octubre 16, 2006

Tres Tristes Torcidos
Los otros evangelios

En su primera carta a Timoteo, Pablo menciona tres grupos de los cuales el joven ministro debe cuidarse para no caer en sus errores: los que se pierden en discursos vanos (1:6–7), los que se dedican a imponer leyes que Dios no ha mandado (4:1–7), y los que convierten el evangelio en negocio lucrativo (6:5).
El solo hecho que Pablo los mencione en una carta tan breve quiere decir que fueron problemas serios en ese tiempo. Por otro lado, la situación muestra que desde el comienzo de la historia de la iglesia, el evangelio ha sido tomado por individuos que han pretendido convertirlo en otra cosa. Pablo juzga estos casos como “desviación” del verdadero evangelio (1:6; 6:21; cp 2 Tim 2:18) y hace tres cosas con ellas: las denuncia, le recomienda a Timoteo que se aparte de ellas, y muestra un mejor camino.
No se necesita mucho esfuerzo para encontrar los tres grupos en la historia del cristianismo y en la actualidad. La pregunta que nos hacemos en primer lugar es si estamos ante desviaciones comparables y en segundo lugar si estamos obligados a denunciar y a hacer recomendaciones. La denuncia de Pablo se puede tomar como un caso de arrogancia inadmisible de un individuo recalcitrante del siglo primero, o como la auténtica defensa de la verdad del evangelio ante peligros de gran magnitud. Si quien denuncia las supuestas desviaciones tiene razón, entonces habrá que reconocer que hay distorsiones del evangelio de las cuales bien haríamos en apartarnos hoy. Nos quedamos con esta última y nos arriesgamos a mencionarlas.
Empecemos por uno que la mayoría estaría dispuesto a aceptar como juicio válido y justo: las interminables e inútiles discusiones y disquisiciones de los teólogos profesionales sobre asuntos que tienen poco o ningún provecho para la comprensión del evangelio y la edificación de la iglesia. Esta preocupación ha sido expresada muy elocuentemente por el biblista español Luis Alonso Schökel: “el pueblo pide pan y los teólogos les dan hipótesis.” Las publicaciones sobre asuntos de teología y Biblia son una industria multimillonaria dirigida en muchos casos por personas que ni siquiera creen que la Biblia es la Palabra de Dios. La situación es lamentable.
En cuanto al segundo caso, siempre ha existido en el cristianismo la tendencia a añadir o quitar cosas al evangelio. Aparecen nuevas teologías, nuevos ministerios, nuevas formas de ser salvo, de ser líder, de ser iglesia. Algunas de ellas se presentan como nuevas revelaciones que Dios ha dado a quienes, habiendo pagado “un alto precio,” según ellos, alcanzan un encumbrado nivel de espiritualidad reservado sólo para unos pocos.
Dejamos para el final el caso más delicado, los que convierten la fe en un negocio. La cara más visible del evangelicalismo latinoamericano es la de los predicadores que constantemente piden dinero. Por eso cuando los humoristas quieren burlarse de los evangélicos generalmente imitan a algún individuo que predica con voz rasgada, y que antes de cualquier cosa pide plata. Estos ministerios están marcados por la señal inequívoca del capitalismo salvaje: el crecimiento económico desmesurado.
Las preocupaciones del apóstol en el siglo primero nos llevan a tres conclusiones. En primer lugar, la investigación teológica más especializada puede contribuir a la edificación de los creyentes y a la defensa del evangelio. La misión última del teólogo y el biblista no es “ser publicado” para ser conocido y conservar su puesto, sino la edificación del cuerpo de Cristo. Segundo, la misión de la iglesia se basa en las Escrituras, no en nuevas revelaciones. Por último, esta misión se sostiene con la contribución de los fieles de las congregaciones. Los ministros deben vivir dignamente, pero hay que preguntarse si el evangelio no se ha vuelto negocio cuando hay “ministerios” fastuosos que sostienen estilos de vidas ostentosos con contribuciones de personas con muchas necesidades económicas a las cuales se les promete bendiciones que por lo menos en el 99% de los casos nunca reciben. Estas son pues las tres tristes distorsiones del evangelio ayer y hoy.

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