noviembre 04, 2009

¿Deus Confusus? [3]


La nación en la oración


Milton Acosta, PhD

... Continuación de “¿Deus Confusus? [2]”

El símbolo del cristianismo no es la bandera de Israel ni la Menorah; es la cruz. En el Nuevo Testamento, una de las pruebas más importantes de que los discípulos de Jesús han entendido el evangelio y se han convertido de verdad es que, ante la persecución, su oración nada tiene que ver con Sión, ni con la defensa del templo. Es decir, al cristiano no le queda ni regular reemplazar estos pelos teológicos ya caídos con pelucas y peluquines nacionalistas, bíblicamente mohosos.

El cristiano puede querer su nación y sentirse orgulloso de ella, dentro de los límites sanos. Lo que no puede hacer a partir de Jesús, a menos que sufra de esquizofrenia teológica, es mezclar fe cristiana con nacionalismo, como muchos cristianos en la historia tristemente han hecho. El cristianismo que oramos, creemos y vivimos debe ser reconocido por Cristo.

Por lo tanto, pretender perpetuar la historia y la teología bíblicas indiscriminadamente y sin diferenciar entre un antes y un después de Cristo es peor que simplemente negar la progresión de la revelación en la historia; es negar a Cristo. Dios no cambia, pero Cristo sí cambia las cosas de forma radical. Trabajo que le costó a Jesús y al Espíritu hacerle entender estas cosas a los judíos, como para que vengamos nosotros ahora a deshacerlas por defender gobernantes actuales. ¡No faltaba más!

La oración de los cristianos perseguidos después de la ascensión del Señor (Hechos 4:23–31) es muy parecida a la oración del rey Ezequías: 1) reconocimiento de Dios como creador; 2) afirmación de su soberanía en la historia y sobre la tierra; 3) reconocimiento de las amenazas; y 4) una petición. Pero al notar la fórmula de esta oración, no debemos perder de vista la teología que formula la oración. La oración es el acto de la fe, que como ningún otro, de-muestra la esencia de la teología del orante, tanto la que se verbaliza como la que se hace en el pensamiento.

La petición tiene dos partes: que Dios mire las amenazas y que el nombre de Dios sea conocido por medio de la continuación de la misión de la iglesia. El elemento nacionalista territorial violento está completamente ausente. Esto fue lo que significó para ellos morir a sí mismos y resucitar para Cristo. ¿Qué les ha ocurrido? La clave está en un Salmo, dos evangelios y una epístola.

Sión y su templo son, desde la monarquía, símbolos de la presencia de Dios en Israel y de su cuidado. Por eso el Salmo 48 dice: si quiere “ver” a Dios, mire al templo en Sión, su belleza, sus muros, su majestuosidad. Era prácticamente impensable la fe sin Jerusalén.

En una ocasión (Mt 24:1–2; Lc 21:5–6), al salir Jesús del templo, los discípulos se le acercan y lo invitan a contemplar la belleza del templo, como si acabaran de leer el Salmo 48. Sus comentarios son perfectamente normales y apropiados dentro de la cosmovisión y teología de un judío del siglo primero. Pero la respuesta de Jesús es desconcertante: “todo esto será destruido; quedará arrasado.” Esto no es una mera crítica; Jesús con estas palabras les ha incendiado la bandera nacional, pues junto con la Ley de Moisés y algunos ritos, el templo es el símbolo más importante de la fe judía.

En la Epístola a los Hebreos la invitación es a “mirar a Jesús”, no el templo; no a acercarse al monte Sión, sino a “la Jerusalén celestial”, a millares de ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia, a Dios, a Jesús, el mediador de un nuevo pacto (Heb 12:2, 22–24). Todo ese vocabulario del AT se remite a Jesús y a su iglesia. Allí es donde hay que acercarse y allí es donde hay que mirar.

La oración de los cristianos no implica que Dios deje de juzgar la maldad o que los estados pierdan el derecho a defender su territorio o a ejercer autoridad internamente. El tema es que 1) el reino de Dios no se establece por medios violentos; y 2) hoy no hay un país equivalente al Israel del Antiguo Testamento. Si no lo reclamaron Jesús ni los apóstoles para la provincia de Judá en su época, cuánto menos hoy. Lo que se oraba en otro tiempo para Israel se ora hoy para la iglesia. Eso es lo que hace el Nuevo Testamento. Las naciones siguen siendo parte del plan de Dios, pero todas por igual. Así, la oración de los discípulos en Hechos 4 es un gran monumento a la teología cristiana donde se muestra con absoluta claridad la esencia del evangelio después de Jesucristo y según Jesucristo.©2009Milton Acosta

1 comentario:

JuanoBla dijo...

Creo que su ensayo profesor esta muy acertado.

Ahora bien, sinceramente con todo el respeto del mundo profesor, esto de "tener a Dios confundido" me preocupa. No se si lo quiso decir mas como una figura retórica. La verdad es que no podemos confundir a Dios, nosotros somos los confundidos. No hay forma de "producir un Dios confundido" por que el hombre no produce a Dios, sino Dios al hombre.

En cuanto a lo demás, es importante notar una diferencia esencial entre el nuevo testamento y el viejo. En el viejo testamento la fe en Dios no es tan solo una religión que personalmente escogemos, sino el símbolo nacional de Israel. El viejo testamento no es otra cosa que la historia nacional de Israel. Así que los israelíes matan y oran a Dios para hacer guerra contra otras naciones. Pero luego llega Jesús quien incluye para la salvación tanto judíos como gentiles. Y ya deja de ser una cosa nacional o patriótica y se convierte en una creencia que rebasa cualquier frontera física. Por así decirlo, la iglesia es en el presente el pueblo escogido de Dios. Estamos en un periodo histórico en que la promesa de Dios es distinta, en la gracia, no la ley. Así que estoy muy de acuerdo con usted.