agosto 20, 2018

Confesémonos: historia, idolatría y medio ambiente


Cuánta basura

Milton Acosta, PhD

El salmo 106 da cuenta de la importancia de dos elementos fundamentales del culto a Dios: la historia y la confesión colectiva. Para ser sana y verdadera, la identidad de un pueblo se construye sobre la verdad histórica, incluyendo no solamente los hechos dolorosos, sino también los vergonzosos. Quien dirige el culto no puede arrogarse el derecho a determinar de manera unilateral qué es “bonito” o qué es útil; mucho menos para sacrificar el texto bíblico en el altar de las emociones. Así como del salmo 106 nos gustan los primeros 5 versículos también tienen que gustarnos del v. 6 en adelante, donde dice “hemos pecado”, y considerar que eso también es edificante y útil para la iglesia. ¡No más arbitrariedad!

1. Lo primero que confiesa el salmo 106 es que somos iguales de pecadores como nuestros antepasados (cp Mt 23:31). Si siguiéramos este ejemplo, en muchos de nuestros países tendríamos que confesar la expropiación de tierras a los indígenas, la esclavitud, las masacres de miles y miles de personas cometidas a lo largo de la historia por toda clase de gente armada, por fuera y por dentro de la ley. Si una sociedad no puede decir “hemos pecado como nuestros padres”, dificultades serias tendrá para construir una identidad común, la cual es indispensable para reparar el tejido social y lograr objetivos para el bien común. Este “hemos pecado” referido aquí no es que cada uno haya hecho algo malo, sino que juntos, de manera colectiva, como pueblo, hemos cometido males atroces o nos hemos sentido identificados y representados por quienes los han cometido (Vetlesen 2005, 172). En esto las iglesias pueden ayudar enormemente, siempre y cuando sepan traducir el mensaje bíblico, hablar en términos que cualquiera puede entender y desligarse de los poderes que impiden la confesión.

2. No vamos a decir que el salmo 106 fue escrito por un ecologista precoz, pero la confesión del menosprecio y destrucción de lo que Dios da en especie (vv. 13-15) nos obliga a pensar hoy en el agua y sus fuentes, la abundancia de tierras y su fertilidad, la biodiversidad y la multiculturalidad. Considere, por ejemplo, la basura que producimos, ¿sabemos a dónde va? Tenemos una crisis nacional por cuenta de los rellenos sanitarios, pero hacemos gala de comprar, usar y tirar a la basura vasos, platos y toda suerte de empaques desechables. A las empresas se les exige tener canecas de los tres colores claramente marcadas y visiblemente ubicadas. De allí la basura clasificada pasa a unas canecas más grandes que también deben cumplir con los requisitos que ordena la ley y con los colores. Si no se hace así hay sanciones. Luego pasa un camión de un solo color que recolecta todas las basuras;  todo se revuelve para terminar así junto en el relleno sanitario. De modo que es posible cumplir con la norma al tiempo que seguimos contaminando la tierra que Dios nos dio. ¿No deberían sancionar más bien a las empresas recolectoras de basuras o a los administradores de los rellenos sanitarios o a los encargados de regular estas cosas? Mientras tanto, podemos producir menos basura y practicar el lema de reducir, reciclar y reutilizar.

3. De la idolatría que se confiesa en el salmo 106 (vv. 19-20), es necesario ir más allá del ícono, el altar y los ritos para poder confesar los móviles de la misma. El baalismo es atractivo para el Israel bíblico porque da la seguridad que viene de la prosperidad económica (Tsumura 2007, 42). Baal es el dios de la fertilidad y, por tanto, dispensador de la riqueza, la cual es el verdadero dios de la idolatría. De modo que la corrupción, el narcotráfico, el latifundismo, el monopolio, la violencia, la injusticia social y la indiferencia, son expresiones de la idolatría al dinero y al poder, y a la comodidad y seguridad que prometen. El muñequito de hoy es el que está en los billetes.

En conclusión, por mucho que nos jactemos de no ser idólatras como “esa gente ignorante” de la antigüedad, las raíces de nuestro comportamiento colectivo dan cuenta de la misma idolatría al poder, el dinero y la seguridad. Los extremos a los que llegamos para obtener estas cosas y de paso negar nuestra historia, sugieren que no somos diferentes. Pero el salmo 106 nos presenta un camino mejor, la confesión colectiva y las acciones colectivas que podrían auspiciar el cambio colectivo. Esta es la valentía que más necesitamos funcionarios públicos y privados, ciudadanos del común y mandatarios, a ver si así logramos reducir la basura de la historia, del culto y del planeta.©Milton Acosta 2018

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