Los hijos del tigre salieron corruptos
Milton Acosta, PhD
Desorientados los judíos al haber sufrido la pérdida de todas las
instituciones que les daban identidad, seguridad y esperanza, recuerdan su
historia en el exilio y la ponen por escrito en los libros de Josué, Jueces,
Samuel y Reyes. Intentan responder grandes interrogantes, ¿por qué estamos
aquí? ¿cómo llegamos aquí? ¿qué hacemos ahora? Un episodio importante en esta
historia es el inicio de la monarquía, que aparece en los capítulos 1 al 12 de 1
Samuel. Qué curioso es esto, la monarquía fue decidida democráticamente, con la
venia divina, con permiso del caudillo y sin matar a nadie.
Uno no sabe cuántos de los resultados de este ejercicio historiográfico y
teológico son producto de una decisión consciente y razonada por parte de los
escritores, pero de todos modos allí están y nos invitan a la reflexión, como
lo sugiere el apóstol Pablo: “Todo eso les sucedió para servir de ejemplo, y
quedó escrito para advertencia nuestra” (1Co 10:11); es decir, para que no
cometamos los mismos errores. Motivados por esa instrucción bíblica, leemos el
momento actual de nuestra historia a la luz del momento cuando el pueblo de
Israel quiso tener rey. La importancia de este ejercicio es que, según dicen
algunos intelectuales colombianos, el futuro sí se puede reparar, y nos toca
empezar ahora. Es decir, las consecuencias de las decisiones que tomemos hoy se
entenderán en un par de siglos, así como hoy sufrimos por las que hemos venido
tomando en los últimos doscientos años.
Luego de la gran debacle social (una guerra civil), religiosa (no conocen a
Dios) y económica (desigualdad social y hambre en la tierra) que deja el
período de los jueces, el pueblo de Dios, como es lógico, tiene que tomar
decisiones para solucionar estos grandes males que atentan contra la viabilidad
de Israel como nación. Tienen tres alternativas: (1) quedarse como están, (2) ser
como los vecinos o (3) transformarse.
Antes de tener rey, Israel era gobernado por líderes carismáticos puestos
por Dios. Tan pronto se establecieron en la tierra y aprendieron las artes
bélicas, pudieron defenderse de sus enemigos. Pero como el mal lo llevan por
dentro y el peligro mayor son ellos mismos, terminan en una guerra civil con
los males conocidos: desigualdad, violaciones, masacres y toda clase de
atrocidades nunca antes vistas. La conclusión del libro de los Jueces es que todos
son responsables de su historia.
Samuel aparece como la respuesta de Dios al caos social; es un gobernante
raro: es honesto. Y como si ser honesto fuera poco, además es profeta y
concentra los poderes, civil, judicial y militar; es decir, manda en todo y no
es corrupto; muy raro. Pero hubo dos cosas que Samuel no pudo controlar, a sus dos
hijos. Los hijos del tigre no salieron pintados: “se dejaron guiar por la
avaricia, aceptando sobornos y pervirtiendo la justicia” (1S 8:3); es decir,
corruptos hasta la médula. Heredaron el poder, pero no heredaron la decencia. Aparentemente
la honestidad no se transmite genéticamente. ¿Recuerdas a tu mamá?: “¡lo bueno
no se les pega!”
Ante este cuadro, los líderes, respaldados por el pueblo, decidieron no aplicar el viejo
adagio de “mejor malo conocido que bueno por conocer”; quieren un cambio, y con
toda razón. El rechazo a los hijos de Samuel es merecido porque malo, conocido
o no, nunca es bueno y mucho menos mejor, sobre todo si se trata de los
gobernantes y sus políticas. Cuando después de doscientos años de gobiernos
corruptos decimos “mejor malo conocido que bueno por conocer”, lo que estamos
diciendo realmente es, “mejor desigualdad conocida que igualdad por conocer” o “mejor
minería mala conocida que buena por conocer” o “mejor energía sucia que limpia
por conocer”, o “mejor corruptos conocidos que honestos por conocer”. No suena
bien. Mejor sería buscar lo bueno y cambiar, ¿cierto? Pero Israel pasó de malo conocido
a malo conocido por conocer. Continúará.©Milton Acosta 2018
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