febrero 13, 2007

¿De qué color era el Mar Rojo?


Milton Acosta, PhD

A los estudiantes de la Biblia se les enseña que es bueno leer un mismo texto en más de una versión con el fin de adquirir una mejor comprensión. Esta práctica tiene el potencial de ayudar, pero también de crear otros problemas. Digamos que un estudiante obediente a su maestro sigue las instrucciones mientras lee el relato del éxodo en la versión Reina-Valera (Ex 13:18): “Más bien, Dios hizo que el pueblo diese un rodeo por el camino del desierto hacia el mar Rojo. Los hijos de Israel salieron de la tierra de Egipto armados.” Luego va a otra versión, La Biblia de Jerusalén y lee: “Hizo Dios dar un rodeo al pueblo por el camino del desierto del mar de Suf. Los israelitas salieron bien equipados del país de Egipto.” Las dos versiones no concuerdan en la identificación del mar que el pueblo cruzó.

El estudiante inquieto busca Biblias de estudio y obras especializadas, y encuentra que en efecto el mar en cuestión se llama Suf, que traducido es “junco.” Pero el estudiante es demasiado aplicado, sigue investigando y descubre que además del problema con el nombre del mar, tampoco se ha establecido cuál es el mar de los juncos.[1] Así las cosas, el estudiante, al seguir las instrucciones de su maestro, y más allá, realmente no quedó en las mismas, ¡quedó peor!

Situaciones como esta producen por lo menos tres tipos de reacciones extremas que provienen de actitudes, las cuales a su vez han producido modelos de aproximación al texto bíblico:
1. Ignorar el asunto y acusar al que lo levanta de “no tener el Espíritu de Dios.”
2. Discutir el tema y no pasar de allí hasta no descubrir “la verdad histórica.”
3. Descartar la discusión histórica porque lo que importa es “lo literario y el mensaje.”

El primero muestra un menosprecio por los asuntos históricos y desvía la atención hacia lo personal, atacando la espiritualidad de quien propone el problema. Aunque sí es cierto que hay gente que no tiene el Espíritu de Dios, ese no es el asunto que está en discusión. El segundo decide todos los problemas de la historia bíblica sobre la base de una certeza absoluta que supone garantizada por los hallazgos arqueológicos. La arqueología es muy útil, pero no se debe olvidar que a) no lo es todo y b) al igual que toda evidencia (textual o material) está sujeta a la interpretación del investigador. El tercero se reirá de los dos primeros y le dará el máximo valor al arte y la belleza literarios con los que el autor bíblico comunica su mensaje. Supone que los intereses artísticos y comunicativos de los autores bíblicos menosprecian lo históricamente verificable.

Digamos algo de los tres, empezando por el último. En Éxodo, los juncos se mencionan por primera vez con el nacimiento de Moisés (Ex 2:3). Moisés llegó al mundo con una sentencia de muerte por un crimen que no había cometido. Sin tener conciencia alguna del peligro, ya lo estaban persiguiendo. Por eso, sus padres lo ponen en una canastilla hecha de juncos (hebreo sûp). Enseguida (2:5), la hija de Faraón vio la canasta “entre los juncos” (hebreo sûp). Desde el punto de vista literario, esto es significativo y podemos decir que: a) Moisés se salvó en una canasta hecha de juncos, b) luego lo rescataron de entre los juncos; c) después todo el pueblo de Israel se salvó al cruzar el Mar de los Juncos y d) finalmente el ejército egipcio pereció en ese mismo mar de juncos. Es decir, el nacimiento de Moisés está literariamente conectado y estrechamente ligado por los juncos al nacimiento de Israel como pueblo. La cosa se pone todavía más interesante desde el punto de vista lingüístico si consideramos que sûp tiene una segunda acepción y puede significar “destrucción” o “fin” (cp. Sal 73:19; Ecl 3:11). Es decir, sû¸ en hebreo, suena tanto a junco como a destrucción.

Muy bonito, dirá el historicista, pero dígame primero por qué ha existido tal confusión y muéstreme después en el mapa dónde queda el dichoso Mar de los Juncos. El problema viene de la versión griega del Antiguo Testamento conocida como La Septuaginta, que traduce yam suf como Mar Rojo (pero, cp. Jue 11:16).[2] Luego la Vulgata Latina siguió a la Septuaginta y así seguimos hasta hoy.[3]

Entre el golfo del Suez y el Mar Mediterráneo existió en tiempos del AT una zona pantanosa con diferentes cuerpos de agua donde crecían los juncos propios de la zona, que bien pudieron haber sido papiro. Estos pantanos ya no existen debido a la construcción del Canal del Suez. Sin embargo, los especialistas han identificado algunos lagos en esa región: Lagos Amargos, Timsa, Bala y Menzale. Todos estos son identificados por unos y otros autores como el probable Mar de los Juncos al cual se refiere Éxodo, pero, como hubiera podido ser cualquiera, tampoco sabemos a ciencia cierta cuál es. Lo que sí afirma la mayoría es que el más popular es el menos probable, el Golfo de Suez, ya que se aparta demasiado del texto bíblico.[4]

Por último, el espiritualista dirá ¿y eso qué importa? Hay al menos cuatro razones: a) hoy los laicos tienen acceso a Biblias de estudio y textos populares llenos de información que asustan a algunos y convierten en escépticos a otros ya que dicha información no va acompañada de la orientación necesaria para entender tales asuntos; b) estos temas hay que tratarlos sin aspavientos, pero al informar hay que acompañar; c) el caso sirve para mostrar que es importante considerar cómo lo literario se mezcla con lo teológico en los pantanos egipcios; y d) podemos estar tranquilos con una certeza parcial: si bien no sabemos cuál es exactamente el Mar de los Juncos, nadie niega que en la zona hubiera lagos de juncos, uno de los cuales fue el que Israel cruzó para salvación y Egipto para destrucción. Así pues, se puede ser aplicado en el estudio y sacar mucho provecho.
©2007Milton Acosta

[1]Dos que pudo haber consultado son Siegfried Herrmann, Historia De Israel En La Época Del Antiguo Testamento, trans. Rafael Velasco Beteta y Manuel Olasagasti (Salamanca, España: Sígueme, 1996), 94–95.; y Thomas B. Dozeman, "The Yam-Sûp in the Exodus and the Crossing of the Jordan River," Catholic Biblical Quarterly 58 (1996).
[2]John Robert Towers, "The Red Sea," Journal of Near Eastern Studies 18, no. 2 (1959): 150.
[3]Para una perspectiva contraria, véase Bernard F. Batto, "The Reed Sea: Requiescat in Pace," Journal of Biblical Literature 102, no. 1 (1983).
[4]Véase James K. Hoffmeier, Israel in Egypt: The Evidence for the Authentication of the Exodus Tradition (Oxford and New York: Oxford University Press, 1996), 209; Iain W. Provan, Philips V. Long, and Tremper Longman, A Biblical History of Israel (Louisville and London: Westminster John Knox Press, 2003), 129–31.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
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Aarón M.R dijo...

es lo malo a veces de ser profesor, terminas leyendo otros libros que ni son ya de la Biblia, siendo que la Palabra de Dios debe ser la prioridad, en fin .... de todas formas se aprende algo con los demás estudios que tu tienes Milton.