo, conocido o no, nunca es bueno y mucho menos mejor, sobre todo si se trata de los gobernantes y sus políticas. Cuando después de doscientos años de gobiernos corruptos decimos “mejor malo conocido que bueno por conocer”, lo que estamos diciendo realmente es, “mejor desigualdad conocida que igualdad por conocer” o “mejor minería mala conocida que buena por conocer” o “mejor energía sucia que limpia por conocer”, o “mejor corruptos conocidos que honestos por conocer”. No suena bien. Mejor sería buscar lo bueno y cambiar, ¿cierto? Pero Israel pasó de malo conocido a malo conocido por conocer. Continúará.©Milton Acosta 2018

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