El caso del “fuego extraño”
... Continuación
No es raro encontrar académicos que resuelvan la muerte de Nadab y Abiú apelando a la acusación: Dios es arbitrario, impredecible e implacable. Sin embargo, eso acarrea otros problemas. Si Dios es Dios, y además desequilibrado mental, uno más bien debería cuidarse de acusarlo falsamente. Si es grave calumniar al prójimo (Sal 101:5), imagínese cómo será calumniar a Dios.[1] Por otro lado, ¿Qué tal que tengamos la razón y que se dé cuenta de lo que hemos dicho? ¿Quién podrá salvarlo de las manos de un Dios iracundo? Calumniado o desenmascarado, resulta igual de peligroso. Por eso uno debe concluir que quien acusa a Dios de tales cosas en realidad no cree lo que está diciendo. Habla por hablar y quizá para que sus lectores digan, “qué interpretación tan sagaz y atrevida, cómo rompe las cadenas eclesiásticas que aprisionan a millones de ingenuos feligreses, qué hito de la interpretación bíblica”. El académico cínicamente dirá para sus adentros: “¡Qué ascenso el que me he ganado!”[2] Cabe preguntarnos, ¿Lo habremos acusado falsamente?
De la alternativa acusadora se desprende una conclusión: “estos textos son una protesta contra Dios.” Ciertamente es innegable que en la Biblia haya protestantes. Muchos salmos se podrían citar como ejemplo. Tal parece que a Dios no le asustan los protestantes, ni a los protestantes protestarle a Dios. En la Biblia no es extraño que un creyente no entienda algo o que simplemente exprese sus sentimientos. La pregunta es si el creyente tiene razón en lo que dice. Veamos un par de ejemplos.
Cuando el naciente Israel dudó de la presencia de Dios dijo: “Dios nos sacó de Egipto para matarnos en el desierto”. Aquí no tenemos que adivinar qué estaban pensando; lo dijeron claro y escueto (Dt 2:27). En la misma Biblia esto se explica diciendo que Israel es un pueblo de dura cerviz. Querían una fe sin pruebas y sin dificultades. Noemí, una mujer creyente, acusó a Dios de ser su enemigo: “la mano de Dios ha salido contra mí.” El libro de Rut muestra esto como expresión de dolor y amargura por todas las pérdidas que Noemí había sufrido. Pero con el tiempo y el cambio de las circunstancias, Noemí ve a Dios de otra manera y lo alaba. En ambos hay protesta. Sin embargo, en el primer caso hay censura y en el segundo celebración. ¿Por que? Porque Dios no es curva de rating que sube, baja y se dibuja al vaivén de las encuestas.
Supongamos, como dice un autor, que en la Biblia hay hechos que llevan a algún individuo a ver a Dios “agresivo, como un demonio listo para fulminar a cualquiera.”[3] ¿Qué nos hace pensar que el individuo tiene razón? ¿Por qué no se nos ocurre pensar que la respuesta de Dios viene por algún pecado individual o colectivo que este individuo no es capaz de reconocer? Una cosa es la elección por gracia y otra muy distinta matar gente por deporte. El problema es que cuando se presupone la bondad del ser humano, Dios fácilmente termina siendo el villano. En esto la hermenéutica posmoderna y la moderna se dan la mano.
La protesta en la Biblia es parte de la fe (Salmo 89). Pero una cosa es reconocer la protesta en la Biblia y otra convertir a Dios en un desadaptado celestial. ¡Eso sí sería jugar con candela! Para intentar entender el caso de Nadab y Abiú se debe mirar el patrón de la conducta de Israel y tomar una decisión, aunque sea aproximada, a partir de allí. Tiene más sentido decir que la historia bíblica es la historia de las rebeliones de Israel, antes que afirmar que la Biblia es la historia de las arbitrariedades de Dios invitando a la protesta.©2010Milton Acosta
[1]Claro está que llevando la lógica al extremo, el acusador podría decir que el hecho de que siga con vida a pesar de haber acusado a Dios de arbitrario y todo lo demás, prueba que ha dicho la verdad, puesto que Dios no lo ha matado (Sal 101:7–8). Sin embargo, no estaría muy seguro porque, aunque decir la verdad es algo que un Dios cuerdo aplaudiría, con un Dios arbitrario nada está garantizado.
[2]Véase una exposición del tema en Thomas C. Oden, Requiem: a lament in three movements (Nashville: Abingdon Press, 1995).
[3]David Penchansky, What rough beast? Images of God in the Hebrew Bible (Louisville: Westminster John Knox Press, 1999), 53–65.
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