Todo por un collar exótico (3)
Debate profético en el noticiero de la noche
Eso de mandar a callar a alguien no es la cosa más agradable, pero a veces hay que hacerlo. Después que Hananías le rompió a Jeremías su yugo-collar en público, el profeta de Dios se ausentó por un tiempo. Al volver, Hananías va a escuchar una dura sentencia: hablar en nombre de Dios es asunto serio, sobre todo cuando lo que se dice no viene Dios. La razón: tal mensaje genera en la gente una falsa confianza. Esto último sí que es un problema serio porque tarde o temprano se descubre al engañador; sus víctimas pasan de la falsa confianza a no confiar en nada. Al haber sido asaltados en su buena fe, muchos luego no quieren saber nada de Dios.
Como vemos, a Jeremías no solamente le tocó aguantar las persecuciones por predicar juicio, sino que le tocó predicar a la par de otros profetas que predicaban cosas distintas. Por eso, el desprestigio de los profetas llegó a tal punto que mucha gente los tildaba de locos (Jeremías 29:26; cp. 2 Reyes 9:11). De hecho hubo profetas locos y falsos, ¡y los hay!, pero tal reputación se extendió hasta los auténticos profetas de Dios.
En el reclamo que Jeremías le hace a Hananías se encuentra la esencia del problema, el lugar donde se encuentran las palabras del falso profeta con el pueblo que lo escucha: la esperanza: ‘Tú has hecho confiar a este pueblo en mentiras’ (Jeremías 28:15). Esa es una expresión triste y dolorosa; alguien se aprovecha de la buena fe, de la ingenuidad y de la ignorancia de otros para sacar beneficio propio. Tenemos que decirlo, en las iglesias y en los asuntos religiosos se oculta mucha gente de mala calaña.[1] En el caso de Hananías, le tocó a Dios silenciarlo, quitándole la vida. Pero conste que Jeremías simplemente anunció lo que le sucedería.
Al comienzo del estudio de Jeremías 28 (Collar 1) planteábamos la dificultad de la gente ‘común y corriente’ para distinguir entre un profeta falso y uno verdadero. Dijimos que no era fácil. Añadimos ahora que la responsabilidad no radica únicamente en el predicador, sino en su público. Uno puede acusar a ciertas personas de engañar a otros, pero ¿qué de los que se dejan engañar? Por ejemplo, si el precio de las casas en un sector de una ciudad es de 25 mil dólares, ¿qué debe hacer uno si le ofrecen una en 15? No será tan tonto como para lanzarse inmediatamente a comprarla. Si de lo bueno no dan tanto, ni tan fácil, uno debe investigar por qué el precio es tan bajo. A lo mejor en el asunto hay gato encerrado. Y si no investiga, ¡por lo menos piensa! Pero hay gente que ni piensa; compra la casa y a los ocho días aparecen los verdaderos dueños, que estaban de vacaciones.
Cuando Jeremías predicó, hubo unos ancianos que se dieron a la tarea de comparar su mensaje con los mensajes de otros profetas anteriores (Jeremías 26). Descubrieron que en realidad Jeremías no predicaba nada nuevo, que su mensaje estaba en línea con profetas de autenticidad históricamente demostrada (cp. Daniel 9:2). Esa ‘investigación’ es sana y se debe hacer, independiente de la tarima desde la que habla el predicador.
Estos dos componentes, el de silenciar a los falsos profetas y el de investigar si lo que predica el predicador es verdad, aparecen también en el Nuevo Testamento. Pablo le dice a Tito que ‘tape la boca’ a individuos que a ‘trastornan familias enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no deben’ (Tito 1:10–11). En esto no puede haber ningún ejercicio de violencia, puesto que Pablo mismo dice que el obispo no debe ser iracundo ni dado a los pleitos. Como lo ha dicho John Stott, el mejor ‘antídoto’ contra los falsos maestros es la multiplicación de verdaderos maestros que enseñan la ‘sana doctrina’ con un corazón igualmente sano.[2]
El segundo componente, el de la investigación, aparece en Hechos de los Apóstoles. Los creyentes de Berea, al escuchar a Pablo, hicieron lo mismo que los creyentes que escucharon a Jeremías: averiguar si lo que les decían era cierto (Hechos 17:10–11). Todo lo anterior indica que la responsabilidad es doble: de quien predica el mensaje de Dios y de quien lo escucha. Pero por qué, se pregunta uno, hay tanta gente que se deja engañar con extraordinarias ofertas religiosas. La razón nos la da el mismo Jeremías en el reclamo que le hace a Hananías: ‘has hecho confiar a este pueblo en una mentira’ (Jeremías 28:15). Allí es donde radica la gravedad del asunto. La gente necesitada es vulnerable y está más dispuesta a creer. De esto se aprovechan las personas sin escrúpulos para sacar ganancias deshonestas. Ocurre con la fe como ocurre con los sentimientos. La persona necesitada y desesperada en lo emocional o en la fe es presa fácil de los farsantes.
Lo anterior indica que, aún en la convicción de la verdad, el predicador requerirá de la humildad, pues somos humanos y dados al error, nos confundimos, percibimos mal. Por otro lado, la congregación necesita formación. El creyente debe saber y entender qué es lo que cree. Para ello necesita instrucción de sus líderes. Ante tanta competencia desleal, el desafío del predicador de hoy es ser creativo sin ser falso.
2 comentarios:
jajajajajaja, los dueños de la casa; esa estubo buena viejo.
creativo sin se falso, uhmmmm, suena bien, ¿pero cuales serian las ventajas y desventajas? Hay que entender algo de suma importancia: la Palabra no sera siempre para consentirnos, (ciertamente lo dijo usted) algunas veces sera para darnos una buena llamada de atención, la que incluso en ocasiónes nos generara demasiado dolor. Ser creativo para mi en lo personal: es como estar entreteniendo a la congregación, y creo al menos que esa no debe ser la idea general.
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