marzo 07, 2018

Durante mi gobierno



Durante mi gobierno

Milton Acosta, PhD
Los mandatarios tienen tres discursos, uno cuando son candidatos, otro cuando están en el poder y otro cuando son viudos del poder. Existe, además, un discurso del que no se ocuparán jamás los mandatarios, sino los historiadores independientes, los profetas y los poetas. Es decir, las voces que los cristianos poco escuchan, especialmente en época de elecciones.
El candidato tiene una virtud que solo le dura mientras es candidato, escuchar a la gente. Recorre todo el territorio nacional para enterarse de las injusticias y las carencias que sufre el pueblo. Es tan tierno y cariñoso el candidato. Pero no es porque le importe la gente, sino porque ese es el arsenal retórico perfecto para su discurso contra el mandatario de turno. Así logra tocar las fibras más sensibles del pueblo para que vote por él. Esta estrategia, acompañada de otras argucias y artificios, se ha usado hasta en las monarquías desde tiempos antiguos, como lo muestra Absalón, un hombre tierno con la gente, y con lindos cabellos y caballos (2 Samuel 14—15).
Cuando un mandatario está en el poder, hablará de todo lo bueno que ha hecho. Toda la producción de flores de exportación para San Valentín y el día del amor y la amistad no le serán suficientes para echárselas encima. Hablará de la casita que le construyó a la viejita que conoció en una visita. Cuando este mandatario se acerca al ocaso de su periodo, las flores las amarrará con una cinta de sobriedad y hablará, si tiene una pizca de humildad, de lo que faltó por hacer.
Una vez salido del poder, la memoria del exmandatario se vuelve aún más selectiva; recordará que durante su gobierno solamente ocurrieron cosas buenas. Ante cualquier crítica o acusación formal, alegará que esta se hace por la ignorancia y lo maldadoso del crítico o por persecución política del ente acusador. ¿Qué hacemos?
Por obvias razones, en la Biblia no tenemos historiadores en el sentido moderno ni posmoderno de la palabra, pero sí existe una capacidad aleccionadora para justipreciar a los líderes. Miremos un caso.
Antes de ser rey, Jehú fue general. Llegó al poder por elección divina; fue ungido por instrucciones del profeta Eliseo, quien a su vez recibió instrucciones de su padre espiritual Elías, quien a su vez había recibido instrucciones de Dios para tal efecto. Larga es la cadena de mando espiritual, pero todo esto se presenta en el texto bíblico como muestra de la legitimidad de Jehú como gobernante (2R 9—10).
La misión de Jehú es acabar con el poder que tiene oprimidos a los israelitas en lo social, económico y religioso. Para Jehú, un hombre pragmático, de nada vale hablar de paz mientras no se eliminen las fuerzas opresoras, las cuales, a su entender, se limitaban a los que estaban en el poder; es decir, Acab y Jezabel.
Con seguridad, Jehú podía llenarse la boca diciendo: “Durante mi gobierno acabé con Acab y Jezabel; durante mi gobierno se redujeron las muertes de profetas del Señor; durante mi gobierno se destruyeron los altares idolátricos; durante mi gobierno…”. Ya conocemos estos discursos. Es muy probable que Jehú tuviera muchos seguidores en su tiempo, los cuales le habrían aplaudido sus hazañas militares y la seguridad (¿monárquica?) que les devolvió; los hechos estaban ahí y no se podía negar.
Sin embargo, los escritores bíblicos se dieron cuenta de que a este cuento le faltaba un pedazo, importante por cierto. Si un gobernante se ufana de las cosas buenas que ocurrieron durante su gobierno, aunque no las haya hecho todas personalmente y con sus propias manos, también debe hacerse responsable de lo malo que ocurrió durante su gobierno. No esperamos que el mismo exmandatario lo haga; ese es un tipo de milagros que no ocurre. Por eso necesitamos oír otras voces, las de los escritores.
La Biblia nos presenta dos modelos de evaluación para el caso de Jehú, quizá tres. El primero es el registro de la historia de Jehú como buen cumplidor de su misión, pero con su respectiva apreciación crítica. Jehú pasó de ser ungido de Dios a responsable de masacres. Y no solamente eso; practicó los mismos males que supuestamente combatía.
El segundo modelo es del profeta Oseas (cap. 1), quien inicia su profecía hablando precisamente de Jehú y sus masacres. Es posible que Oseas tenga más información de la que conocemos por 2 Reyes, porque a favor de Acab y Jezabel no podía estar.
No esperamos que esta forma bíblica de justipreciar a los mandatarios sea acogida por quienes no se identifican con la fe bíblica, pero por los que sí, sí, porque creemos en un Dios cuyo trono se fundamenta en la justicia y el derecho (Sal 89), no en nacionalismos, ni en emociones o rabias a las que nos induzcan los políticos. Lo que ocurre, desafortunadamente y como ocurrió en la Biblia, es que este mensaje no lo escucha la mayor parte de la generación que lo vive. La profecía de Oseas ocurre unos sesenta años después de Jehú y la historia de los reinos de Israel y Judá no se compone sino mucho tiempo después de Oseas. Pero la valoración que ambos hacen de Jehú solamente fue posible porque hubo algunos que no le creyeron a Jehú cuando dijo: “Durante mi gobierno…”. Gracias a esos, quizá pocos, es que hoy podemos leer esto en el texto bíblico y aprender nosotros la lección, o la generación que sigue, o después…
El tercer modelo de valoración de los mandatarios es el de los poetas, que en la Biblia lo tenemos en los Salmos, los cuales hacen parte del culto y de la piedad personal. ¡Cuánto bien nos haría a los cristianos leer los Salmos en el culto! Esta es una forma bíblica de hablar de política en comunidad, la oración. No le hubiera quedado mal a Jehú escuchar el salmo 147. La valoración que hacen de los gobiernos historiador, profeta y poeta se fundamenta en la palabra del Señor y se centra en la justicia social a favor de los pobres (Salmos 72 y 82). Decir otra cosa, sería otro discurso, que no escucharemos durante mi gobierno. ©Milton Acosta 2018

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