Teología de Migajas y Teología de Perros (2)
Mateo 5:21–28
Milton Acosta PhD
. . . Continuación
Al famoso joven rico del evangelio (Mt 19:16–30) le bastó una sola respuesta de Jesús (“vende lo que tiene y dalo a los pobres”) para que diera media vuelta y se fuera del todo sin vender nada. Esta mujer cananea no se va después de tres, si contamos el silencio de Jesús como respuesta.
La historia de la mujer sirofenicia es paralela a la del sirio Naamán (2 Reyes 5). Un gentil busca al profeta Eliseo para que lo sane de la lepra que tiene. Pero a diferencia de la mujer, que de entrada es suplicante, Naamán es arrogante. El profeta no lo trata con el respeto que merece su dignidad de general sirio y Naamán se ofende. Tiene lepra, pero su etnocentrismo es mayor. Lo mandaron a bañarse en el río Jordán para ser limpio de la lepra y él respondió “río es lo que tenemos en Siria, ¿cómo me voy a bañar en ese arroyito del Jordán”. Y sí que tenía razón Naamán. Una cosa es el tamaño histórico y teológico del Jordán y otra el físico. Sin embargo, los siervos del general lo convencen y éste por fin se mete en el Jordán; Dios lo sana; después Naamán se postra ante Dios.
La mujer cananea, a diferencia de Naamán, empieza abajo y baja hasta donde no se puede bajar más. No se da por vencida ante la apatía, el rechazo y el insulto. Es una verdadera atleta de la fe. Por encima de todo, ahora hace lo que difícilmente tú y yo hubiéramos hecho. ¡Se le acerca más todavía a Jesús! Esta mujer no puede aceptar que las cosas terminen así no más. Cuando está frente a Jesús, se arrodilla delante de él y le dice las dos palabras más elementales y sencillas, pero poderosas que alguien le puede decir a Dios: “¡Señor, ayúdame!”
¿Qué hará Jesús ahora? Pues si con lo que ha transcurrido hasta el momento estábamos decepcionados de Jesús, concluiremos que su actuación no puede caer todavía más. Pero siguen los peros. Primero no le contesta, segundo los discípulos le dicen a Jesús que la eche y tercero Jesús le dice que él no vino a salvar paganos, sino judíos. ¿Habrá todavía algo “más peor” que le puedan decir a esta mujer? Pues sí lo hay y para desconcierto nuestro y confirmación de los discípulos que quieren echarla, Jesús le dice: “No está bien quitarle el pan a los hijos y echárselo a los perros.” Ahora sí, tenemos que decir, el diálogo ha tocado fondo. Eso sí es como para escribir el libro Cómo ganar enemigos y no influir en las decisiones de los demás.
¡¿Perros?! ¿Le dijo a la mujer que los cananeos eran unos perros? Y no vamos a decir que le dijo “perrillos” por cariño. Masculino o femenino, “perro” es un insulto. Por mucho que “perro” sea diferente a kynarion en griego (que se puede traducir como perrito o perro), no son palabras amables. De hecho, en la Biblia el perro no es el mejor amigo del hombre. No es el “Fido” de la señora francesa que vive en un edificio en Cartagena de Indias; tampoco es el animal que se vende en los supermercados en China. En la mayoría de los casos en la Biblia, el perro va asociado con desprecio.[1] De hecho, en la Biblia el perro es un animal sucio, carroñero, que merodea por las ciudades entre la basura; es símbolo de impureza. De modo que los judíos consideraban a los gentiles como “perros” porque no vivían según la Torah, sin sus leyes de purificación; el gentil es ritualmente sucio, impuro.[2] Ahora piensa que tú eres esa mujer cananea, gentil, a quien le han dicho “perro sucio”. ¡Y te lo dijo Jesús!
Si la historia terminara aquí, la podríamos llamar “la increíble y triste historia de la cananea sirofenicia y su hija endemoniada.” Pero todavía a la mujer le queda otro cartucho: persiste y le responde a Jesús: “Sí, Señor, pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Si a ella le pusieron peros ahora ella pone el suyo. La mujer acepta que Jesús ha sido enviado a los judíos, es decir, a “los hijos”, pero, “los perros”, es decir los gentiles, también comen de las migajas que caen. Así, utilizando la misma metáfora de Jesús, responde que los gentiles también tienen parte de la comida del reino de Dios. Ahora sí, y por fin Jesús le da una respuesta favorable a la mujer. Y no es sólo favorable, sino que la elogia como tal vez no elogió Jesús nunca a ninguno de sus propios discípulos. Y es que en cuestiones de fe, los discípulos recibieron más regaños que otra cosa: “hombres de poca fe.” ¡Hay que ver cuántas veces se los dijo![3] A esta mujer cananea, gentil, griega le dice Jesús “¡Mujer, grande es tu fe!” Luego añade, “que se cumpla lo que quieres.” Y su hija fue sanada en ese mismo momento. Noten que el milagro en sí es secundario. Allí termina esta historia, pero quedan algunas preguntas.
En primer lugar, ¿por qué no tienen nombre esta mujer ni los discípulos? En segundo lugar, ¿por qué llevó Jesús a la mujer hasta tal extremo? Y por último, ¿no fue el trato para ella displicente y hasta humillante?
Continuará . . .
[1]Se han encontrado muchos cementerios exclusivos de perros en el Medio Oriente antiguo, pero no se sabe por qué los enterraban aparte. Cp. Edwin Firmage, "Zoology (Fauna)," en Anchor Bible Dictionary vol. 6 (New York: Doubleday, 1992), 1109–67.
[2]1 Reyes 14:11; 16:4; 21:19, 23; Salmo 59:6; Prov 26:11; 2 Pedro 2:22; Apoc 22:15. Véase Leland Ryken, and Wilhoit, James, ed., Dictionary of Biblical Imagery (
[3]El tema es favorito de Mateo. De las seis casos de “poca fe”, cinco están en Mateo y una en Lucas: Mt 6:30; 8:26; 14:31; 16:8; 17:20; Lc 12:28. Esto sin contar los casos donde la falta de fe es evidente, como p.ej. en la multiplicación de los panes y los peces.