octubre 16, 2009

¿Deus Confusus? [2]



La nación en la oración

Milton Acosta, PhD

... Continuación de “¿Deus Confusus? [1]”

Cualquier observador de este circo dirá, “Con que ustedes son los que tienen a Dios confundido.” Con creyentes que así interpretan y aplican la Biblia, terminaríamos con un Deus confusus. La devoción es buena, pero mal orientada es peligrosa. El mal camino de esta devoción es que no está regida por toda la Biblia, sino por el nacionalismo perverso que utiliza pedacitos de la Biblia a su acomodo. La fe revuelta con nacionalismo produce un Dios confundido una vez que salimos de las fronteras de nuestro país. Es cierto que uno se preocupa cuando alguien al orar por la comida se sale de las fronteras del país. El hambre produce impaciencia y la comida se enfría. Pero si la oración cristiana no cruza ríos, montañas y mares, nos retrocede milenios en la teología.

Pero antes de empacar maletas, quedémonos con Ezequías otro ratico. Ezequías recibió mensajeros del babilonio Merodac Baladán disfrazados de compasión por los enfermos. Ese nombre por sí solo suena a algo malo: “Merodea la Maldad;” pero no está solo. En la geopolítica existen los azuzadores. Un país azuza a otro contra un tercero. Egipto instiga a un babilonio para acabar con Asiria, para poner fin a la opresión del imperio. Eso, aunque suena a música en oídos de pobres y oprimidos, termina en una rotación del poder, la riqueza y la pobreza. Sólo cambian de manos.

Ezequías comete un error: le mostró todo al babilonio; pero después resultó siendo él el bobilonio, porque los babilonios le quitaron a Judá lo poco que los asirios habían dejado un siglo después. ¿A quién se le ocurre mostrar las riquezas y el potencial económico de su país sabiendo que otros están alrededor como cocodrilo de Babilonia al acecho? ¡Hombre, no hay que dejar salir las babas tan rápido ni en tales cantidades! Pero así hubo, hay y habrá gobernantes. Mostrar para demostrar que uno no es menos puede resultar fatal. Para colmo, Ezequías se contenta porque las consecuencias de su falta no las sufrirá él, sino sus hijos. Qué extraña manera de consolarse.

Pero no todo fue malo. Ezequías también es famoso por el túnel que construyó para llevar agua a Jerusalén en caso de un estado de sitio (Isa 22:9–11; 2R 20:20; 2 Cr 32:30). Ese túnel, de 400 metros de largo, es hoy un gran hallazgo arqueológico porque hasta se localizó “la placa” (una inscripción) de inauguración del túnel, con el nombre de Ezequías. Todo un descubrimiento.[1]

Esto que acabamos de hacer (los cuentos de Ezequías) en literatura se llama digresión, que la Real Academia de la Lengua Española define como: “Efecto de romper el hilo del discurso y de hablar en él de cosas que no tengan conexión o íntimo enlace con aquello de que se está tratando.” Les faltó decir: “cuyas cosas el autor, y sólo él, piensa que son interesantísimas.”

Nuestro tema es la oración de Ezequías en un momento de seria amenaza. De esa oración nos interesa su teología. Esa oración registrada en Isaías 37 no está nada mal. En un momento de la revelación bíblica cuando la existencia de Israel como nación, y su templo son símbolos de la presencia de Dios, no resulta anormal pedir que el ejército asirio sea derrotado. Pero desde una perspectiva cristiana habría serios problemas para hacer esa oración hoy tal y como está.

Si la hiciéramos, no terminaríamos con un Dios confundido, sino con un dios tribal; como el de Europa en guerra: un pueblo clama a Dios en contra de otro pueblo que le clama al mismo Dios. Es decir, los europeos siguieron orando como Ezequías, como los judíos del tiempo de Jesús; y como si Cristo no hubiera venido, muerto y resucitado. Esa mezcla fue criticada por teólogos europeos como Karl Barth, Dietrich Bonhöffer y Jacques Ellul. Los europeos parece que aprendieron ya su lección después de las atrocidades de dos guerras devastadoras en menos de cincuenta años el siglo pasado. Claro, los europeos de hoy poco oran; están plagados de ateísmo y agnosticismo.

A los discípulos de Jesús, todos judíos, les costó dejar de lado su nacionalismo. A nosotros no nos resulta menos difícil, pero necesitamos aprender a orar como cristianos multinacionales. Los confundidos somos nosotros por causa del nacionalismo tribal. Continuará...

©2009Milton Acosta

[1]Más detalles en William M. Schniedewind, How the Bible Became a Book (New York: Cambridge, 2004), 72–77.

No hay comentarios.: